domingo, 27 de mayo de 2012

Principo de razón suficiente

1.- Don Omar tenía una carnicería casi al llegar a la esquina de la cuadra donde vivía. Todas las mañanas se levantaba muy temprano y mientras tomaba desayuno leía, con curiosa fruición, sobre el principio de razón suficiente de Leibniz. El libro, bastante ajado y grasiento, lo acompañaba bajo el brazo, desde hace un año, de la casa a la carnicería en devoto maridaje. No recuerda exactamente como llegó a su mesa. Un día estaba ahí, sin mas (la hija mayor dice que lo trajo –en mala hora- un ex novio suyo para impresionar). Don Omar nunca fue muy aficionado a la lectura, apenas leía el diario el día domingo, para calmar las horas inoficiosas. Pero aquel libro (que lo abrió un día inconcientemente) a partir de su primera página algo hizo que le produjera una sensación desacostumbrada, como si estuviera fuera de su desgastada humanidad y que le produjo una serie de convulsiones similares a un ataque de epilepsia que, se dice, es una especie de puerta al recinto de las regiones místicas. Desde aquel día se apoderó de el una serie de síntomas recurrentes -que alarmaban a su consternada familia, que aseguraba, que aquella psicología anómala era ocupación de una posesión demoníaca-, símil  típicos a los estados revelados: impresión de estar afuera del cuerpo, emociones vestibulares, como transitar a través del tiempo o del espacio, alucinaciones auditivas tales como señales atribuidas a Dios u otros seres espirituales, alteraciones perceptivas, como luces brillantes, sensaciones de paz, tranquilidad, iluminación. En tales estados alterados de la conciencia se pueden explicar, según la neurobiólogía, el origen enigmático de la religión. Desde aquel día, Don Omar, ya no saldría de su estado estuporoso que lo acompañaba, incluso, a su carnicería; que en medio de cuchillos destazadores, entre las romanas y congeladores dejó un lugar preferencial para guardar aquel libro que cuidaba con celo sacramental. Además de otros gestos de ribetes fetichistas como el colgar, a un lado del póster que pusiera la Asociación de Carniceros de Chile, donde graficaban los mejores cortes de las vaquillas; una gran imagen de Godofredo Leibniz que su nieto le bajara de Internet y que el se dio el trabajo de mandar a ampliar e imprimir y colgar (Leibniz desde su atrio escabechillo intimidaba con ceño fruncido a las dueñas de casa que a media mañana llegaban a comprar los huesos para la cazuela) y el conocido enunciado Nihil est sine ratione" estaba impreso en las paredes por lo menos una docena de veces, a modo de graffiti callejero.

