sábado, 31 de diciembre de 2011

Cansancio Vital

Pensamiento y corazón circulan entre las cosas y los casos. Y en este ir y venir se reflejan en su horizonte especular las flamas de su perimetría. Tristeza, amargura, melancolía priman por estos días en que atención resbala sobre las realidades circundantes sin detenerse en ninguna.  Nuestra voluntad da giros circulares alrededor de que lo “que hay que hacer” sin detenerse a de-terminar. Somos el personaje de novela que sufre inacabablemente. ¿Exceso de idealismo? No nos interesa ni el dinero ni el halago; en plena y dolorosa conciencia de nuestros radicales defectos solo deseamos cierto imperativo de verdad, ciertas visiones que nos perfilen de nuevo la periferia de nuestra personalidad. Hemos perdido el fondo sustancial y sólido de la pisada segura y sorteamos boyas que se bambolean sobre el océano impreciso de las superficialidades.
La melancolía, la tristeza, el descontento son la compañía diaria de nuestro espíritu y operan como vaho nocivo sobre aguas estancas; esas emociones de desazón, de desamparo y vacío infinito nos dejan paralíticos –al margen de algunos intentos reprimidos- y tullidos a la orilla desierta del río bullente de la vida. Es entonces cuando advertimos el enorme desequilibrio entre nuestro ser virtual y nuestro ser actual. Y eso, eso es la inmensa infelicidad.
El conjunto de nuestros quehaceres espirituales no son más que sombras húmedas, oscuridad fría y dolorosa. Lejos están los amores apasionados o algún estado intenso de alegría. Miramos hacia atrás y…no hay rastros, ni estelas…ni mundo. Solo vacío y sombras sin movimientos ni gesto alguno sugestivo. Los tormentosos aullidos de acedía que irrumpen de la literatura romántica –ahora lo sabemos- son los quejidos de la sensibilidad, irritada como un perro enfermo, ante esa fantasmagoría que es el propio espíritu indolente y apático.

Se vive como un hongo, atenido a lo poco de sí mismo, sin ligadura al mundo circundante, sin interacción ni cambio de intimidades con el entorno inmediato. En nada ni nadie se encuentra alguna solicitud lo bastante interesante. Este escrito de hoy es otro de tantos bostezos de aburrimiento trascendental y hondo cansancio vital ante un mundo en que todo es insuficiente.

Ciencia del Escándalo

“La verdadera ciencia del escándalo no se aprende sino estudiando la envidia humana, un estudio fuera de programa, pero que a pesar de todo he hecho y a fondo, de lo cual me congratulo. La envidia es una admiración que se disimula. El admirador que siente la imposibilidad de experimentar felicidad cediendo a su admiración, toma el partido de envidiar. Entonces emplea un lenguaje muy distinto, en el cual ahora lo que en el fondo admira ya no cuenta, no es más que insípida estupidez, rareza, extravagancia. La admiración es un feliz abandono de uno mismo; la envidia una desgraciada reivindicación del yo.”

Soren Kierkegaard “la enfermedad mortal”

martes, 27 de diciembre de 2011

Fotos históricas

La fotografía: tiempo congelado

El tiempo es algo en lo que se puede fijar arbitrariamente un punto que es un ahora, de tal manera que en relación con dos puntos temporales siempre se puede decir que uno es anterior y otro posterior. A este respecto ningún ahora puntual del tiempo se distingue de cualquier otro. Cada punto, como un ahora, es el posible antes de un después; y como después, es el después de un antes.        Martín Heidegger

