jueves, 21 de junio de 2012

Circunstancia y Yo

La conocida tesis de Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia” la encontramos, ya en sus Meditaciones del Quijote de 1914, y desde entonces forma parte exclusiva y original de su filosofía. Como escuchamos a menudo en el lenguaje ordinario, la circunstancia orteguiana es el entorno, el contorno; lo que se halla alrededor de algo, lo perimetral a alguien; pero Ortega encumbra esta tesis a categoría fundamental de lo que llamamos vivir. Podemos intentar resumir sus nociones en relación al mundo o circunstancia del siguiente modo:
Los componentes de la circunstancia son variopintos: sin lugar a dudas, la circunstancia es el mundo vital en el que se halla –quiera o no- inmerso el sujeto, por lo que se envuelve en ella el mundo material y todo el entorno que aparece en la vida de cada cual (cultura, historia, sociedad,...): en la circunstancia se incluyen las cosas físicas, pero también las personas, la sociedad, el mundo de la cultura; es el mundo en el que el sujeto está inexorablemente instalado. Este es el lado más claro y distinto de su idea. Pero en muchos de sus escritos también incluye en la noción de circunstancia el cuerpo y la mente o alma del sujeto. La razón de esta inserción es que nosotros –cada cual en su la vida- se encuentra con un cuerpo y habilidades, capacidades psicológicas e incluso nuestro propio e individual carácter como algo que ya nos ha sido dado desde “afuera de nosotros mismos”, con algo que puede favorecer o ser un obstáculo para nuestros particulares, pero “propios proyectos, de la misma manera que el resto de las cosas que componen el mundo circundante.  El mundo es un dato más que nos ofrece la vida, no es una realidad independiente: el yo se encuentra en la vida “con” el mundo, con su mundo. No es verdad que primero nos encontremos a nosotros mismos y después al mundo; nos encontramos a nosotros sólo en proporción en que nos vemos instalados en un mundo, por lo pronto extraño, en cuanto en tanto que nos ocupamos con las cosas y sus casos, con las personas, los “otros”; con nuestra circunstancia. “Su verdadero ser se reduce a lo que representa como tema de mi ocupación. No es por sí, subsistente, aparte de mi vivirlo, de mi actuar con él. Su ser es funcionante: su función en mi vida es un ser para, para que yo haga esto o lo otro con él.” Mi yo individualísimo se va formando en su enfrentamiento con el mundo y a partir de sus solicitudes. Mundo es lo que hallo frente y en torno a mí, a mi al derredor, lo que para mí efectivamente existe y me fuerza a contar con él.

lunes, 18 de junio de 2012

Cimarosa - Allegro aus Sonate A-dur

Cansancio vital

Pensamiento y corazón circulan entre las cosas y los casos. Y en este ir y venir se reflejan en su horizonte especular las flamas de su perimetría. Tristeza, amargura, melancolía priman por estos días en que atención resbala sobre las realidades circundantes sin detenerse en ninguna.  Nuestra voluntad da giros circulares alrededor de que lo “que hay que hacer” sin detenerse a de-terminar. Somos el personaje de novela que sufre inacabablemente. ¿Exceso de idealismo? No nos interesa ni el dinero ni el halago; en plena y dolorosa conciencia de nuestros radicales defectos solo deseamos cierto imperativo de verdad, ciertas visiones que nos perfilen de nuevo la periferia de nuestra personalidad. Hemos perdido el fondo sustancial y sólido de la pisada segura y sorteamos boyas que se bambolean sobre el océano impreciso de las superficialidades.
La melancolía, la tristeza, el descontento son la compañía diaria de nuestro espíritu y operan como vaho nocivo sobre aguas estancas; esas emociones de desazón, de desamparo y vacío infinito nos dejan paralíticos –al margen de algunos intentos reprimidos- y tullidos a la orilla desierta del río bullente de la vida. Es entonces cuando advertimos el enorme desequilibrio entre nuestro ser virtual y nuestro ser actual. Y eso, eso es la inmensa infelicidad.
El conjunto de nuestros quehaceres espirituales no son más que sombras húmedas, oscuridad fría y dolorosa. Lejos están los amores apasionados o algún estado intenso de alegría. Miramos hacia atrás y…no hay rastros, ni estelas…ni mundo. Solo vacío y sombras sin movimientos ni gesto alguno sugestivo. Los tormentosos aullidos de acedía que irrumpen de la literatura romántica –ahora lo sabemos- son los quejidos de la sensibilidad, irritada como un perro enfermo, ante esa fantasmagoría que es el propio espíritu indolente y apático.

Se vive como un hongo, atenido a lo poco de sí mismo, sin ligadura al mundo circundante, sin interacción ni cambio de intimidades con el entorno inmediato. En nada ni nadie se encuentra alguna solicitud lo bastante interesante. Este escrito de hoy es otro de tantos bostezos de aburrimiento trascendental y hondo cansancio vital ante un mundo en que todo es insuficiente.