2.- Se sabe que el principio de razón suficiente es la expresión metafísica de la lógica del significante. Se enuncia tradicionalmente como "nada es (o acontece) sin que haya una razón para que sea (o acontezca), o sin que haya una razón que explique que sea (o que acontezca)". Fue expresado por primera vez por Abelardo y lo encontramos en todos los autores para quienes las acciones de Dios no son resulta de decisiones arbitrarias sino consecuencia de su bondad, la cual, a su vez, estaría fundada en la razón. También se lo encuentra en Bruno. Pero se atribuye a Leibniz su formulación madura y sistemática.
Heidegger dice que es un principio "que parece al alcance de la mano y que, sin necesidad de ser formulado, ha regido en todas las circunstancias las representaciones y el comportamiento del hombre" (Heidegger, "El principio de razón”), no obstante tuvo que esperar durante siglos para ser expresamente enunciado como principio en la forma señalada por Leibniz. Para el, "hay en la naturaleza (Natura) una razón por la cual algo existe antes que nada", y esa razón debe estar en algún ente real o en su causa.
En un comentario que Leibniz hace de su visita a Spinoza en 1676, hablando del principio de razón, dice que el mismo se enuncia como que "nada existe sin que una razón suficiente de existencia pueda ser brindada".
¿Suficiente para qué? Suficiente para asegurar la existencia y consistencia del objeto. Esto responde a un concepto fundamental en Leibniz, el de la perfectio, es decir, la plena consistencia de las determinaciones gracias a las cuales un objeto se sustenta en sí mismo.
Se muestra, para el pensamiento moderno, una nueva forma de consistencia. La consistencia del objeto debe ceder su lugar a otro modo de consistencia. La consistencia se instala en el dominio de las razones. No hay verdad. No hay pro-posición exacta, verdadera, sin una razón que debe ser brindada necesariamente.
3.- No se sabe a  ciencia cierta que fue lo que operó ese cambio en Don Omar; de cariz catastrófico, según su familia; que lo transformó en un sujeto distinto al que siempre había sido, durante sus sesenta años. ¿Se puede, algún sentido, afirmar que Don Omar cuyas estructuras límbicas fueron sobreestimuladas intelectualmente hallan entrado en contacto con un mundo trascendente o místico? Al descubrir –Don Omar- en la Teodicea de Leibniz que los sucesos considerados casuales o producidos por el azar, o eventuales o contingentes se nos aparecen así –misteriosos, complejos y tremebundos- porque no poseemos un conocimiento acabado de las causas que lo motivaron se le abrió un horizonte luminoso en la conciencia. Talvez la clave de esa internalización del principio de razón leibnizaina en Don Omar, fue un fantástico movimiento en su alma que los orientales llaman “ser testigo” de sus propios pensamientos; en que cierto tema de meditación termina por separarte de la mente habitual, profundizando y dejando entrar un nuevo pensamiento en el que tú no eres “mente”, sino observador, “testigo” de ti mismo. ¡Quién sabe! El asunto es que la vida de Don Omar se transformó radicalmente. Además de vender bistecs, longanizas, morcillas y asado de tira empezó a obsequiar a sus clientes –en su mayoría señoras dueñas de casa- lecciones y consejos tan estrictamente estructurados por la más rigurosa lógica aristotélica. Las señoras se iban felices a sus hogares…pero el barrio, al poco tiempo, se transformó. Sobre todo se produjeron separaciones matrimoniales y, en general, se originó una “extraña sensación atmosférica” que por llamarla en el lenguaje de Shopenhahuer, diremos “voluntad de vivir”. Se sabe que tal fuerza volitiva no es otra que la que emana de procesos culturales, en sentido objetivo, que se materializan, por ejemplo, en códigos jurídicos o morales o en creencias religiosas, y que es tal la energía con la que inciden en el comportamiento humano, que pueden llegar a originar impulsos orientados a la conservación del individuo o de la especie.
Cuando Don Omar tuvo que ir a los tribunales –ya que la señora lo echó de la casa, acusándolo de extrema indiferencia intrafamiliar, es decir un total ausentismo espiritual de su familia-, mantuvo a la jueza mas indecisa y rígida que el mismísimo asno de Buridán (Se le imputa tal fábula a Juan Buridán, nominalista francés del siglo XIV: un asno famélico y muerto de hambre, colocado frente a dos sendos montones de heno exactamente iguales e instalados a la misma distancia; no siendo capaz de decidirse cual de ellos manducarse, y al no tener un “motivo” que le lleve a elegir uno más que otro, termina por morirse de inanición), y con precisión quirúrgica, con argumentos ordenados y apretados, cual piedras de muro incaico, que no cabe una hoja de afeitar entre ellas acabó por convencer a la jueza y a su mujer que las amaba. Con fina intelección socrática Don Omar, probó y comprobó que la causa original de todos sus males matrimoniales fue aquel episodio traumatizante que había vivido su mujer, a los doce años, en que fue víctima de cierto ataque sexual por parte de un amigo de su padre. Para Don Omar, igual que para Leibniz, sin una razón suficiente no se puede afirmar cuándo una proposición es verdadera. Y sabido es que todo lo que sucede, sucede por algo, es decir, si todo lo que sucede, responde siempre a una razón determinante, conociendo esa razón se podría saber lo que sucederá en el futuro.
Hoy, Don Omar, justo al lado de su carnicería abrió una pequeña  oficina de “ayuda espiritual”. Sobre el dintel de la puerta de acceso exhibe un lienzo rotulado que reza: “En el mejor de los mundos posibles la naturaleza no da saltos y nada sucede de golpe”.