lunes, 31 de diciembre de 2012

Adagio - A. Marcello

La Muerte de todos

En mi infancia, mis amigos y yo nos divertíamos mirando trabajar al enterrador. A veces nos dejaba un cráneo con el que jugábamos al fútbol. Era para nosotros un placer que ningún pensamiento fúnebre empañaba.
 Durante muchos años viví en un ambiente de curas que habían impartido miles de extremaunciones; a pesar de ello, no conocí ninguno a quien la Muerte intrigara. Más tarde comprendí que el único cadáver del que se puede sacar algún provecho es el que se prepara en nosotros. Ciorán

La infancia en breves días se nos va, sin mayores sentidos ni aspavientos; la adolescencia se evapora mientras nos instruimos y pre-paramos para con-vivir en el mundo; pues la juventud dura apenas pocos días, y estos en pugna con la sensualidad que entonces nos arrecia, y que muchas veces nos damos por vencidos por ella, lo que sería –al cabo- peor. Luego aparece la vejez, donde el hombre y la mujer comienzan a hacerse los preparatorios para la inexorable muerte. Entonces hasta el calor nos resfría; las fuerzas nos desamparan, los dientes se nos caen, como poco necesarios; la carne se enjuta y seca y las otras cosas se van pudriendo tales comos han de estar en la sepultura. Hasta que el fin llega –la muerte- revolando, con sus alas negras, a quitarnos las dulces miserias, y aún allí en la despedida nos afligen nuevos males y tormentos.

 Allí se nos vienen dolores crueles, allí nos emboscan turbaciones; allí nos vienen suspiros con que mira la luminancia del cielo que se va ya alejando, y con ella los amigos y parientes y las otras cosas que amaba, percatándose del eterno alejamiento que de ellas ha de tener. Hasta que los ojos entran en tinieblas perdurables en que el alma los deja retraída a despedirse del seso y del corazón y las otras partes principales donde, en consigo secreto, solía tomar sus arcanos placeres. Entonces de-muestra bien el sentimiento que hace por despedida, estremeciendo el cuerpo y, a veces, poniéndolo en rigor con gestos espantables en la cara, donde se representan las crudas agonías en que por dentro anda entre el amor a la vida y el horror al infierno; hasta que la muerte con su guadaña cruel le deshace las entrañas. Así fenece el miserable hombrecito, conforme a la vida que antes pasó.

Entonces todo va al olvido, el tiempo implacable que lo borra todo. Y los grandes edificios que algunos toman por legado trascendente para perpetuar famélicas famas, también los abate y se convierten en tierra del suelo. No hay piedra que dure tanto, ni duro metal, que no dure más que el tiempo infinito, consumidor de todas las cosas humanas. ¿Qué se ha pasado con la torre fundida para subir al cielo? Los fuertes muros de Troya; el noble templo de Diana; el sepulcro de Mausoleo; tantos grandes edificios romanos de que apenas se conocen las señales donde estaban, ¿qué se han hecho? Todo esto se volatiliza, se convierte en humo; hasta que vuelven los hombres a enajenarse en el terapéutico olvido tal como antes de que naciesen, y la mismísima vanidad sigue después del que primero nazca…eternamente.

(Variante de parte del texto “Diálogo de la dignidad del hombre” de Fernán Pérez de Oliva- 1586)   

martes, 25 de diciembre de 2012

Cancion de Jorge Cardoso .

Comprensión humana

Kant llamó “los límites de la comprensión humana” al filo entre naturaleza y su entendimiento. La filosofía ha pretendido proporcionar un encuadramiento integrado de tal enigma, una arquitectura de significados universales capaz de preescrutar los abismos del megalocosmos. En el profundo silencio de los espacios infinitos del universo, que tanto aterraban a Pascal se encuentra la: respuesta. Estos juicios totales no se pueden computar a escala humana. La filosofía ha pretendido clara y precisamente dar con esas soluciones decisivas, pero se queda atascado en la limitada penetración de la reflexión humana. Borges dijo que la filosofía era “como la organización de las perplejidades esenciales del hombre”, que ha pesar de las prácticas de una filosofía empírica y de la investigación metódica no ha pasado de ser una revisión de esas perplejidades y no se atisba por ninguna parte la morada de los fundamentos, el amanecer del Ser; la destrucción de la ignorancia y la alegría de nadar en el océano de la razón, el cuidadoso arte por el cual hemos tratado de interpretar el dilema de nuestra existencia. La filosofía es una de las más fantásticas manifestaciones arrogantes del hombre que, las más de las veces, solo ha contribuido a confundir más las “perplejidades esenciales” y ha dejado a pobre “bípedo implume” al borde de la línea, en los mismísimos “límites de la comprensión humana”.
El hombre, epifenómeno accidental e insignificante compuesto de factores materiales aleatorios e implacables, magnifica y sobrevalora su pasar por ese fenómeno singular que llamamos vida y busca desesperadamente el sentido del sentido del sentido…”¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes?”, pregunta alguien en los Salmos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Aceptaos los unos sobre los otros….

Muchos se llenan la boca con estas palabras altisonantes: igualdad, tolerancia, aceptación, interculturalismo, libertad de expresión, etc. Pero se quedan en palabras vacías, sin contenido. Hemos conocido, incluso a llamados profesionales de la salud mental, que hablan sobre tolerancia y por detrás están haciéndote una mueca irónica. Son profesionales de la mentira.
La mayoría de nosotros practicamos el egoísmo, la intolerancia, el reproche, la discriminación. El afán de poderío sobre los demás nos ciega ante cualquier intento personal o colectivo de superación de los conflictos que día a día, hora a hora, nos agobian destruyéndonos y destruyendo a los demás.
Aquello de que existe lo uno y lo otro, la diversidad; distintas visiones del mundo, pueblos diversos, formas de vida, cosmovisiones, puntos de vista, modos de comportamiento, culturas religiones, etc. es un verdad innegable. Pero a la mayoría nos cuesta aceptar que el otro no sea igual a mí. ¿Cómo es posible semejante afrenta?.

Entre desigualdades existirán inevitablemente tensiones y roces; diferencias y contradicciones. Pero existen seres humanos que tienen como objetivo vital: subyugar a los demás. Estos piensan que el único modo de solución a sus atribuladas vidas; repletas de conflictos y diferencias es: “hazte igual que yo, haz lo que yo quiero, entonces seremos uno; sométete a mis condiciones y verás cómo se acaban las tensiones y los conflictos y llegamos a la conciliación”.
Este método y praxis, donde el uno también quiere ser el otro, donde –todavía más- el uno quiere ser el todo, lo encontramos en todos los ámbitos en donde pulula el homo sapiens.
Aunque la humanidad ha practicado mil veces ésta técnica y ha estas alturas de la llamada civilización se sabe, a ciencia cierta, que no es la mas recomendable; pues no soluciona sino que oprime, no libera sino que somete; no es camino amplio y abierto, sino sumamente angosto y sinuoso; y por que priva a la vida comunitaria de la Libertad, Justicia, honestidad, respeto por el hombre y su conciencia.

