viernes, 23 de noviembre de 2012
Resentimiento y crueldad
Como ha indicado un glosador de Nietzsche, no se trata, simplemente, del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez del fruto, y se contenta con negar esta apreciable condición a las uvas que están demasiado altas…fuera de su alcance. El "resentido" va aún más allá: odia la madurez y prefiere lo agrio. Es la total inversión de los valores: lo superior, y precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su esfera se enseñorea lo menor e inferior. Al resentido endógeno no le basta, por ejemplo, la muerte del adversario…quiere ir más allá.
Justamente a Fede Nietzsche le debemos la revelación del mecanismo que funciona en la conciencia individual y pública degradada: le llamó ressentiment, resentimiento. Cuando un hombre se siente ante sí mismo inferior y pequeño por carecer de ciertas aptitudes —inteligencia, valentía o elegancia— trata veladamente de afirmar ante su propia vista negando el valor de esas cualidades en el otro.
Flagrantior aequo non debet dolor esse uiri nec uulnere maior, “El resentimiento de un hombre no debe ser más ardiente de lo justo ni desproporcionado a la ofensa”. En efecto, tiene razón Juvenal, (en sus Sátiras): no debe ser el resentimiento superior a la ofensa, pero menos aún puede tolerarse que lo sea el castigo. Y es que incluso en el supuesto caso de que el delito resultara tan inhumano que pueda pensarse de que es merecedor de ningún castigo más liviano que la muerte, con ella basta, y todo otro sufrimiento incrementado resultaría no sólo brutal y cruel, sino también infame y vil: “Todo cuanto va más allá de la simple muerte me resulta pura crueldad”, dice Montaigne.
Entonces, ¿qué es ser cruel? ¿Por qué un individuo es cruel?
Schopenhauer cree encontrar la respuesta en el permanente dolor que es consustancial, según él, a nuestra existencia. Se sabe que, en su opinión, nuestra vida no es más que persistente sufrimiento e insatisfacción; a tal punto, que suponiendo de que alcanzáramos todos nuestros propósitos y metas, siempre permanecerán como background la angustia y el vacío. Esa inquietud perpetua y ese sufrimiento insalvable son quienes, finalmente, termina por engendrar la crueldad. Y la explicación, según él, es la siguiente:
«Todo esto es sentido en muy escasa medida por una volición corriente –asegura el filósofo alemán–, y sólo comporta una pequeña dosis de tristeza, pero en aquel hombre cuya voluntad posee una intensidad inusual provoca la manifestación de la maldad, de lo cual se desprende necesariamente una desmesurada angustia interior, una inquietud perpetua y un dolor irremediable; por eso se ve impulsado a buscar indirectamente el alivio que no es capaz de hallar de inmediato, intentando mitigar el sufrimiento propio mediante esa contemplación del padecimiento ajeno donde al mismo tiempo reconoce una expresión de su poder. El sufrimiento ajeno se convierte para él en un fin en sí mismo, en un espectáculo con el que se deleita. Y así se origina la manifestación de la crueldad propiamente dicha.»
La crueldad, nace del sentimiento de la propia insuficiencia resentida y menesterosidad, y es un mecanismo que busca compensar una inferioridad (real o imaginaria) mediante el proceso de causar daño y dominar a otro, lo que genera una sensación placentera y una satisfacción que tiene su principio en un sentirse, aunque no sea más que durante el tiempo que dura el atropello, fuerte y superior. A poco de consumado el agrado, de nuevo brota la angustia, y el proceso vuelve a marchar una y otra, y otra vez, sea con la misma víctima, sea con otra distinta. Y hasta es posible que entre uno y otro ataque haya manifiestos gestos de arrepentimiento y promesas de re-generación. Pero es inútil: las más de las veces son falsarias; y aún en el supuesto de que fuesen sinceras, el dispositivo volverá a emitirse tarde o temprano, con el carácter irrevocable e irremediable de una ordenanza legal.
