sábado, 25 de agosto de 2012

Felicidad?????

En su último libro-ensayo, «Para desengaño de los que buscan ser felices», Gustavo Bueno catalogó de mito a la Felicidad, refiriéndose a ella únicamente como figura literaria. Según él ni el hombre ha nacido para ser feliz, ni vive para ello. Coherente con su materialismo dialéctico, sus provocaciones filosóficas -a menudo interesantes- son siempre un revulsivo que nos obliga a pensar. Contrasta con él el gran científico y filósofo Pascal sugiriendo que «todo hombre quiere ser feliz, no quiere ser sino feliz, y no puede dejar de quererlo». Tal vez el juicio de Pascal obedeciera a esas otras razones del corazón, que... la razón no conoce.

Me inclino a pensar que lo que llamamos felicidad es algo que se encuentra más allá del acto de gozar o disfrutar, envuelto por un sentimiento de dicha, goce y satisfacción que no se debe confundir con el placer sensible, puesto que es una experiencia que se vive y se siente, y no una cosa que se define y razona. Por esos caminos de la sin-razón no transita la filosofía.

¿Cómo se define, pues, ese estado de equilibrio en el que sonríes, estás alegre, amas a los que están contigo -sintiéndote de ellos amado-, no tienes ningún problema y eres hasta capaz de llevar al mundo por montera? ¿Para alguno existirá ese estado feliz o todo se quedará en una mera utopía? Como el aceite y el agua, ¿no serán también incompatibles el hombre y la felicidad? Es de Baltasar Gracián aquello de que «todos los mortales andan en busca de la felicidad; señal es de que ninguno la tiene», rematando con lo del «nemo sua sorte contentus». Más superficial en contenidos, nos lo sentencia en pareados el cortesano Campoamor: «No tengas duda alguna; felicidad suprema no hay ninguna», a lo que Vargas Llosa apostilla que «sólo un idiota puede ser totalmente feliz». Si la felicidad es un «ánimo subjetivo de felicidad», algo tendrá que ver cada sujeto y, dentro de una sociedad evolucionada, la capacidad de cada uno para ser feliz. No es lo mismo un ser con necesidades primarias, que otro con otro tipo de necesidades y apetencias, por más secundarias o sofisticadas que las podamos pensar. Sin duda equivocado estaba quien dijo que «si el conocimiento nos hace libres, la ignorancia nos puede hacer felices». La realidad es que la ignorancia a todos nos hace estúpidos. En el banquete de la felicidad cada uno participa según sus capacidades y sus hambres. También los perros participan del banquete de su señor: ellos también se sacian -y por ello son felices- con las migajas, sobras, huesos y despojos que les puedan caer de la mesa. En una sociedad tan diversa, es lógico que haya niveles y estratos diversos de «saciedad» y, por supuesto, de felicidad.

Estoy de acuerdo con Leibniz cuando sugiere que «nuestras inclinaciones no nos conducen propiamente a la felicidad, sino al placer»; es decir, a una felicidad momentánea, «mientras que sólo la razón nos puede proporcionar una dicha duradera». A la razón añadiría yo el corazón, con toda su capacidad de amor y comprensión. Aquel siempre niño gafotas, Miguel de Unamuno, autoapellidado «cartujo laico, ermitaño civil y agonístico», acaso desesperado por su hambre de inmortalidad, en su anhelo y lucha por la felicidad, se preguntaba sin rebozo: ¿Se puede ser feliz sin esperanza?; para contestarse -no desde la Lógica razonable de los filósofos, sino desde «la Cardíaca» que él inventara- que «una ventaja de no ser feliz es que se puede desear la felicidad». Para eso vivimos. ¿Qué no es la historia de la humanidad sino una incesante lucha por ser felices?

La felicidad es un puro cuento mitológico. Todos la prometen y todos la buscan compulsivamente. Se hacen encuestas engañosas. Algunos hay que hasta la difunden, publican, notifican, cacarean y predican desde sus religiones y sectas carbonarias, desde las iglesias cienciológicas, espiritistas, gnósticas, hare kríshnicas, mormónicas, platillistas, evangélicos, testigos de Jehová, siloistas, babaistas, niños de dios…etc; desde sus partidos políticos, desde sus logias masónicas, desde sus metafísicas azucaradas a lo Connie Méndez, desde mercados municipales, o los mismísimos profesores de filosofía -dipsómanos y cornudos a la vela-en sus cátedras; comunicadores de moda, opinólogos de la contingencia farándulera de opinión radiada, escrita o televisiva. «A vivir, a vivir, que son dos días» es un mensaje subliminar de la radio Felicidad. “Get Lucky” -sé feliz-, nos bombardean desde una marca de tabaco. “Don`t worry, be happy” -no te preocupes, sé feliz-, es otro ringorango sonsoneteado, constante vital que poco tiene que ver con el sabio “Carpe diem” horaciano de vivir el instante, el momento efímero que se nos escapa, como se nos escapa el agua en el cuenco de la mano. Esas felicidades enlatadas y de plástico, verdaderos fuegos fatuos de gas neón, que nunca llegan.
Por esto y aquello la mayoría de los especimenes humanos que habitamos este planetoide buscamos la felicidad que alguien llamó “canalla” -de canis, perro-, que se alimenta de despojos, drogas químicas, cannabis, porros, pasta base, “éxtasis”, gula de chatarra orgánica, alcoholes varios, sexo fácil sin amor, grotesco, barato, trivial, promiscuo, epidérmico, insípido y pasajero. El consumismo afiebradamente barroco; compra, compra, compra para alimentar los puercos egos. Esa camioneta enorme me gusta...la llevo (en ningún momento se deja pensar que es inversamente proporcional al tamaño de su pene). Es una felicidad desechable, engañosa y fungible, el “rato solamente”…pero es que hay otra felicidad?...
Esta "civilización" occidental está enferma por aquello de ser compulsivamente "apegada a los apegos".