Pero es que esta mujer no entiende que no puedo darle más dinero; pero es que este grupo de huelguistas no comprende que sus peticiones no pueden ser concedidas; y este fulano como se atreve a presentarse ante mí…no lo soporto…; mi vecino no entenderá que necesito escuchar a Bach y que su taladro eléctrico no me lo permite…; mi propia hija no me hace caso y se va con esa mala influencia mezcla de punk y rasta…la mier…

Es difícil aceptarse mutuamente, es como ceder parte importante de mi vida a otro. Vivimos estresados, intoxicados de saciedad existencial, con insuficiencias de todo tipo, con sueños frustrados, insatisfacciones variadas…no estamos felices con nosotros mismos…porqué debo convertirme en el guardián de mi hermano?.

No, no ha sido superado el egoísmo, la intolerancia, la discriminación. Como mecanismo de defensa a mis frustradas intenciones de apoderarme del otro nace la indiferencia. El arte de hacerse invisible. La atención sectorizada se posa solamente donde encuentra señales que satisfacen mi afán de dominio; allí donde encuentro sumisión y debilidad que satisfacen mi egolatría…allí me quedo. El encuentro recíproco lo encuentro entre los que me obedecen.
La indiferencia invisible: es una táctica consistente en no hacerse notar, no llamar la atención, no pedir nada, para que este silencio permita que el otro se olvide de nuestra existencia y no verme obligado a “considerarlo”. Por otro lado está la doble existencia: que consiste en la práctica de dividirse en dos, dejando un ``yo exterior'' para uso y consumo de los demás, y un ``yo interior'' refugiado en la fantasía incorpórea, que nos proporciona la ilusión -diluida- de existir en mí, por mí y para mí. En mi burbuja en donde respiro el aire que mis propios pulmones expulsa me siento inmunizado para contraer algún virus externo. ¡Es que los que no son como yo…me molestan tanto!!!

Ah, y la táctica del disimulo…de ella hablaremos más adelante.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Agustín Barrios- Un Sueño en la Floresta


La reflexión filosófica



Muchas veces la oscuridad nos rodea por todos los flancos. Nos embarga una sensación de perdimiento cuando el amor se petrifica en el vacío. Aparece el olvido de sí mismo, el ser es devorado por los impulsos. Hoy, entre-medio de tanta tecnología abrumadora aparece esta sensación de vacío existencial.  El olvido de sí mismo es promovido por esta inundación de los medios técnicos. El mundo es reglamentado por el reloj, dividido en trabajos enajenadores y absorbentes, mecánicos y vacíos. Llega el momento en que nos sentimos la parte mínima de una gran máquina. Si en algún momento tratamos de volver a nosotros mismos, será por momentos, ya que la máquina omnidevoradora del trabajo vacío nos hundirá de nuevo entre los engranajes del coloso invisible de los tiempos: la técnica.
Hay una natural inclinación en el hombre a olvidarse de sí mismo. Es necesario pellizcarse constantemente para no perderse entre los recovecos del mundo, en los hábitos adormecedores, en las trivialidades sin sentido, en los rieles fijos.

Filosofar es resolverse a hacer que despierte el origen, retroceder y bajar hasta el fondo de sí mismo y ayudarse con la acción interior reivincadora y libertaria en la medida de las propias fuerzas.
Cierto es que la vida nos llama hacia lo primario y tangible y que debemos obedecer a esos llamamientos materiales, al requerimiento contingente y diario. Pero no darse satisfecho por ello, rebelarse ante estas imposiciones absorbentes es ya camino incipiente hacia sí mismo. No olvidar, sino aferrarse firmemente; no desviarse, sino trabajar hasta la perfección íntimamente; no dar por acabado nada, sino iluminar hasta el fondo los vericuetos a que nos llevan ciertas circunstancias.
La vida filosófica es un camino de dos vías: en la soledad, la meditación en todos sus modos de reflexión y en compañía de los demás, la comunicación en todos sus modos posibles del comprenderse mutuamente en el hacer, hablar y callar unos con los otros. Indispensables nos son los otros a nosotros en algunos momentos del día de profunda reflexión. Con ello constatamos de que no desaparece del todo la presencia del origen en el ineludible desenfreno del diario vivir.
La reflexión filosófica no posee, a diferencia de los cultos religiosos, un objeto sagrado, tampoco un lugar consagrado, ni ninguna forma fija y pétrea. El orden que para ella nos asignamos no se convierte en regla imperturbable, sino que queda en posibilidad dentro de posibles movimientos mentales. Esta reflexión es, a diferencia de la comunidad que practica cultos objetivantes, una reflexión solitaria.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Domenico Scarlatti - Sonata k. 380

Resentimiento y crueldad

Como ha indicado un glosador de Nietzsche, no se trata, simplemente, del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez del fruto, y se contenta con negar esta apreciable condición a las uvas que están demasiado altas…fuera de su alcance. El "resentido" va aún más allá: odia la madurez y prefiere lo agrio. Es la total inversión de los valores: lo superior, y precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su esfera se enseñorea lo menor e inferior. Al resentido endógeno no le basta, por ejemplo, la muerte del adversario…quiere ir más allá.
Justamente a Fede Nietzsche le debemos la revelación del mecanismo que funciona en la conciencia individual y pública degradada: le llamó ressentiment, resentimiento. Cuando un hombre se siente ante sí mismo inferior y pequeño por carecer de ciertas aptitudes —inteligencia, valentía o elegancia— trata veladamente de afirmar ante su propia vista negando el valor de esas cualidades en el otro.
Flagrantior aequo non debet dolor esse uiri nec uulnere maior, “El resentimiento de un hombre no debe ser más ardiente de lo justo ni desproporcionado a la ofensa”. En efecto, tiene razón Juvenal, (en sus Sátiras): no debe ser el resentimiento superior a la ofensa, pero menos aún puede tolerarse que lo sea el castigo. Y es que incluso en el supuesto caso de que el delito resultara tan inhumano que pueda pensarse de que es merecedor de ningún castigo más liviano que la muerte, con ella basta, y todo otro sufrimiento incrementado resultaría no sólo brutal y cruel, sino también infame y vil: “Todo cuanto va más allá de la simple muerte me resulta pura crueldad”, dice Montaigne.

