sábado, 26 de noviembre de 2011

La Inmortalidad del Alma

Uno de los diálogos mas hermosos, que llena de emoción, de emoción contradictoria, porque en el se mezcla la tristeza con la alegría es, El Fedón. El tema central de este Diálogo es nada menos que el problema de la Inmortalidad del Alma. Desde el punto de vista de Platón, dicho problema es “el problema” de la Inmortalidad del hombre, es decir, si el hombre íntegro, el hombre en su naturaleza esencial –en esa identidad que se manifiesta a través del tiempo- perece absolutamente en la muerte o sobrevive a ella.

Esta es una interrogante que se ha planteado desde siempre, de manera inevitable, necesaria, ineludible. Este es un problema que se clava en el corazón del hombre con fuerza creciente a medida que el tiempo pasa. Todos los demás problemas humanos los podemos eludir, pero aquel, el de la inmortalidad al alma, se nos interpone de una manera categórica y formal.

Recordemos que este Diálogo comienza cuando Echécrates se encuentra con Fedón y aquel le dice preguntando: -¿Tú, Fedón, habías visitado la cárcel aquel nefasto día en que Sócrates puso fin a su vida bebiendo la cicuta, o supiste de ellos por la narración de terceras personas?. Fedón responde: -“Yo estuve allí”.
Platón relata en este Diálogo los últimos momentos de Sócrates, su amigo y maestro. Sócrates había sido condenado a muerte por “hacer pensar” a los jóvenes atenienses. Para sorpresa de todos los discípulos presentes, Sócrates nos va a hablar sobre por qué los hombres no deben temer a la muerte. Con talante festivo, con alegría habló largamente a sus discípulos de su convicción de que la muerte, para un hombre bueno, es el alza del telón en un drama para el que la vida entera ha servido de ensayo: el drama de la liberación del alma del confinamiento en el corral o pocilga” del cuerpo, donde hasta entonces estuvo prisionera. “Mientras estemos en la vida –dice Sócrates- no nos acercaremos a la verdad más que alejándonos del cuerpo y no mas teniendo relación con él que la estrictamente necesaria, sin permitirle que nos contamine de sus corrupción natural y, conservándonos puros de todas sus suciedades hasta que los dioses mismos vengan a libertarnos”.
Una vida entregada a la verdad es de suyo una larga preparación para esa bienaventurada libertad del alma.

Como el había consagrado su vida a la búsqueda de esa Verdad, podía mirar hacia delante con confianza y sin temor. Sócrates, al ver que algunos de sus amigos estaban perturbados por dudas científicas, acerca de la verdadera existencia del Alma, dedicó la última parte de su Diálogo a explicar sobre la “verdadera distinción entre el alma y el cuerpo”, y sobre los fundamentos para creer que ni nace con el cuerpo ni muere con él, sino que participa en la eternidad de la Verdad y Bondad que conoce.
Es por eso que Sócrates siempre aconsejó que hay que “hacer el Alma”–ese algo dentro de nosotros que piensa y sabe- “tan buena como sea posible”.

¿Esa “fe” de Sócrates en la Inmortalidad del Alma es humana o divina?

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Apuntes sobre el problema del Ser.

