jueves, 5 de abril de 2012

"Volver"

Personales Recuerdos

Al contrario de lo que comúnmente se piensa, el tiempo no borra nuestras experiencias pasadas. Todos podemos recordar sucesos acaecidos allá por las perdidas infancias; son, realmente, las personas mayores las que refieren con más claridad los recuerdos de su infancia, mas aun que los más recientes. Pero el tiempo transcurrido se encuentra relacionado in-directamente con los procesos del olvido. Suele ocurrir que, durante cortos intervalos de tiempo, algo intercepte la cristalización de la información en los caudales de la memoria. Pero existen los recordatorios significativos que nos retrollevan a episodios del pasado. Cada año, en la medida que los especialistas llevan a cabo complejas indagaciones, la memoria va surgiendo como la más sorprendente de todas las facultades humanas. No podemos esperar una explicación sencilla acerca de una facultad que nos lleva por los recovecos del tiempo y explora y registra nuestra individualidad y de la cual depende, en definitiva, en términos reales, nuestra personalísima percepción de “la vida”. Para algunos es una facultad maravillosa y una auténtica congratulación; para otros, una maldición de la que convendría huir rápidamente; para otros, algo indiferente, y para la filosofía es, tal vez, lo más sugestivo con lo que cuenta el hombre. La memoria abarca un ámbito complejísimo, ya que la hallamos en nuestro mundo emocional, en nuestro mundo mental, e incluso en las incógnitas alturas de nuestro mundo espiritual.
¿Qué son los recuerdos? Recuerdo es la capacidad que tenemos de retrotraer a la conciencia actual y presente algo que dejamos atrás, en el pasado, algo que de pronto se vuelve claro y diáfano y vuelve a re-vivirse de nuevo. Es como si el recuerdo nos ofreciese la posibilidad de vivir muchas veces un mismo hecho, pero sin necesidad de re-vivir la circunstancia, porque es esa función psicológica la que nos permite re-construir el contexto escénico. Los recuerdos son la trascendencia; no es la persona, lo material, es otro elemento superior que es el individuo, lo que no se divide, lo único, lo espiritual, lo que permanece es lo que trasciende y traspasa el tiempo y las distancias. No tiene ni la fuerza ni el peso del hábito del recuerdo consueto, no tiene la claridad de un sentimiento, una emoción o una idea que podemos actualizar; pero tiene existencia “concreta”, pero es como una nube, etérea y sutil, que al querer atraparla se nos escapa.
Recuerdo, si me permiten, un acontecimiento radiante y feliz de las primeras infancias. Allá, en el sur de Chile; navidades en un pequeño pueblo en donde todo era verde y cálido: San José de la Mariquina. Víspera de Navidad, ya caída la noche veíamos acercarse por el camino desde el Seminario conciliar San Fidel, una larga hilera de luces inquietas y el silencio de la hora se desoía por voces jóvenes que entonaban cánticos gregorianos en latín. Se acercaban a nuestra casa que se encendía en emociones. Eran los seminaristas que venían a saludar a su profesor (mi padre era maestro de Griego y Latín del viejo seminario enclavado en su solar, cerca del Sanatorio de las monjas alemanas y por el otro costado, el Convento de Monjes franciscanos). Mi madre, hermosa y enorme en su amor hacía los últimos preparativos para recibir al discipulado que se acercaban iluminando con sus cirios el sendero hasta el maderamen del portal de nuestra casa. El árbol de navidad resplandecía con sus velitas franciscanas. El ponche espumante se vaciaba en innumerables copas de cristal para saciar la sed de los cantores. Eran los seminaristas que por diversas razones no pudieron ir a sus lares familiares esos días. Mi madre era madre de todos. Pero sobre todo era mi madre. En medio del centenar de jóvenes estudiantes del seminario estaba mi corta existencia extasiada por la diligencia de la “mamá”. Todos éramos hijos, pero yo me sentía el más amado de todos. Entre los cantos de los estudiantes y el violín de mi padre, era la voz de mi madre la más celestial música que oí y oiré hasta que ya no respire.

domingo, 1 de abril de 2012

¿La relatividad de la verdad?