Entonces, ¿qué es ser cruel? ¿Por qué un individuo es cruel?
Schopenhauer  cree encontrar la respuesta en el permanente dolor que es consustancial, según él, a nuestra existencia. Se sabe que, en su opinión, nuestra vida no es más que persistente sufrimiento e insatisfacción; a tal punto, que suponiendo de que alcanzáramos todos nuestros propósitos y metas, siempre permanecerán como background la angustia y el vacío. Esa inquietud perpetua y ese sufrimiento insalvable son quienes, finalmente, termina por engendrar la crueldad. Y la explicación, según él, es la siguiente:
«Todo esto es sentido en muy escasa medida por una volición corriente –asegura el filósofo alemán–, y sólo comporta una pequeña dosis de tristeza, pero en aquel hombre cuya voluntad posee una intensidad inusual provoca la manifestación de la maldad, de lo cual se desprende necesariamente una desmesurada angustia interior, una inquietud perpetua y un dolor irremediable; por eso se ve impulsado a buscar indirectamente el alivio que no es capaz de hallar de inmediato, intentando mitigar el sufrimiento propio mediante esa contemplación del padecimiento ajeno donde al mismo tiempo reconoce una expresión de su poder. El sufrimiento ajeno se convierte para él en un fin en sí mismo, en un espectáculo con el que se deleita. Y así se origina la manifestación de la crueldad propiamente dicha.»

La crueldad, nace del sentimiento de la propia insuficiencia resentida y menesterosidad, y es un mecanismo que busca compensar una inferioridad (real o imaginaria) mediante el proceso de causar daño y dominar a otro, lo que genera una sensación placentera y una satisfacción que tiene su principio en un sentirse, aunque no sea más que durante el tiempo que dura el atropello, fuerte y superior. A poco de consumado el agrado, de nuevo brota la angustia, y el proceso vuelve a marchar una y otra, y otra vez, sea con la misma víctima, sea con otra distinta. Y hasta es posible que entre uno y otro ataque haya manifiestos gestos de arrepentimiento y promesas de re-generación. Pero es inútil: las más de las veces son falsarias; y aún en el supuesto de que fuesen sinceras, el dispositivo volverá a emitirse tarde o temprano, con el carácter irrevocable e irremediable de una ordenanza legal.
Por lo demás, se trata de un dispositivo compensatorio automático sin paralelo alguno en ruindad y en vileza, porque la crueldad sólo se ejerce (sólo puede ejercerse) sobre alguien más débil y frágil (en el sentido que sea) y, no pocas veces, sin culpa ninguna en las frustraciones que corroen a su torturador: se trata, en muchos casos, de una simple y “a mano” víctima propicia; de alguien que resulta asequible y a quien se puede maltratar sin correr mayores riesgos circundantes. Y, desde este enfoque, la crueldad es una de las formas más estruendosas e infames de la cobardía: “La cobardía, madre de la crueldad”, dejó escrito Montaigne en el título de uno de sus ensayos. Y cuando va aparejada del resentimiento que, suele ser el motor impulsor, así es, en efecto.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Vivaldi, Guitar Concerto in D, 2o Mov.

Un Voyeur Metafísico

Allá por el año 1951 invitaron a Ortega y Gasset a Darmstadt y, no sin sorpresa, se encontró en medio de una especie de congreso de Arquitectos. En esa oportunidad se quejó el filósofo que en Alemania no le avisan a uno nada,  de suerte que cuando lo invitan a algo no se sabe, por anticipado, qué es ese “algo”, y al ir no sabía ciertamente adonde iba. La otra sorpresa que se llevó es que se encontró con Martín Heidegger, una suerte de rival antifonero filosófico de Ortega, en ese momento. Lo único que le habían advertido era que el tema principal versaba sobre la técnica. Por lo que llevó a esa parte de la Germania una conferencia genial titulada: “El mito del hombre allende la técnica”.

Y así fue que uno de los arquitectos protestó que en las faenas arquitectónicas se introdujese el “denker” (el pensador) que, con frecuencia es “zer-denker” (des-pensador) y no deja tranquilos a los demás animales creados por el buen Dios. Ortega no se dio por aludido, pero haciendo uso de aquella “ironía socrática” que le caracterizaba, dijo: “El buen Dios necesitaba del des-pensador para que los demás animales no se durmiesen constantemente”. La mayoría rió de buena gana, sobre todo los más jóvenes. Sabemos que los arquitectos siempre están demasiado ocupados tratando de salir de sus laberintos euclidianos y tienen poco tiempo para pensar.

Ortega se preguntó es aquella histórica ocasión ¿Cómo se explica la existencia en el especialista (arquitecto) de este “primer movimiento” hostil ante todo brote de efectivo y diestro filosofar?. Y analiza ante todo dos razones. En al primera el especialista se ve obligado a percibir que su disciplina es parcial, que el, por tanto, es un hemipléjico o padece cualquiera otra enfermedad que “reduce al hombre a no ser sino un rincón de sí mismo”. Que es monotemático, que mira la vida con ojo miope, que ve partes o porciones del mundo. Que desde su particularísima parcela no puede ver lejanos horizontes, sino, solamente los cierros de hormigón perimetrales inmediatos y colindantes.

Por otro lado el filósofo, desde su primera palabra se advierte que habla “desde” el horizonte, que su voz viene y va a toda la extensión de la realidad, que no es un ruido comarcal ni local sino universal y cósmico, Su voz es general y ecuménica.
En segundo lugar, el hombre que, al fin y al cabo, lleva debajo de sí el especialista, descubre, ante el hablar del filósofo, que el tenía también en su intimidad una filosofía, que era filósofo sin saberlo. Pero que esa su era filosofía superficial, que “mas abajo”, como en un subsuelo existe otra mas profunda, mas recóndita, mas fundamental. Entonces el especialista se siente incómodo, molesto de ser descubierto por el filósofo. Esto de sentirse visto y descubierto por esta especie de voyeur metafísico, desde “abajo”, esto de que alguien levante a todas las cosas la faldas y le examine el trasero, le pone frenético y le parece; acaso con una punta de razón, indecente, impúdico…hasta obsceno.
La filosofía es siempre una invitación a una excursión vertical, hacia abajo. La filosofía va siempre detrás de todo lo que hay ahí y debajo de todo lo que hay ahí. Es una suerte de anábasis, una retirada estratégica, un perpetuo retroceso. Pues el destino del filósofo es ir por detrás y por debajo de las cosas para verles la espalda y el asiento. De allí la inquietud del especialista, cuando ve que el filósofo revuelve su capa ideológica y envuelve su retaguardia y se le pone inquietantemente a su espalda.

