sábado, 31 de marzo de 2012

Ira y Venganza

Lucio Anneo Séneca, en “De la Ira” dice: “El color rojo excita al toro; el áspid se levanta delante de una sombra; un lienzo blanco alarma a los osos y leones. Todo lo que es naturalmente cruel e irritable se espanta por cosas vanas. Lo mismo acontece con los espíritus inquietos y débiles: alármanse por sospecha de las cosas, y hasta tal punto, que muchas veces consideran injurias favores ligeros, que vienen a ser fecunda y amarga fuente de su ira. Irritámonos contra nuestros mejores amigos porque han hecho por nosotros menos de lo que habíamos imaginado, menos que recibieron otros; cuando en ambos casos es otro el remedio.” Irritarse por las cosas debidas es asunto difícil. Aristóteles afirma que “el que se irrita por las cosas debidas y con quien es debido, y además cómo y cuándo y por el tiempo debido, es alabado”. Y si no, es casi seguro, que al menos, su actitud se encuentra enteramente justificada y es definitivamente fundamentada. Y esto significa, innegablemente, que la ira no es, en sí y por sí y siempre, mera facticidad reactiva o inter-pelado comportamiento vicioso o inmoral, por más que algunos que pecan de exagerada moralina, intenten sostener lo contrario. Pero no solamente esto: también habría que decir incluso que lo que resulta disoluto, o inmoral, o llanamente estúpido, es la deserción completa de ella, una suerte de no-ira, o de ira al revés, sobre todo en aquellos momentos en lo que es elegante y procedente es…manifestarla.
Ahora bien, que se trata de una emoción –y una de las más elementales y primarias- lo delata su grande intensidad y su carácter transitorio, además de las rugosidades de las expresiones faciales, inconfundibles y acaso universales; y en general, los componentes aspaventosos no verbales, gesticulaciones varias y simbólicas musarañas que la escoltan. Aparece, la ira como velociraptora que ataca ciegamente o como bruja que premedita frente a su caldero de  víboras recocidas: la astucia, la mentira, la adulación tentadora y hasta cierta belleza de silicona engañadora. “Nemo me impune lacessit”,  nadie me ofende impunemente, vocifera el resentido nietzscheano y urde su venganza. Para vengarse, lo primero es aprender el lóbrego arte del disimulo. Incluyendo ciertos fingimientos amistosos con aquel de quien queremos vengarnos, para que no sospeche nada cuando nos acerquemos sigilosamente a él. ¡Salud, amigo, bébete otro vaso de amontillado!

domingo, 25 de marzo de 2012

Bourrée - Gigue( J.S.Bach BWV996)

la figura

No se diga que la figura del prójimo no tiene importancia. “La figura del hombre es el mejor texto para cuanto se pueda sobre él sentir y decir” (Stella). Todo el repertorio de gestos corporales nos evidencian ante los demás, y el buen observador puede trasparentarnos, como en una suerte de radiografía anímica. Nuestro carácter se exterioriza en “las arrugas de la frente”, “la mirada directa o encorvada”, “la gestualidad operática de las manos”, “la tiesura de estandarte del cuerpo”, “esos rasgos agradables en torno de la boca cuando sonríe”, etc. En la apariencia se trasunta los rincones de nuestra personalidad…la energía, la generosidad, la jovialidad, el egoísmo, la ira, la inteligencia, la apatía, etc.; somos nuestra biografía ambulante y la llevamos como se lleva en alto un cartel publicitario. Se manifiesta en nuestro exterior todo un variado relato de nosotros mismos, los cuales son admirables y proporcionan un espectáculo encantador a quien gusta de contemplar las superficies de las existencias. “Lo que hay fuera, hay dentro; lo que dentro hay fuera”.
Para Platón belleza no era la perfección de los cuerpos, sino que era optimidad. Es la forma con que se nos presenta ante los ojos todo lo valioso. Simbólicamente se nos van anunciando los rasgos, el perfil caracterológico de los demás…de la gesticulación corporal, el gimnástico caminar, lo detalles del rostro, de la voz, del ademán. Todo un repertorio de significados expresivos pasa ante el observador atento, que se exterioriza en una forma de ser.

El encanto plástico objetivo, por ejemplo, del ser femenino se nos hace aparente –fenómeno: lo que aparece- y se despliega ante nosotros belleza encantadora, incluso que se percibe a distancia considerable. Con gracia expresiva, la mujer transeúnte, nos envía su mensaje corporal…