Se dice que la verdad es Verdad –desde Aristóteles- cuando hay concordancia del  conocimiento con la situación objetiva que enuncia. Planteado así el asunto se advierte que las dificultades no provienen de la verdad en sí, sino de la posibilidad o imposibilidad de comprobar la situación objetiva a que el conocimiento se refiere. La vedad no nos es segura, muchas veces se transforma en no-verdad, por la condición oculta y recóndita de ciertas situaciones objetivas que por múltiples motivos escapan a la comprobación. Para cualquier situación objetiva es irrefutable que puede haber conocimiento verdadero, aunque las más de las veces esta posibilidad no se realice; porque nada hace constar y constatar a la existencia de una enunciación que corresponda a la situación. La Verdad es una relación especial: la relación de conformidad entre un conocimiento y su objeto.
Sabemos que lo opuesto a la verdad es la falsedad. El conocimiento es estrictamente verdadero o falso; no hay grados de verdad o medias falsedades, no existen términos medios. Por lo tanto no hay verdades relativas.
No hay relatividad en la Verdad. Se suele decir descuidadamente que la “verdad es relativa”, por que lo que es verdad para Juan no lo es para Pedro, o porque la mayoría de determinada época ha juzgado verdadero lo que después se ha demostrado indudablemente que era falso. Así se confunden dos instancias distintas: la verdad y el tener algo por verdadero. Por muchas y diversas que sean las opiniones tenidas por verdad sobre algo, es innegable que hay una enunciación del asunto que concuerda  con el, entre las opiniones emitidas, o entre las que no se han emitido aún. Entonces la Verdad es Una y Absoluta, pero que puede o no recaer sobre lo que se tiene por verdadero. Por ello sale mas barato afirmar que la verdad es “relativa”, que todo depende del cristal con que se mira. Pero estas afirmaciones de la relatividad de la Verdad conllevan a curiosas y pintorescas anomalías.
Veamos. Todo relativismo de la verdad se fundamenta en el reconocimiento absoluto de la verdad, y por lo mismo se autodestruye. La fórmula mas juiciosa del relativismo es:”Todo es relativo, salvo este principio”, que resguarda y pone a salvo la relatividad. A los relativistas habría que preguntarles si la tesis de la relatividad que expresa es verdadera o no. Y aunque nos diga “ es relativamente verdadera” no escapa de la telaraña de la contradicción, porque el entiende decirnos que “es absolutamente verdadero que es absolutamente verdadera”. Al relativismo consecuente consigo mismo no le queda otra postura fundada que el silencio edificante. La relatividad de la verdad se toma muchas veces por este otro costado. Si fulano de tal no nos parece bueno del todo, si sostenemos y afirmamos sus atributos bondadosos con reservas mentales, diremos acaso que es bueno, pero que esto es verdad relativamente. En seguida se descubre en qué consiste la supuesta verdad relativa; es realmente una falsedad cuya distancia de la verdad es poco considerable…a veces mínima…a veces inesencial a los fines que se tienen a la vista. La discrepancia entre el conocimiento o la enunciación y la efectiva y auténtica situación no impide el manejo (manipulación) de la afirmación. Pero rigurosamente estas aseveraciones son plena y totalmente falsas; una mínima falta de concordancia basta para sustraer toda la verdad al conocimiento.
 Pero, curiosamente, una cantidad notable de nuestros conocimientos son de ese cariz, y no solo los utilizamos descuidadamente, sino que casi permiten una enunciación correcta y cierta: “Fulanito es casi bueno”; “calculo  aproximadamente ese grupo de manifestante en tantos alumnos”. Basta, solamente de introducir en la frase afirmativa la reserva mental que dejábamos fuera y que hacíamos recaer como la verdad total.