El existencialismo es la filosofía de los aspavientos. Trágica fraseología repleta de patetismos y gesticulaciones mayestáticas. Palabras que provocan espanto, que nos sobrecogen el corazón: angustia, desazón, decisión, abismo…Nada. El existencialista parte a la batalla con la sien herida; parte resuelto de que no es posible saber lo que el hombre es y con él el mundo. Todo lo que no sea un profundo misterio irreductible, un abismo insondable, una negra y caliginosa sima, un incognoscible por doquier y un asco perpetuo a todo lo que de blanco tiene, le resulta espantosamente superficial y de poca monta. El existencialista se echa al camino decidido a no “entender” nada, porque “entender” es para los simplificadores de siempre que se adormecen en el colchón de sus creencias ingenuas. Al igual que los narcos necesitan su droga, él necesita oscuridad y muerte y…Nada. Esta radical afición a la angustia –de que Heidegger es el más ilustre ejemplo- es su principal síntoma. Es paradojal, pero les gusta “pasarlo mal”; “gustan de los cementerios de muertos bien relleno”, “machacar cráneos” y “que solo se vislumbre la muerte en derredor” (los versos son de Espronceda).
Por el lado que se quiera tomar el mundo es extraño y desazonador. El mundo es resistencia. Al resistirse el mundo se me descubre como “otro que yo” y siendo como él. Pero en ese rechazarme el mundo descubro lo que hay de “bueno”, de favorable, de placentero, en él. Náufrago, anhelo la beneficencia que es la “resistencia” de la tierra firme. El mundo no es solo océano en que ahogo sino también playa a la que arribo. El mundo, entonces, me revela como resistencia a mí, me revela el mundo.
Es el Sentimiento trágico de la vida Unamuniano. El error está en que la vida no puede, en sí, ser una tragedia, sino que es “en” la vida donde acaecen y son posibles las tragedias. Esta idea trágica de la vida está impregnada de melodramatismo. Imaginación romántica que une a Kierkeggard-Unamuno-Heidegger.
El existencialismo ve la vida como sustancial problematicidad. La vida es constante peligro mortal, fenómeno del ente finito condenado a diluirse en la Nada absoluta. Heidegger pretende que la Vida es Nada, demostrando ipso facto que lo que dice es no-verdad. Porque la Nada que es la Vida tiene la particular condición de que de ella surge la incoercible energía de “gozarse” en elaborar el juego de una teoría, de una filosofía que hace patente y presente la Vida como Nada. Si la Vida fuese, en efecto, solo Nada la única salida congruente sería suicidarse. Pero, resulta, lo extremo contrario, que en vez de suicidarse, la Vida se ocupa en filosofar.
A estas ideas trágicas de la Vida , extremadamente pesimistas y angustiantes, oponemos el “sentido deportivo y festival de la existencia”. El hombre juega a filosofar. Audazmente, imbuidos por la “libertad de espíritu”, con alegría acrobática juega a teorizar. Ortega postula que frente a la abrumadora seriedad de la vida, con la risueña jovialidad del deporte, del juego, el hombre filosofa. Y este es el tono adecuado para filosofar. El filósofo es un “descifrador de enigmas”, que lo empareja con un intérprete de jeroglíficos, con un jugador de póker, con el trabajador que entreteje palabras cruzadas del diario de la mañana.