viernes, 24 de febrero de 2012

La temida Libertad

Para Ortega y Gasset la vida es en esencia, libertad. La libertad no es una posibilidad sino una inextirpable condición humana. La libertad es una accesibilidad a sí mismo y esto lo convierte en una potencia radical e incondicional para la vida. Una libertad sin apellidos…genérica. La libertad jurídica, por ejemplo, es cosa de abogados. Es un error que ha vuelto superficial y achatado este enorme asunto, entender la palabra “libertad” refiriéndola primariamente o exclusivamente al derecho y la política como si fueran éstos la vertiente de donde emana el fluir general de la vida humana que llamamos libertad. Porque se trata, verdaderamente, de esto. La libertad es el aspecto que la vida entera del hombre toma cuando sus heterogéneos elementos llegan a un nivel en su desarrollo que produce entre ellos una determinada igualdad dinámica. Tener una idea clara de lo que es “libertad” supone haber definido o encontrado con algún rigor la fórmula de esa ecuación. Tomamos intensamente conciencia de nuestra libertad cuando re-conocemos que nos apuntan requerimientos que, depende de nosotros aceptarlos o rechazarlos. Quién no re-conoce esto, no puede, en consecuencia requerir nada de los demás.

“La vida deja un margen de posibilidades dentro del mundo, pero no somos libres para estar o no en este mundo que es el de ahora. Sólo cabe renunciar a la vida, pero si se vive no cabe elegir el mundo en que se vive. Esto da a nuestra existencia un gesto terriblemente dramático. Vivir no es entrar por gusto en un sitio previamente elegido a sabor, como se elige el teatro después de cenar, sino que es encontrarse de pronto y sin saber cómo, caído, sumergido, proyectado en un mundo incanjeable, en éste de ahora. Nuestra vida empieza por ser la perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos en un orbe impremeditado.”
“Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se compone la vida. La circunstancia –las posibilidades- es lo que de nuestra vida nos es dado e impuesto. Ello constituye lo que llamamos el mundo. La vida no elige su mundo, sino que vivir es encontrarse, desde luego, en un mundo determinado e incanjeable: en este de ahora. Nuestro mundo es la dimensión de fatalidad que integra nuestra vida. Pero esta fatalidad vital no se parece a la mecánica. No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo –el mundo es siempre este, este de ahora- consiste en todo lo contrario. En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias y, consecuentemente, nos fuerza… a seguir. ¡Sorprendentemente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo”
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Hay múltiples opiniones respecto a la libertad, que vivenciaron y encerraron en conceptos los griegos dorados, cuando comenzaron a vivir “épocas de libertad”. Para Heidegger , por ejemplo, opuesto a Ortega, afirma que la libertad no es nada que se ejercite y menos tiene carácter de necesidad de forzarnos por el hecho mismo de sentirse vivo. En el pensamiento de Heideggeriano no hay lugar para determinaciones originarias que se nos impongan, que nos impongan ser libres; como si la libertad fuese algo de carácter existencial que se ejecuta como el acto por excelencia.
El hombre, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a ser dentro de una amplia gama de posibilidades. Le es dado el poder elegir, pero no le es dado el poder no elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a discriminar a hacer esto o aquello, a poner su atención y compromiso en algo determinado. De donde resulta que esa libertad para elegir, que es su privilegio en el firmamento del ser, tiene a la vez el carácter de condena y funesto destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante si mismo, cosa que no sucede con la piedra, la planta ni el animal, que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad. Y por esta condición irremediable resulta ser el hombre, ese extraño crío se va por el mundo llevando siempre adentro un reo y un juez fusionados y que son él mismo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El Mal Interno

El desgano ante la vida aparece cuando la conciencia se hace inhóspita a sí misma. Este desgano, primero, para la acción después para todo el ser; esta improductividad o falta de iniciativas va lentamente cristalizándose en cada poro hasta colonizar el cuerpo entero. Aparece, lentamente, como un no-cuidado, un descuido de sí, un sin cuidado o seguridad o seguritas, sine cura. Enfermo, sin cura, expuesto a los ingentes elementos de la vida. Este desamparo, entregada la sien al enemigo que avanza por todos los flancos con sus disfraces voraces: la soledad, la enfermedad, la miseria, la muerte; descuido y entrega ante el Mal interno o externo: la oprobiosa degradación ante sí mismo. El Mal interno: la tristeza –faz radical del Ser- es uno de los más corrosivos, que se agarra a las carnes como cáncer letal. Nos entristecemos, no por los Otros, ni por el mundo y sus problemas –lo que sería encomiable- sino que la tristeza arrastra consigo un origen que no conoce y un porqué de sí misma que no logra traducir.
Esta acedía, abandono de sí comienza por un fastidio y un aburrimiento ante el mundo. El mundo no ofrece ningún atractivo que nos impulse a la acción. La tristeza, ausencia de alegría nos ha invadido. Cuando no hay alegría, el alma se retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil. De cuando en cuando da un aullido lastimero o enseña los dientes a las cosas que pasan. Y todas las cosas nos parece que hacen camino rendidas bajo el fardo de su destino y que ninguna tiene vigor bastante para danzar con él sobre los hombros. La vida nos ofrece un panorama de universal esclavitud. Ni el árbol trémulo, ni la sierra que incorpora vacilante su pesadumbre, ni el viejo monumento que perpetúa en vano su exigencia de ser admirado, ni el hombre que, ande por donde ande, lleva siempre el semblante de estar subiendo una cuesta –nada, nadie manifiesta mayor vitalidad que la estrictamente necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación.” Dice Ortega en El Espectador.