 La fotografía es una imagen denotada. Muchas veces es claramente explícita y las más veces es puramente alusiva. Alude a una circunstancia pero no la transcribe en su pleno significado. Sabemos que la percepción visual humana es tremendamente compleja; sin embargo, la lente de una cámara fotográfica, como el ojo, debido a la sensibilidad lumínica, registran imágenes  a la misma velocidad en que ocurren. Percibimos la realidad como una fluencia unidimensional que viene comandada por una entidad misteriosa que viene del futuro, pasa raudamente frente a nosotros, en un presente inasible, y se precipita inequívocamente hacia el pasado, convirtiéndose en ese mismo instante en existencia abolida, inerte, inmaterial. En la memoria humana se convierte en recuerdo, a veces claro como mediodía, a veces difuso como...una fotografía desenfocada. Pero lo que hace una cámara fotográfica a diferencia del aparato ocular es muy particular. La cámara fija la apariencia del acontecimiento. Captura -de  ese fluido unidimensional- el fenómeno, lo que aparece, la apariencia de lo visible y lo congela, lo bloquea, lo conserva; no para siempre, pero sí mientras exista la película y/o los píxeles. 
La fotografía hace con la realidad humana un ejercicio que es muy difícil de hacer. La fenomenología llama "poner entre paréntesis" un hecho, para poder estudiarlo. La captura de la realidad objetiva ha sido un problema constante de la filosofía. En ese sentido el "realismo aristotélico" es el que más se acerca a la cámara fotográfica. La realidad es lo que perciben los sentidos. Y el sentido de la vista siempre ha sido poderoso en esa búsqueda.  El "ver para creer" de Santo Tomás. Por supuesto que la llamada "corriente de la conciencia", a lo Proust o a lo Joyce; o la primacía de "la idea" de Renato Descartes no puede ser aprehendida por una instantánea fotográfica; pero sí la expresión, el fenómeno externo. El sentido de un evento - diría Enrico Castelli- trasciende su eventualidad. La intención -gracias al Venerable - es privativo arcano de cada cual. 
La fotografía ha sido un registro del devenir de la realidad humana y su circunstancia mucho más infalible que la frágil memoria. Aunque se diga que este registro es segmentado, parcelado; instantes apenas, breves como el click de la cámara. Antes de la invención de la cámara fotográfica no había nada -aparte de la narrativa, que también tiene sus limitaciones en la aprehensión de la total realidad- que registrara tan fielmente la historia del hombre, salvo los ojos de la mente: la facultad de la memoria. Con la fotografía el pasado nos trasciende haciéndose presente, el tiempo se hace eterno, y lo cotidiano se nos vuelve una cronología común y atemporal. Con la fotografía la realidad humana se hace con-mensurable, podemos hacer mediciones temporales mas precisas y colocar hitos y testigos más exactos en la temporalidad lineal y dispersiva de la historia humana. 
La fotografía también dice "yo estuve allí". Este aspecto relacionado con lo experiencial es importante. Una vida interior necesita ex-presarse. Necesita ser sacada a luz exterior, rescatarse permanentemente de la oscuridad. El arte de la fotografía es un modo de expresión artístico. En ella -el fotógrafo- al mostrar y proponer ante otros su propia experiencia de vida - punto del vista, luz y contraste,  perspectiva-, su personal apreciación, su juicio marginal; objetiviza su percepción del mundo mediatizada por la cámara. En ese sentido, el fotógrafo, no solo rescata, como en la historia, lo otro que es digno de ser salvado de la irreversibilidad del tiempo y deja grabado imperecederamente en el reino de este mundo cosas y casos que de otro modo se hubiese perdido en los túneles del tiempo y los abismos del espacio. La nada que todo lo corroe merodeando siempre la finitud del ser, la frágil y breve existencia del "bípedo implume", disolviendo implacablemente la frágil memoria humana.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Allemande - Silvius Leopold Weiss

la barra del bar

El bar es el mundo abierto. Allí nos desfocalizamos y resbalamos sobre la topografía del lugar, así como por nuestros pensamientos. Alguien llamó a esos rincones atmosféricos “núcleos confesionales”; desde la semipenumbra, desde diversas coordenadas espaciales nos llegan rumores de esas “confesiones” íntimas y esenciales que en un vuelo y revuelo anímicos se convierten en una masónica experiencia común.  De alguna manera, ese lugar de rincones adimensionales –desde el anochecer- se convierte en iglesia…que es el lugar físico en donde las experiencias espirituales se objetivizan en una gran práctica comunitaria. Allí, las almas penitentes son unánimes y convergen hacia el atrio sagrado iluminado con neones y velones consagrados con cerveza y vino de la casa…la barra. En ese particular lugar de este universo conversatorio de arriman los mas temerarios, los mas solitarios y ascetas; los mas necesitados de dioses temporales y sedientos de comuniones (uniones comunes) que le permitan trascender aunque sea por unos instantes de sus interiores que le atormentan.
Allí el tiempo lineal es demolido; el bar es un magnífico lugar para la búsqueda del “tiempo perdido”, tiempo de las palabras no dichas, tiempo de anhelos estropeados, de amores inconclusos, de deseos inconfesables, de hondas penas que nos sofocan el aparato respiratorio y el alma entera. Allí el tiempo es abolido, allí el tiempo que se devora a sí mismo, deja en esos momentos de devorarnos a nosotros y se diluye por los rincones oscuros de la cantina.
En la barra es como estar desguarnecido, al sereno, en donde la mundanidad se expone sin pudores inhibitorios y la confesión de fé se ectoplasma entre los vasos y las botellas. Se revelan allí testimonios de vidas personales que solo aparecen en ese altar público del bar. En ese santom santorum, fuera del espacio y del tiempo mundanos nos mostramos tal como somos. Se saca afuera, se hacen común las intimidades que más nos sofocan; y en medio de esta compilación de soledades ocurre un fenómeno grandioso: nos liberamos por algunos instantes de la casi insoportable y pesada carga de los trajines y proyectos, de las idas y venidas –aplastados por el tiempo y el espacio- de la mundanidad del mundo inexorable.