II parte: El Ser que juega a las escondidas de Parménides

El mas antiguo y reiterado tema de la filosofía es el del Ser. Fue Parménides de Elea (siglo VI a.C.) el que busca y “descubre” que detrás de la variedad de cosas, cualidades y sucesos que con-forman el espectáculo del mundo, se encubre una realidad trascendente., el “verdadero Ser” de las cosas. Con Parménides llega su máxima expresión una de las características de la filosofía, a saber: la exigencia de racionalidad sobre el mundo. A Parménides le interesa, sobre todo, el orden, la coherencia y fijeza de las ideas abstractas, que, por supuesto, no es lo primero que encontramos en nuestra cuotidiana experiencia.
Lo primero que encontramos es el mundo repleto hasta los bordes de cosas. Y “los mortales de dos cabezas”, como dice Parménides toman como “la realidad” lo que ven, oyen, palpan; sin lograr “ver” que detrás de los fenómenos está el “verdadero Ser de las cosas”. Las cosas, en griego “prágmata”,  muestran a los sentidos múltiples aspectos o propiedades. Son duras o blandas, frías o calientes, grandes o pequeñas, bellas o feas; árboles, plantas, animales, estrellas, mesas, planetas, lápices, etc. pero consideradas por otro órgano, con el pensamiento o “nous” griego, toda esta multiplicidad de cosas que conforman el mundo, presentan una propiedad sumamente importante y común a todas: antes de ser blancas o negras, antes de ser animal, planta o barco, las cosas “Son”.
Se pude, con lo dicho, extraer una doble significación.
Primera. Se designa el conjunto de los seres como lo infinito e infinitamente múltiple que “existe”, el mundo del Ser, el mundo donde habita el Ser.
Segunda. Designa el Ser del mundo, la realidad total y primaria que no necesita de ulterior fundamentación: el hecho que las cosas “existen”; en este sentido es el Ser “lo general” que es común a todos los contenidos, por diversos y opuestos que puedan ser.
En la primera significación es el contenido total del mundo, abarca el mundo en su multiplicidad que encuentra su punto de coincidencia en el hecho de existir. En la segunda significación es la forma común a la multiplicidad de las formas del mundo, el Ser constituye la unidad que hace posible ese punto de coincidencia de la multiplicidad. Entonces, la inabarcable plenitud del mundo, cuya pluralidad y diversidad ningún pensamiento puede reducir a verdadera unidad, ha sido fundida, reducida al yugo de este único pensamiento: que todo “Es”, unitariamente. Y en el otro sentido, en la significación abstracta del concepto del concepto Ser que prescinde de toda extensión y se convierte en la fórmula verbal que expresa el elemento común a todas de todas las cosas. El concepto filosófico del Ser es el que mas unifica, dentro del espíritu, la totalidad del mundo.
Pero esta realidad ontológica, que se manifiesta al espíritu, no existe para los sentidos. Muy al contrario, nuestra experiencia sensible se rebosa de una multiplicidad de cosas que vertiginosamente nacen y mueren, aparecen y desaparecen. Parménides niega la verdad a esa experiencia cambiante de los sentidos y pone toda la verdad en aquel mundo inteligible, único, eterno, inmutable, descubierta por el pensamiento (nous), que es el Ser. Dice en este sentido que son “lo mismo” el Ser y el pensar. Y a los ojos del pensar el ser es “uno e inmóvil”, frente a la “pluralidad y cambio” de las cosas que se dan en la sensación. Con Parménides comienza la división de los dos mundos, el de la verdad y el de la apariencia (opinión o doxa), que es falsedad cunado se confunde con la verdadera realidad.

“yo te dejo…de aquello (el camino de la investigación) sobre lo que yerran los mortales de dos cabezas, que nada saben, pues la insensatez dirige en sus pechos el vacilante pensamiento. Y se agitan aquí y allá, mudos y ciegos, tontos; muchedumbre de insensatos, para quienes el ser y el no-ser  les parece lo mismo y no lo mismo, y para quienes el camino de todas las cosas se halla en direcciones opuestas”. Parménides (Fr.6; 4-5)
El Ser de Parménides es el Ser en general que es solamente uno, universal y siempre el mismo. No se le puede dividir en diverso y múltiple, individual y substancial, ni hay modos de señalar en él grados diferentes de intensidad. Sin cambio ni movimiento, no conoce ningún devenir ni ningún perecer. En perfecto reposo y rígido, semejante a la forma de una bien redondeada esfera, igual  y uniformemente contorneada por sus límites. Así el Ser parmenídico es siempre igual, rígido, en eterno reposo, que afirma de un modo conciente en el pensamiento intelectual (nous) como vía única para la verdad. El conocimiento sensible es de naturaleza engañosa. Esta distinción entre el conocimiento sensorial y el conocimiento abstracto habrá de gozar de la máxima aceptación en todo el decurso de la historia de la filosofía. Todas las formas de racionalismo caminarán por las vías descubiertas por Parménides.