La tristeza no es un mal externo. Santo Tomás llamó a la acedía (pereza, desgano), “tristeza del bien interno”. Se trata esta de la tristeza del bien interno divino; lo que es un delito gravísimo para el creyente. ”La tristeza: un apetito que ninguna desgracia satisface”. Dice Ciorán. La tristeza, la profunda, la auténtica no tiene raíces substanciales. La tristeza es comadre con el desgano –pero este no rompe con el mundo- y, también con el aburrimiento que es manifiesto y abierto rechazo ante toda presencia ontológica que amenace nuestro preocupado “estar delante de nosotros en vista de nosotros mismos”, según la conocida expresión de Heidegger. La tristeza es huída permanente, rechazo que elimina ipso facto todo presente, obviando ese sí mismo que jamás llegará a ser así, presencia ante sí.
La tristeza que marcha sobre el desgano y el aburrimiento tiene una abierta hostilidad al presente. Hostilidad que se aclara en tanto en cuanto el presente “nos detiene” en la consideración de lo Otro; en cuanto el presente real. El presente es un detenerse, un suspenderse de los afanes del mundo en que aparece violentamente la tristeza con su guadaña mortal: la nada.
El hombrecito en su existir humano se va inventando estratagemas inquietantes para huir del vacío, maña que consiste en no hacer nunca cuentas con el presente; el abstraerse de él, romper permanentemente con él…proyectando compulsivamente el futuro.

Por eso nos quedaremos con esta frase de Ciorán que nos sirve de asidero ante el abismo infinito de la nada.  “La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.”

lunes, 20 de febrero de 2012

Nihilismo antibiótico

“El Mal es en la misma medida que el Bien una fuerza creadora. Ahora bien, es el más activo de los dos. Pues con demasiada frecuencia el Bien haraganea”.
E. M. CIORAN.

El nihilismo contemporáneo es entendido como un abaratamiento y oposición de la vida en pro de las estimativas suprasensibles o ficciones -la vida toma así el precio de la nada-, (una suerte de nihilismo "negativo", en la interpretación de Deleuze sobre Nietzsche) y que deriva ineludiblemente a la desvalorización de esas estimas superiores; no sólo una negación de todo lo vital sino de cualquier potencia o acto de la voluntad (nihilismo "reactivo"), nada tiene alguna valorización, nada es verdad, mundo sin valores, despojado de sentido y finalidad. Recordemos que para Nietzsche toda cultura que crea en la existencia de una realidad total y absoluta, realidad en la que se ubican graciosamente los valores objetivos de la Verdad y el Bien, es una cultura nihilista.
Nietzsche se muestra iluminado, para quien el nihilismo, lejos de ser un problema, representa más bien una solución a la superstición y la ideología.
Se considera que el nihilismo (de nihil = 'nada') es la negación de la realidad sustancial. El nihilismo se ha expresado a veces en forma de una mismísima “concepción del mundo”. Ésta puede ser la concepción del mundo del que adopta un pesimismo drástico y fundamental, o bien la del que adopta un punto de vista totalmente “demolicionista”. En este último sentido se ha expresado el nihilismo en palabras de Mefistófeles, en el Fausto, de Goethe, al decir:

Ich bin der Geist, der stets verneint!
Und das mit Recht; denn alles, was entsteht
Ist wert, dass es zugrunde geht;
Drum besser wär's, dass nichts entstünde.
(Soy el espíritu que siempre niega.
Y ello con razón, pues todo lo que nace
no vale más que para perecer.
Por eso sería mejor que nada surgiera.)

Hay fórmulas radicales de nihilismo (alguna no se pueden tomar en serio). Por ejemplo, una  se encuentra en Pisarév, el cual escribió que “todo lo que puede romperse, hay que romperlo; lo que aguante el golpe, será bueno; lo que estalle, será bueno para la basura. En todo caso, hay que dar golpes a derecha y a izquierda: de ello no puede resultar nada malo”.
Ciorán, el cual ha desarrollado la idea de la “descomposición”: “el mismo nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, sin sustancia, pura ficción. He ahí por lo que no soy un nihilista, porque la nada es aún un programa. En la base, todo es sin importancia. Nada existe más que en la superficie, todo es posible, todo es drama”.
En un escrito sobre Marcel escribe Ciorán: “el nihilismo no es una posición paradójica ni monstruosa, sino más bien una conclusión lógica que hace naufragar a cualquier mente que haya perdido contacto íntimo con el misterio (misterio es un nombre pudoroso para el absoluto”.