Para Ortega y Gasset la vida es en esencia, libertad. La libertad no es una posibilidad sino una inextirpable condición humana. La libertad es una accesibilidad a sí mismo y esto lo convierte en una potencia radical e incondicional para la vida. Una libertad sin apellidos…genérica. La libertad jurídica, por ejemplo, es cosa de abogados. Es un error que ha vuelto superficial y achatado este enorme asunto, entender la palabra “libertad” refiriéndola primariamente o exclusivamente al derecho y la política como si fueran éstos la vertiente de donde emana el fluir general de la vida humana que llamamos libertad. Porque se trata, verdaderamente, de esto. La libertad es el aspecto que la vida entera del hombre toma cuando sus heterogéneos elementos llegan a un nivel en su desarrollo que produce entre ellos una determinada igualdad dinámica. Tener una idea clara de lo que es “libertad” supone haber definido o encontrado con algún rigor la fórmula de esa ecuación. Tomamos intensamente conciencia de nuestra libertad cuando re-conocemos que nos apuntan requerimientos que, depende de nosotros aceptarlos o rechazarlos. Quién no re-conoce esto, no puede, en consecuencia requerir nada de los demás.
“La vida deja un margen de posibilidades dentro del mundo, pero no somos libres para estar o no en este mundo que es el de ahora. Sólo cabe renunciar a la vida, pero si se vive no cabe elegir el mundo en que se vive. Esto da a nuestra existencia un gesto terriblemente dramático. Vivir no es entrar por gusto en un sitio previamente elegido a sabor, como se elige el teatro después de cenar, sino que es encontrarse de pronto y sin saber cómo, caído, sumergido, proyectado en un mundo incanjeable, en éste de ahora. Nuestra vida empieza por ser la perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos en un orbe impremeditado.”
“Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se compone la vida. La circunstancia –las posibilidades- es lo que de nuestra vida nos es dado e impuesto. Ello constituye lo que llamamos el mundo. La vida no elige su mundo, sino que vivir es encontrarse, desde luego, en un mundo determinado e incanjeable: en este de ahora. Nuestro mundo es la dimensión de fatalidad que integra nuestra vida. Pero esta fatalidad vital no se parece a la mecánica. No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo –el mundo es siempre este, este de ahora- consiste en todo lo contrario. En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias y, consecuentemente, nos fuerza… a seguir. ¡Sorprendentemente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo”
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Hay múltiples opiniones respecto a la libertad, que vivenciaron y encerraron en conceptos los griegos dorados, cuando comenzaron a vivir “épocas de libertad”. Para Heidegger , por ejemplo, opuesto a Ortega, afirma que la libertad no es nada que se ejercite y menos tiene carácter de necesidad de forzarnos por el hecho mismo de sentirse vivo. En el pensamiento de Heideggeriano no hay lugar para determinaciones originarias que se nos impongan, que nos impongan ser libres; como si la libertad fuese algo de carácter existencial que se ejecuta como el acto por excelencia.
El hombre, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a ser dentro de una amplia gama de posibilidades. Le es dado el poder elegir, pero no le es dado el poder no elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a discriminar a hacer esto o aquello, a poner su atención y compromiso en algo determinado. De donde resulta que esa libertad para elegir, que es su privilegio en el firmamento del ser, tiene a la vez el carácter de condena y funesto destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante si mismo, cosa que no sucede con la piedra, la planta ni el animal, que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad. Y por esta condición irremediable resulta ser el hombre, ese extraño crío se va por el mundo llevando siempre adentro un reo y un juez fusionados y que son él mismo.