sábado, 24 de septiembre de 2011

Necesidad de Metafísica

¿Porqué, el hombre, hace metafísica?…por necesidad. . El ser germina como una necesidad que el hombre siente frente a las cosas. El hombre no es más ni menos que… vida. Y vivir es encontrarse como náufrago, a la deriva, en el océano de las cosas. Y no nos queda más remedio que aferrarse a ellas. Pero nuestra relación con las cosas es constitutiva inseguridad ya que son fluidas, vacilantes, fortuitas, accidentales, aleatorias.  
Hay una necesidad psicológica de poseer una idea completa del mundo, la filosofía es una actividad "constitutivamente necesaria al intelecto" (afirma Ortega). De lo cual podemos inferir que para el hombre –filósofo o no- el filosofar es inherente al vivir o más precisamente el filosofar es función vital y trascendente de la vida, en la medida en que el intelecto, el pensamiento, parejamente lo es.
Esa necesidad intelectual previamente constatada por cada cual –en mayor o menor grado- es lo que impele a la búsqueda para que aquiete esa inquietud de nuestra inteligencia. Sin esa inquietud preliminar no cabe el aquietamiento. Paralelamente decimos que hemos encontrado la llave cuando hemos hallado un preciso objeto que nos sirve para abrir un armario cuya apertura nos es necesaria. La precisa búsqueda se calma en el preciso hallazgo: éste es función de aquélla. Ortega en sus Lecciones de Filosofía, afirma:
“Para quien no la necesita, para quien no la busca, la Metafísica es una serie de palabras o, si se quiere, de ideas que, aunque se crea haberlas entendido una a una carecen, en definitiva, de sentido; esto es, que para entender verdaderamente algo, y sobre todo la Metafísica, no hace falta tener eso que se llama talento ni poseer grandes sabidurías previas; lo que, en cambio, hace falta es una condición elemental, pero fundamental: lo que hace falta es necesitarla.”
Al cabo asumiremos que una verdad en rigor no existe propiamente sino para quien la necesita, que una ciencia no es tal ciencia sino para quien la busca afanosamente, en fin, que la Metafísica no es Metafísica sino para quien la necesita.
Pero hay necesidades primarias y secundarias y sus innumerables variaciones. Y es Ortega quien explica magistralmente sobre estas menesterosidades. “Hay una expresión de San Francisco de Asís donde ambas formas de necesidad aparecen sutilmente contrapuestas. San Francisco solía decir: «Yo necesito poco y ese poco lo necesito muy poco.» En la primera parte de la frase San Francisco alude a las necesidades exteriores o mediatas, en la segunda a las íntimas, auténticas e inmediatas. San Francisco necesitaba, como todo viviente comer para vivir, pero en él esta necesidad exterior era muy escasa, esto es, materialmente necesitaba comer poco para vivir. Pero, además, su actitud íntima era que no sentía gran necesidad de vivir, que sentía muy poco apego efectivo a la vida y, en consecuencia, sentía muy poca necesidad íntima de la externa necesidad de comer.”

Digamos que la Metafísica es algo que el hombre hace por necesidad íntima y vital, o por lo menos, algunos hombres; si todos aunque no se den cuenta, Pero esta definición no nos basta, porque el hombre hace innumerables cosas y recorre casos  y no sólo Metafísica; más aún, el hombre es un perpetuo, ineludible, incansable puro hacer. Hace su casa, hace política, hace tecnología, hace poesía, hace ciencia, hace paciencia; y cuando pareciera que no hace nada es que espera algo, y esperar algo sin saber qué; nuestra experiencia nos lo confirma, es también un terrible y angustioso hacer: es hacer tiempo, es lapidar tiempo…es convertir el tiempo en nada.

La Vida de cada cual

La vida según Dilthey -filósofo de la historia-  es una misteriosa trama de azar, destino y carácter.

Esta frase, como casi todas las filosóficas es hermética. Si resbalamos la atención mental por fuera de la frase, no la aprehenderemos en su sentido plenario y, sobre todo, vital. El sentido no sale hacia fuera por sí mismo. Para entenderla, irremediablemente, hay que entrar en ella, penetrarla, no quedarnos en fenomenologías, en descripciones periféricas –indispensables, con frecuencia espléndidas- que no llegan a la aprehensión de la realidad fraseológica en su radical conexión, que no “dan razón” de ella, que prometen pero nunca cumplen la realización de clarificación de su sentido.
Algunos, frente a expresiones de esta índole, dan un brinco a la razón abstracta y se hace profunda e intrincada teoría de una frase de la cual se ha amputado justamente su concreción, su constitución “verdadera”, su organización intrínseca como tal frase que pretende reproducir algún lado de la realidad. La vida para Dilthey es un “entreshock” enigmático de casualidades; de destino –perfil individualísimo de existencia-, en donde lo que fundamentalmente nos pasa es ser el que somos y; carácter, a lo que se ha denominado la “estructura empírica” de la vida humana. Esta “estructura empírica” es la determinación que cada uno trae en su peculiar forma concreta de corporeidad, duración de la vida, condición sexuada; in summa, personalidad.
Para entender, entonces, la frase de Dilthey tenemos que aplicarla a “nuestra mi vida”, la propia, la de cada cual. La vida concreta, circunstancial y privativa…la de cada uno. Sí, porque la única vida real –la individual-, es algo que acontece a mí, aquí y ahora, en estas precisas circunstancias; todo lo demás es extraño, foráneo, extranjero; sucede tras los límites, tras la ultimidad de mi exclusiva circunstancia (Aún aquello que sucede –latente, lejano- en los confines del Universo, está sucediendo en “mi vida”).
El único modo de entender la frase de Dilthey es a través de nuestra propia vida. Y este modo de acceso a ella es “contarla”, “relatarla” a nosotros mismos y, eventualmente a algún prójimo próximo (aunque postulamos que la vida es quehacer arcano, intransferible e incomunicable).

¿Es mi vida azar, destino o carácter, predominantemente?
Mediante el “análisis” de mi vida individual puedo responder a la pregunta enunciada; la que es primariamente la mía, gracias al cual descubro en ella ciertas estructuras, condiciones o requisitos sin los cuales no sería posible. No se trata, pues, de una frase independiente de mi vida, que pudiera pensarse y formularse aparte de ella, sino que es extraída de la concreción singular de mi propia vida.
Entonces, “vivir” es el sentido radical de la realidad, el fundamento de todo ser y todo estar, de todo descubrimiento del mundo –entre ellas el hombre-, de sí mismo como un “yo” único e indiviso. Por fin, para captar y entender –com-prender- la frase diltheyana hay que internalizarla, hacerla carne de nuestra propia vida, interpretarla desde mi singular y propia vida. Recordemos que el concepto de “vida humana” es abstracto, no tiene existencia real; la única realidad –indubitable y radical- es “mi vida”. La de cada cual.

Prueba

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