Felicidad

“El secreto de la felicidad no se encuentra en la búsqueda
de más, sino en el desarrollo de la capacidad de disfrutar de
menos.”
Socrates

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Romance - Bartoli

ACERCA DEL AMOR

En Estambul hay una hermosa mezquita llamada la Mezquita Beyazid. Desde que fue construida, los sheikhs y derviches sufís han estado siempre presentes en ella.
El sheikh Jemal Halveti (que la Misericordia de Allah sea con él), uno de los maestros de nuestro camino, fue invitado por el sultán para bendecir la apertura de esta gran mezquita. Los sabios de Estambul, la aristocracia y hasta el mismo sultán estaban allí. La flor y la nata del Imperio Otomano se habían reunido allí ese día.
Cuando el sheikh se levantó para hablar ante ten erudita y sofisticada multitud, un hombre simple se puso de pie de u salto y dio: "OH, sheikh!, he perdido mi burro. Todos los habitantes de Estambul están aquí. Por favor, pregúnteles si han visto a mi burro".
El sheikh respondió: "Siéntate. Encontraré a tu burro". Acto seguido, se dirigió a la muchedumbre: "¿Hay alguien entre vosotros que no sepa que es el amor, que no hay nunca gustado del amor en alguna de sus formas?". Al principio nadie se movió, pero finalmente, tres hombres se levantaron, uno a uno. El primer hombre dijo: "Es verdad. Yo realmente, no sé lo que es el amor. Nunca lo he probado. Ni siquiera sé lo que es que el que alguien te guste". Los otros dos movieron las cabezas en señal de aprobación.
Entonces el sheikh dijo al que había perdido el burro: "Tú has perdido un burro. ¡Aquí te ofrezco tres!".
Pero hasta un burro ama la hierba fresca y verde. Cuando la gente aprende a amar - con amor real y verdadero - su estado se elevado por encima de el de los ángeles. Cuando no conocemos el amor nuestro estado se torna inferior al de los burros.
Sheikh Muzaffer Ozak

lunes, 5 de noviembre de 2012

Jose Mª Navarro Porcel - preludio

resiliencia

¿Por qué nos caemos?...
Para aprender a levantarnos.
Thomas Wayne a su hijo Bruce Wayne (Batman)


El vocablo resiliencia tiene su origen en el latín, resilio, resilire, que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. La resiliencia es un término que proviene de la Física y se refiere a la capacidad de un material de recobrar su morfología original después de haber estado sometido a altas presiones.
La psicología a tomado prestado el término y, en este campo la resiliencia es la capacidad de las personas para seguir airosos, fortalecidos y proyectándose en el futuro a pesar de sucesos desestabilizadores, de condiciones de vida complicadas y de angustias y traumas muchas veces graves y espinosos.
La resiliencia se sitúa en el ámbito de un positivismo psicológico y dinámica de promoción de una asepsia mental y es una realidad convalidada por la revelación de muchos mujeres y hombres que, aún habiendo vivido  situaciones traumáticas, han logrado internalizarla y depurarla por los alambiques mentales y seguir sintiendo, pensando y actuando  en la vida, incluso, en niveles superiores, como si las adversidades vividas y positivamente asumidas hubieran desarrollado potencias latentes e insospechadas. Entonces, desarrollar la resiliencia, es decir la capacidad de recuperarse ante la adversidad, y aprender de ella, de experiencias en los cuales los individuos pueden probarse a si mismos que son capaces de pensar, de hacer, de decidir.
Aunque durante mucho tiempo las respuestas de resiliencia han sido consideradas como inusuales y poco frecuentes e incluso inclinadas a la patología;  la ciencia que estudia los procesos mentales actualmente demuestra fehacientemente que la resiliencia es una respuesta habitual y común y su aparición no indica anomalía alguna, sino un ajuste y acomodo jovial y deportivo frente a las frecuentes adversidades de la vida.

domingo, 28 de octubre de 2012

"Souvenir de Temeni" - Michel Dalle Ave

marcada contingencia

"No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo." (Cioran)

“... poéticamente habita el hombre...?”

En un breve ensayo “El arte y el espacio”, de Martín Heidegger, dice: “¿Cómo encontrar la mismidad del espacio? Hay una senda, realmente estrecha, oscilante. Percibirla en la lengua nos es dado. ¿De qué nos habla en la palabra espacio? En ella habla el espaciar.
Significa: talar, liberar lo selvático. El espaciar conlleva lo libre, lo abierto, para un situarse y habitar del hombre.
Espaciar es, en sí, la liberación de sitios, donde los destinos del hombre existente se proyectan con el bien de una nación, o en la desdicha del exilio, o frente a la indiferencia de ambos.
Espaciar es dar curso a los sitios, en los que un dios aparece; sitios de donde los dioses han huido, sitios en donde se retarda la aparición de la divinidad.
El espaciar origina el situar que prepara a su vez el habitar.
Los espacios profanos son siempre la privación de antiguos espacios sagrados.
Espaciar es la liberación de sitios.
En el espaciar se manifiesta y se encierra un acontecer. Carácter éste del espaciar fácilmente desatendido. Y cuando es percibido, aún es difícil determinarlo, ante todo porque el espacio físico-técnico sigue siendo el espacio al cual toda denotación sobre lo espacial debe primeramente referirse.”
Los arquitectos universitarios se han apoderado de estos textos heidegerianos y se los introyectan –a la vena y sin anestesia- a los incautos estudiantes, tratando de decirles algo sobre que es el espacio. “En el espaciar se manifiesta y se encierra un acontecer”; con esta frasecita traída desde el mismísimo Olimpo quieren decir, por ejemplo, que en-espacio-baño-acontece-el-defecar.
Que el espacio está repleto de hoyos; qué, ¿Qué devendría del vacío del espacio? El vacío se me aparece casi siempre solamente como una carencia, una ausencia de algos. El vacío sería entonces como la carencia por colmar espacios huecos e intra-mundanos (los de fuera del mundo no cuentan). Pero ese espacio vacío está relacionado justamente con las particularidades del sitio y por eso no es una carencia sino una creación. En ese momento ya todos los todos los estudiantes y el  dueño de la cátedra son poetas, hermanos del mismísimo Dante y de Goethe…si porque “poéticamente habita el hombre” oyó decir Heidegger a Hölderlin; y se tomó de esa frase para construir un edificio ideológico, una caja lineal en donde los arquitectos pudieran encaramarse por sus ejes y jugar a ver quién-sube-mas-arriba.

“... poéticamente habita el hombre...?”. Que los poetas habitan a veces poéticamente –muchos aún mueren tuberculosos, escribiendo versos a la luz de una esmirriada vela, a su amada infiel-, es algo que aún podríamos imaginar. Sin embargo, ¿cómo “el hombre”, y esto significa: todo hombrecito que pisa la tierra, y siempre, puede habitar poéticamente? ¿No es más bien todo habitar incompatible con las melodías pastoriles de los poetas? Mas bien nuestro habitar está atormentado por la escasez y  carestía de viviendas dignas. Aunque esto no fuera así, hoy día nuestro habitar –muchas veces en un cuarto de tres por tres- está espoleado por un trabajo cansador y poco estimulante -inestable debido a la competencia infernal de ventajitas y éxitos efímeros-, apresado por el encanto de las empresas de placeres y de ocios. Pero aún allí donde, en este co-habitar viciado de hoy queda aún huecos en el espacio y se ha podido ahorrar sacrificadamente algo de tiempo para lo poético, en el mejor de los casos, esto acontece por inter-medio de una ocupación con las artes y las letras, ya sean éstas escritas o emitidas (Internet, radio o televisión). La poesía queda entonces negada como un inútil u caduco languidecer o un mariposear hacia mundos irreales y ultramundanos y es –por la mayoría- rechazada como evasión a otros espacios, quizás idílicos o quizás infestados de demonios, como vía de escape de realidades agobiantes.
Heidegger aclara que los “Mortales” son los que habitan la tierra. Los inmortales la habitan pero no son hombres (¿serán arquitectos?) Los mortales son los hombres. “Se llaman mortales porque pueden morir. Morir significa ser capaz de la muerte como muer­te. Sólo el hombre muere, y además de un modo permanente, mientras está en la tierra, bajo el cielo, ante los divinos. Cuando nombramos a los mortales, estamos pensando en los otros Tres pero no estamos considerando la simplicidad de los Cuatro”.
¿Los Cuatro?, excúsenme, hasta aquí no más llegamos por hoy día.