Por lo demás, se trata de un dispositivo compensatorio automático sin paralelo alguno en ruindad y en vileza, porque la crueldad sólo se ejerce (sólo puede ejercerse) sobre alguien más débil y frágil (en el sentido que sea) y, no pocas veces, sin culpa ninguna en las frustraciones que corroen a su torturador: se trata, en muchos casos, de una simple y “a mano” víctima propicia; de alguien que resulta asequible y a quien se puede maltratar sin correr mayores riesgos circundantes. Y, desde este enfoque, la crueldad es una de las formas más estruendosas e infames de la cobardía: “La cobardía, madre de la crueldad”, dejó escrito Montaigne en el título de uno de sus ensayos. Y cuando va aparejada del resentimiento que, suele ser el motor impulsor, así es, en efecto.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Un Voyeur Metafísico
Allá por el año 1951 invitaron a Ortega y Gasset a Darmstadt y, no sin sorpresa, se encontró en medio de una especie de congreso de Arquitectos. En esa oportunidad se quejó el filósofo que en Alemania no le avisan a uno nada, de suerte que cuando lo invitan a algo no se sabe, por anticipado, qué es ese “algo”, y al ir no sabía ciertamente adonde iba. La otra sorpresa que se llevó es que se encontró con Martín Heidegger, una suerte de rival antifonero filosófico de Ortega, en ese momento. Lo único que le habían advertido era que el tema principal versaba sobre la técnica. Por lo que llevó a esa parte de la Germania una conferencia genial titulada: “El mito del hombre allende la técnica”.
Y así fue que uno de los arquitectos protestó que en las faenas arquitectónicas se introdujese el “denker” (el pensador) que, con frecuencia es “zer-denker” (des-pensador) y no deja tranquilos a los demás animales creados por el buen Dios. Ortega no se dio por aludido, pero haciendo uso de aquella “ironía socrática” que le caracterizaba, dijo: “El buen Dios necesitaba del des-pensador para que los demás animales no se durmiesen constantemente”. La mayoría rió de buena gana, sobre todo los más jóvenes. Sabemos que los arquitectos siempre están demasiado ocupados tratando de salir de sus laberintos euclidianos y tienen poco tiempo para pensar.
Ortega se preguntó es aquella histórica ocasión ¿Cómo se explica la existencia en el especialista (arquitecto) de este “primer movimiento” hostil ante todo brote de efectivo y diestro filosofar?. Y analiza ante todo dos razones. En al primera el especialista se ve obligado a percibir que su disciplina es parcial, que el, por tanto, es un hemipléjico o padece cualquiera otra enfermedad que “reduce al hombre a no ser sino un rincón de sí mismo”. Que es monotemático, que mira la vida con ojo miope, que ve partes o porciones del mundo. Que desde su particularísima parcela no puede ver lejanos horizontes, sino, solamente los cierros de hormigón perimetrales inmediatos y colindantes.
Por otro lado el filósofo, desde su primera palabra se advierte que habla “desde” el horizonte, que su voz viene y va a toda la extensión de la realidad, que no es un ruido comarcal ni local sino universal y cósmico, Su voz es general y ecuménica.
En segundo lugar, el hombre que, al fin y al cabo, lleva debajo de sí el especialista, descubre, ante el hablar del filósofo, que el tenía también en su intimidad una filosofía, que era filósofo sin saberlo. Pero que esa su era filosofía superficial, que “mas abajo”, como en un subsuelo existe otra mas profunda, mas recóndita, mas fundamental. Entonces el especialista se siente incómodo, molesto de ser descubierto por el filósofo. Esto de sentirse visto y descubierto por esta especie de voyeur metafísico, desde “abajo”, esto de que alguien levante a todas las cosas la faldas y le examine el trasero, le pone frenético y le parece; acaso con una punta de razón, indecente, impúdico…hasta obsceno.
La filosofía es siempre una invitación a una excursión vertical, hacia abajo. La filosofía va siempre detrás de todo lo que hay ahí y debajo de todo lo que hay ahí. Es una suerte de anábasis, una retirada estratégica, un perpetuo retroceso. Pues el destino del filósofo es ir por detrás y por debajo de las cosas para verles la espalda y el asiento. De allí la inquietud del especialista, cuando ve que el filósofo revuelve su capa ideológica y envuelve su retaguardia y se le pone inquietantemente a su espalda.
Felicidad
“El secreto de la felicidad no se encuentra en la búsqueda
de más, sino en el desarrollo de la capacidad de disfrutar de
menos.”
Socrates
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