lunes, 15 de octubre de 2012

Una limosna por el amor de Dios

Lechuza filosófica

“Desechada la corneja de la compañía de Minerva recibió la lechuza o mochuelo, porque esta ave ve de noche, y al sabio, entendido por Minerva, ninguna cosa se le debe esconder por encubierta que parezca; y porque así como esta ave está de día escondida y retraída en lugares oscuros, apartada de la conversación de las otras aves, así el sabio con deseo de la especulación se retrae a lugares solitarios, porque en la familiaridad y frecuencia de la gente no hay quieto reposo para filosofar; y porque el contemplar y considerar tiene más fuerza de noche que de día, y el ánimo muestra en este tiempo más vigor, por esto se denota esto más con estas aves nocturnas que con otras.” Juan Pérez de Moya. Filosofía secreta,1585.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Vivaldi guitar concerto in D major 2ºmovement

Santo Tomás no era burro…

Solo sé que nada sé y ni de eso estoy seguro. Platón

Siempre me ha atraído  la Estupidez.
La mía, por supuesto.
No sólo hay infinitos tontos, sino que los hay de distintas formas: unas más ligeras; otras, más graves; hay tonterías inocentes; otras que son grave pecado... En las obras de Santo Tomás encontramos toda una tipología de tontos: asyneti, cataplex, credulus, fatuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors.

Reflexiona que: en relación a Dios, todo hombre es tardo de intelecto (Dios lo conoce todo en un solo acto) y por tanto, para aprender, requiere muchas metáforas. Un intelecto elevado, de pocas cosas extrae mucho conocimiento y los tardos necesitan de muchos ejemplos para entender.

El tonto por no cultivado es un idiota. Así, en el texto citado de la Contra Gentiles, Santo Tomás confronta el "intellectus optimi philosophi" al "intellectus rudissimi idiotae" y afirma que el idiota toma por falso lo que él no puede comprender. Es en general el inexpertus ("non habens scientiam acquisitam") como aquel esclavo ignorante del Ménon de Platón.
Santo Tomás habla incluso de la contraposición entre atletas instruidos e idiotas, es decir rudos sin experiencia:
Otra constante en la variopinta legión de los tontos es que son obtusos, lo que se opone a la agudeza; lo agudo penetra en la realidad: de ahí que se hable de "sentidos agudos" e "inteligencia aguda", que penetra hasta en lo íntimo de la realidad. Lo contrario de agudo es obtuso, es burro.
En español "asno" se emplea para designar una persona ruda y de muy poco entendimiento y, en portugués, "burro" es ya la primera palabra para designar la poca inteligencia. Pobres burros. Aunque han logrado otras celebridades; si no, véanse páginas zoofílicas.

José Antonio Marina, filósofo español dice en su libro La Inteligencia Fracasada: “Puesto que hay una teoría científica de la inteligencia, -dice- debería haber otra igualmente científica de la estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los niveles educativos produciría enorme beneficios sociales. El primero de ellos, vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad”. El hombre no tropieza dos veces en la misma piedra sino doscientas. La historia de la estupidez humana llenaría libros y libros y nunca se terminaría porque la estulticia no tiene fin. Y aún más, la palabra “estupidez” no tiene prestancia científica de ninguna clase; designar a alguien como estúpido es una liviandad. Sin embargo cuánto tiene que ver la palabreja con los fracasos de la inteligencia...

sábado, 6 de octubre de 2012

Paganini_Caprice Nº 24

La Vida de Cada Cual

La vida según Dilthey -filósofo de la historia-  es una misteriosa trama de azar, destino y carácter.

Esta frase, como casi todas las filosóficas es hermética. Si resbalamos la atención mental por fuera de la frase, no la aprehenderemos en su sentido plenario y, sobre todo, vital. El sentido no sale hacia fuera por sí mismo. Para entenderla, irremediablemente, hay que entrar en ella, penetrarla, no quedarnos en fenomenologías, en descripciones periféricas –indispensables, con frecuencia espléndidas- que no llegan a la aprehensión de la realidad fraseológica en su radical conexión, que no “dan razón” de ella, que prometen pero nunca cumplen la realización de clarificación de su sentido.
Algunos, frente a expresiones de esta índole, dan un brinco a la razón abstracta y se hace profunda e intrincada teoría de una frase de la cual se ha amputado justamente su concreción, su constitución “verdadera”, su organización intrínseca como tal frase que pretende reproducir algún lado de la realidad. La vida para Dilthey es un “entreshock” enigmático de casualidades; de destino –perfil individualísimo de existencia-, en donde lo que fundamentalmente nos pasa es ser el que somos y; carácter, a lo que se ha denominado la “estructura empírica” de la vida humana. Esta “estructura empírica” es la determinación que cada uno trae en su peculiar forma concreta de corporeidad, duración de la vida, condición sexuada; in summa, personalidad.
Para entender, entonces, la frase de Dilthey tenemos que aplicarla a “nuestra mi vida”, la propia, la de cada cual. La vida concreta, circunstancial y privativa…la de cada uno. Sí, porque la única vida real –la individual-, es algo que acontece a mí, aquí y ahora, en estas precisas circunstancias; todo lo demás es extraño, foráneo, extranjero; sucede tras los límites, tras la ultimidad de mi exclusiva circunstancia (Aún aquello que sucede –latente, lejano- en los confines del Universo, está sucediendo en “mi vida”).
El único modo de entender la frase de Dilthey es a través de nuestra propia vida. Y este modo de acceso a ella es “contarla”, “relatarla” a nosotros mismos y, eventualmente a algún prójimo próximo (aunque postulamos que la vida es quehacer arcano, intransferible e incomunicable).

¿Es mi vida azar, destino o carácter, predominantemente?
Mediante el “análisis” de mi vida individual puedo responder a la pregunta enunciada; la que es primariamente la mía, gracias al cual descubro en ella ciertas estructuras, condiciones o requisitos sin los cuales no sería posible. No se trata, pues, de una frase independiente de mi vida, que pudiera pensarse y formularse aparte de ella, sino que es extraída de la concreción singular de mi propia vida.
Entonces, “vivir” es el sentido radical de la realidad, el fundamento de todo ser y todo estar, de todo descubrimiento del mundo –entre ellas el hombre-, de sí mismo como un “yo” único e indiviso. Por fin, para captar y entender –com-prender- la frase diltheyana hay que internalizarla, hacerla carne de nuestra propia vida, interpretarla desde mi singular y propia vida. Recordemos que el concepto de “vida humana” es abstracto, no tiene existencia real; la única realidad –indubitable y radical- es “mi vida”. La de cada cual.

jueves, 4 de octubre de 2012

¿Qué es ser Intelectual?

Vivimos tiempos en que la acción en las circunstancias es velocísima.  Los acontecimientos siempre cambiantes nos van exigiendo juicios rápidos y seguros, pronta y enérgica reacción a todos esos estímulos que nos llegan del siempre móvil contorno. El ritmo basal, atmosférico modificado por, sobre todo, el progreso cibernético a acortado sus intervalos hasta el punto en que el tic-tac del reloj natural ya no es mas que una lánguida melodía de fondo, un adagio casi imperceptible para el bípedo implume contemporáneo. El gigantesco reloj astronómico que marca el compás de nuestra galaxia: el sol, parece un lento anciano molestoso que obstaculiza las transacciones bursátiles, apaga los computadores, baja las cortinas metálicas de los centros comerciales, en fin, detiene con su inoportuno mutis por el poniente, la infinidad de actividades de ese hombre de hoy –cuasi cyborg-, el cual se ha injertado, además de la televisión digital, robots domésticos, pcs imprescindibles, jets intercontinentales, satélites multipropósitos, etc.; se ha injertado, decíamos, un nuevo metrónomo interior de ritmo acelerado que cuando quiere hablar mas pereciera que sopla y rechifla.    

Entre toda la muchedumbre transeúnte que rápido circula por las calles (como si de verdad fueran hacer algo trascendente) avistamos a un hombrecillo que con calma faraónica observa concentradamente como el viento de la tarde ondea las hojas de un gomero gigante. La gente pasa a su lado despreocupada. ¡No! Alguien dice despectivamente: es un intelectual. El intelectual es un ser que siempre vive atrasado con respecto a los demás. Siempre dispuesto a la contemplación llega con frecuencia demasiado tarde a la cita con la acción. Miseria y esplendor de su vocación. Siempre llega tarde, se complace en intercalar cavilaciones entre estímulo y respuesta. El intelectual no puede, aunque quiera, ser egoísta con respecto a las cosas. Se hace cuestión de ellas. Y esto es el síntoma máximo de amor. Esta especie rara de la fauna humana que ha orientado su existencia en una peculiar dirección, es el intelectual; no uno cualquiera, sino uno que lo es ciento por ciento, con desesperada autenticidad…porque es la pura verdad, dice Ortega y Gasset: la existencia del intelectual es maravillosa. Vive permanentemente en la cima de un Tabor, donde se producen incesantes transfiguraciones. Cada instante y cada hora le es ocurrente peripecia, esplendentes fantasmagorías, grandes espectáculos, melodramas, auroras boreales…Pues todas las jornadas del intelectual son un poco eso: presencia una y otra vez el nacimiento de las cosas y estrena el prodigio de que sean lo que son. Va de sorpresa en sorpresa. Su cotidianeidad está hecha de exclusivas sorpresas. Repleto de dudas, extrañezas y desconciertos busca la luz de la Verdad. Lleva la pupila delatada de asombros…camina seducido y alucinado…es borracho de nacimiento.

domingo, 30 de septiembre de 2012

WEISS - GIGUE - LUTE/GUITAR

¿Qué es esto de la filosofía?

 ¿Qué es la filosofía? Muchos se quedan con la respuesta etimológico-psicológica: amor al saber. Como si el amor o el deseo de conocimientos tuviera que ser, per sé, filosófico, cuando casi  siempre el deseo de saber es necesidad primaria práctica, técnica o científica, y las más de las veces trivial curiosidad o curiosidad infantiloide; y como si la filosofía no pudiese ser también algo más que un simple amor a la sapiencia, es decir, como si la filosofía no fuese, ella, por sí misma un saber, por humilde que sea. “Conocimiento del universo” o “todo cuanto hay” –esto ya no es tan humilde- dice Ortega y Gasset; su objeto es mas general y penetrantemente singular y lo alcanza todo de modo diferente. La filosofía –a diferencia de todo otro científico- es un embarcarse hacia lo desconocido…sin saber nada positivo acerca de su objeto, y con la posibilidad de volver sabiendo que nunca sabrá. Esta es la singular peripecia de la filosofía.

De cualquier modo, el conocimiento filosófico no es un saber doxográfico, un hilo cronológico de saberes del pretérito; un saber acerca de las obras de Platón, de Aristóteles, de Santo Tomás, de Hegel, Kant o de Ortega y Gasset. El saber filosófico es un saber acerca del presente y desde el presente. Un aterrizaje forzoso en la más concreta y actualísima realidad. Eso sí, la filosofía es un saber de segundo nivel, que pre-supone otros saberes previos, “de primer grado” (saberes técnicos, físicos, políticos, matemáticos, biológicos...). La filosofía, estrictamente, no es “la madre de las ciencias”, una madre que, una vez crecidas las hijas, se considera jubilada tras agradecer los auxilios entregados. Al contrario, la filosofía pre-supone un estado de las ciencias y de las técnicas suficientemente maduras para que, desde allí, pueda comenzar a instituirse como una disciplina puntualizada. Es por esto que también las ideas de las que se ocupa y preocupa la filosofía, ideas que emanan precisamente del enfronte de los más variopintos conceptos técnicos, políticos o científicos, a partir de un cierto estadio de desarrollo, son más cuantiosos a medida que se produce este desarrollo.
En la medida en que la filosofía no es un sencillo y llano amor a la sabiduría, sino un efectivo saber, el filósofo ha de ser, de algún modo, un sabio, dotado de una sabiduría sui generis (aunque sus compendios no sean, según sus detractores, muy diferente al de una docta ignorancia). Desde este punto de vista podría confundirse con un necio simplón todo aquel que se autodenomine: filósofo; aunque pretenda, tercamente, justificar su tontera apelando a la respuesta etimológica. Porque filósofo, como hombre sabio -es decir, no sólo profesor de filosofía-, es un calificativo que sólo puede recibirse aplicada y validada por los otros…aunque estrictamente esto no es necesario.

La respuesta a la pregunta ¿qué es la filosofía? sólo puede llevarse a buen término objetando otras respuestas que, junto a la propuesta, constituya una sistemática de respuestas posibles; porque el saber filosófico es siempre -y en esto se parece al saber político- un saber contra alguien, un saber bosquejado frente a otros pre-ten(d)idos saberes.
Lo que quiere decir que prácticamente es imposible responder a la pregunta ¿qué es la filosofía? si no es en función de otros saberes que constituyen los ejes coordenados de una educación mas poderosa del hombre y del ciudadano.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Ballet de Manuel Ponce

LA MEMORIA DEL CUERPO

Para saber de amor, para aprenderlo,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
-Jaime Gil de Biedma

Los historiadores hablan de la memoria en un cierto sentido: en el que se refiera al rescate del pasado. También la noción de archivo, para la historia y la antropología, alude al campo de la memoria colectiva que la historiografía aspira a recuperar y preservar. Esta reconsideración del pasado, según la distinta mirada de cada uno de los descendientes de Clío, es la que lleva a Enrique Florescano a escribir, por ejemplo, sobre una nueva "memoria mexicana" o una "memoria indígena".
A partir de 1977, cuando Jacques Le Goff publicó sus ensayos sobre la historia y la memoria, han proliferado los libros que llevan en sus títulos la palabra memoria porque, en efecto, la Madre las Musas, como le llamaba Vico a la memoria, se ha reconocido últimamente como una gran puerta de entrada hacia la búsqueda del sentido de los comportamientos y las mentalidades que subyacen en los textos de la antigüedad, las lenguas, las imágenes, los ritos, la música, los códices, las huellas de las canciones y las arquitecturas, los trazos de los mitos, las ceremonias, los cantos.
Sin embargo, el concepto de memoria que ha barruntado la literatura tiende hacia otra dimensión y no pocas veces se empalma con las revelaciones de la neurobiología, acaso porque la novela, el poema y la investigación neurológica trabajan con la percepción de los cinco sentidos.
Si la mente se difumina por todos los intersticios del organismo, como lo están haciendo ver no pocos científicos, no debería asombrarnos tanto ahora la anotación de Proust de que en los músculos hay recuerdos entumecidos.
Diane Ackerman ha llegado a la convicción de que la mente "no reside necesariamente en el cerebro sino que viaja por todo el cuerpo en caravanas de hormonas y enzimas, ocupada en dar sentido a esas complejas maravillas que catalogamos como tacto, gusto, olfato, oído, visión".
Ni la genética ni la biología molecular nos han confirmado todavía si todo el organismo, con sus ramificaciones nerviosas, su epidermis, sus órganos, sus tejidos linfático y adiposo, son asiento de la memoria, pero están a punto de hacerlo. Sólo la observación nos concede sospechar que en los músculos y en sus microscópicas grietas rebotan o se dejan adormecidas las emociones. En el cuello, el bajo vientre, la espalda, la ingle, el estómago, parecen repercutir los sustos, el pánico, la tristeza, la alegría -desde los estudios de Darwin sobre las emociones en los animales y el animal humano, no se sabe más sobre la función de la risa y los gestos faciales- y allí se van escondiendo en una suerte de memoria aterida que puede salir a flote si se remueven los tendones y las terminaciones nerviosas.
Podría imaginarse entonces, como mera fantasía, que hay recuerdos allí guardados: en la rótula, las plantas de los pies, las partes de las piernas que salen en V a partir de la zona genital. En las sienes y en los párpados. En cada una de las vértebras y en el conjunto de la columna.
Cuando a alguien le amputan una pierna sigue sintiendo que la tiene y en otros males el cuerpo -la imaginación de la naturaleza- encuentra la forma de reinventarse. Es el caso de la plasticidad del cerebro averiado.
En el encuentro copular los cuerpos se adivinan y sorprenden. La fatiga y el relajamiento, el sueño en común, los espasmos involuntarios, las heridas y las cicatrices, los efluvios de la primavera nupcial, están en ese orden de cosas, más allá de la pura genitalidad. Porque el cuerpo nos habla. Se diría que contiene nuestra autobiografía. En él se lee la incapacidad de expresar una caricia, la impotencia para permitirse la furia, el llanto, el grito, el misterio de la risa. Otro indicio de esta memoria entumecida, estrujada por el masaje doloroso, estaría en la predisposición de sentirse más en contacto con el otro, más atento y cuidadoso.
Jan Jott, el ensayista polaco célebre pos sus estudios sobre Shakespeare y el poder, ha dado el titulo común de La memoria del cuerpo al grupo de ensayos que acaba de reunir. Mucho de literatura, filosofía, teatro, sexo, y mucho de la muerte, se habla en sus páginas. Escribe sobre Tadeusz Kantor y Jerzy Grotoski. Pero los tramos más intensos de su libro están dedicados a su experiencia de la muerte o, tal vez, mejor dicho, de la mortalidad. Estuvo en un hospital, tal vez por tuberculosis, tal vez por cáncer, tal vez por un infarto. Y lo que recuerda es la epidermis. "Así como la piel recuerda lo que es el sexo, así yo he codificado en mí lo que es la muerte, y no la muerte de alguien más, sino la mía."

viernes, 21 de septiembre de 2012

J.S. Bach Chaconne BWV 1004

PRINCIPIO DE LA INDIFERENCIA

PRINCIPIO DEL EJERCICIO DE LA INDIFERENCIA EN LAS RELACIONES CON EL SEXO OPUESTO
(sólo para hombres).

Breve introducción teórica.

El principio de la indiferencia no es una herramienta para conquistar mujeres, sino una disciplina para protegerse de ellas. Sin embargo, es posible obtener resultados en esa dirección a través de su uso desinteresado, de lo cual se deduce que el principio de la indiferencia es en efecto, una herramienta para conquistar mujeres. Pero desde el instante en que admitimos que puede serlo le damos un objetivo, un interés, por tanto la indiferencia deja de tener lugar y nos vemos precisados a volver al comienzo, y concluir que el principio de la indiferencia no es una herramienta para conquistar mujeres, sino una disciplina para protegerse de ellas.

Necesidad real y aparente.

El principio de la indiferencia existe sólo cuando es puesto en práctica, se equivocan quienes suponen que informándose acerca de su modo de operar acceden a los beneficios de su influencia. Ahora, debo decir que no todos necesitan del ejercicio de esta disciplina, de modo que quienes lo consideren una banalidad, no tienen derecho a negar su eficacia, sino que deben admitir que si no les interesa es porque en apariencias no tienen necesidad de él, y por otro lado, tienen la obligación de confesarse ignorantes al respecto. El principio de la indiferencia existe independientemente de la opinión de terceros.

Descripción práctica. Formulación de la paradoja y conclusión final.

El Principio de la Indiferencia funciona cuando tomas conciencia de que al enfrentarte a una mujer, la bestia a domar no es ella sino tú mismo. Tú eres quien debe convencerse de que el resultado te es indiferente; y observemos que la indiferencia sólo es viable al relativizar aquello a lo cual se aplica, es decir, para que algo nos sea indiferente tenemos que existir nosotros, nuestra indiferencia, y ese algo, ya que la indiferencia en estado puro se es indiferente a sí misma.
Lo dicho hasta aquí parece bastante lógico.
Pero cuando apuntamos nuestra indiferencia hacia la mujer que está ante nosotros, no estamos siendo indiferentes, lo cual niega toda posibilidad de que la indiferencia tenga lugar si no es en estado puro. De modo que para aplicar eficientemente este principio, hemos de ser indiferentes a nuestra propia indiferencia, y aquí está la clave: el principio de la indiferencia consiste en no aplicar el principio de la indiferencia.
De lo que se desprende que, al enfrentarte a una mujer debes renunciar a todo enfrentamiento.
Lo digo yo, que hasta al día de hoy he sido incapaz de poner en práctica el principio de la indiferencia.

Es importante y exageradamente sobredimensionada la relación que hay en la actualidad del cuerpo como identificador de la personalidad del hombre y mujer de hoy con lo que podríamos llamar vida feliz. Es casi como la tarjeta de presentación. La somatotipia –que tiene mucho de fatalidad- por el cual se ocupa y preocupa compulsivamente el hombre contemporáneo es casi exclusivamente la búsqueda de una imagen agradable a los demás; de un perfil  juvenil y lozano, estéticamente armonioso, capacidad gimnástica, aire emprendedor y enérgico, jovial y alegre, vigoroso, calificado y con aires de ganador. Se presupone que un cuerpo así es imposible que pase desapercibido al prójimo -siempre atento mas a las formas que el fondo- no identifique inequívocamente a quien lo lleva encima. Pero esta corporeidad es la cáscara de un interior oculto; a fuerza de adornos, ornamentos, atavíos, afeites, acicalamientos mostramos a público lo que realmente no somos.
Por aquello es normal que en una época enceguecida por el culto fervoroso y adoración –de ribetes idolátricos- a lo corporal, oculte lo transitivo, lo pasajero y mortal de algo que acaba con el simple detalle técnico: el dejar de respirar y así este sea expedido definitivamente a los gusanos y a las comarcas del olvido.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los Riesgos del Escribir

Escribir es una faena ardua y peligrosa que causa muchas víctimas. La mayoría de los escritores se arriesga al fracaso total o parcial. Esto de unir palabras, una tras otra, laboriosamente, es una tarea que se hace en solitario. Cualquier persona que quiera acercarse a este ámbito deberá contar con este hecho. El periodismo, por ejemplo, es una profesión gregaria, que se hace a la intemperie de la calle pública, mientras que el oficio de escritor es una profesión solitaria que se hace puertas adentro.
La vida de un escritor es dura, porque tiene un compromiso con la veracidad: primero, consigo mismo; segundo, para con los demás y con los tiempos en que vive.
Hay placer y diversión en su oficio, pero también hay agobio. Los problemas que se le presentan los tendrá que solucionar solo, no habrá mucha gente con quien pueda discutir sobre su trabajo. Es la miseria y esplendor de su vocación.  Por todo esto se requiere ser de carácter fuerte para ser un escritor con cierto número de lectores y con éxito.
La principal virtud de este quehacer es la fortaleza. Tiene un compromiso inviolable con la verdad. El escritor como se sabe que vive en sociedad, que coexiste con sus prójimos y su circunstancia; tiene una urgente necesidad de comunicarse con los otros…con los absolutamente otros, como diría Ortega y Gasset.  El medio de comunicación entre los hombres es fundamentalmente la palabra. Mediante la palabra el hombre comunica a otro la verdad. De toda la fauna humana es el escritor el que debe promover la convivencia humana y la comprensión entre los hombres y esto se hace imposible sin la veracidad y, por consiguiente, sin la confianza.
Falsificar la Verdad es caer en la mentira y la mentira viola tres principios básicos de la convivencia humana, a saber: la mentira viola el principio de respeto al prójimo; la mentira destruye la confianza; claro, es prácticamente imposible depositar la confianza en una persona que suele mentir; la mentira degrada y perturba el orden social, la mentira hace que se extravíe la dignidad y hunda moralmente al hombre.

El escritor o la persona que escribe tiene un compromiso ineludible con la sinceridad. La sinceridad engendra sencillez y aleja de los ánimos el fingimiento o el interés por el enmascaramiento. Escribir es una suerte de strip tease psicológico. Aristóteles sostenía: “In medio stat virtus”, la virtud se encuentra en el medio…en el medio de la Razón.
Los escritores –pareciera, pero no es así- tienen la tendencia peculiar de creer en la manía persecutoria y, en otras formas de paranoia. La crítica es a veces despiadada y generalmente proviene de seres que no tienen mas sensibilidad de la de “un asno que pulsa la lira”, al decir de Erasmo de Rótterdam. Byron escribió: “Sé por experiencia que una reseña despiadada equivale a darle cicuta a un escritor en ciernes, y la que se hizo sobre mí me derribó. Pero pude volver a levantarme. En vez de cortarme una vena. Me bebí tres botella de clarete y contraataqué”. Coleridge, mas susceptible a las críticas, pero también mas agresivo, empezó así un poema: “Qué importa si un coro de bocas anchas y gélidas croa desde los pantanos malolientes de la pestilente tierra de la reseña” y lo terminó con estas palabras: “No, ríete, y dí en voz alta y alegremente: odio a esta tribu de gruñidores, y ella me odia a mí”.
El escritor debe ser enérgico y valiente, ha de estar dispuesto a experimentar y a correr riesgos inauditos. Por otro lado, el asombro debe acompañarlo siempre. No puede dejar de asombrarse de lo que dicen los demás y de lo que ocurre en el mundo.

martes, 18 de septiembre de 2012

Asturias - Isaac Albeniz

Kierkegaard teólogo

“Cabe aquí un pequeño problema para los observadores. Admitamos que todos los pastores de aquí y de las demás partes, que predican o que escriben, sean cristianos creyentes. ¿Cómo es posible que no se escuche nunca, ni nunca se lea, esta plegaria, que sin embargo sería perfectamente natural en nuestros días: Padre celestial, te agradezco que nunca hayas exigido a un hombre la comprensión del cristianismo, pues de otro modo, yo sería el más desventurado de todos. Cuanto más trato de comprenderlo, más incomprensible lo encuentro, más descubro solamente la posibilidad del escándalo. Por esto te ruego que la acrecientes cada vez más en mí.
Esta plegaria sería la ortodoxia misma y, suponiendo sinceros los labios que la pronuncien, al mismo tiempo seria de una impecable ironía para toda la teología de nuestros tiempos. ¿Pero existe la fe aquí abajo?”

Esta “nota” la escribió Soren Kierkegaard al pié de su último capítulo de “La enfermedad mortal”. La creencia ciega, sorda y muda de todos los tiempos aterraba a Kierkegaard. La fe inconmovible, la fe como adoración en el dogma del cristianismo que es el dogma del Hombre-Dios. Ese Dios antropomórfico, camaleónico, suprema potencia clownesca, de los imperativos que desesperan por la no-remisión de los pecados, que obliga a sumergirse –a nosotros los agnósticos (aunque, a veces, en virtud de la fé del carbonero logramos entrever "lados" de la divinidad)- en los ergástulos malolientes del demonio.
Dice que “la posibilidad del escándalo es el resorte dialéctico de todo el cristianismo”. Sin él, el cristianismo cae por debajo del paganismo y se pierde en tales quimeras, que un pagano lo trataría de pamplinas. La desesperante longitud tiempo-espacio entre el creyente y Dios continúa siendo un abismo infinito. Dios no necesita del hombre, el vive de sí mismo, nada en su propia mismidad. Si Dios necesitara algo…no sería Dios.