martes, 18 de octubre de 2011

David Russell interpreta a Weiss

Filosofía Autosuficiente

“La filosofía no necesita protección, ni atención, ni simpatía de las masas. Cuida su aspecto de perfecta inutilidad y con ello se liberta de toda supeditación al hombre medio. Se sabe a sí misma por esencia problemática, y abraza alegre su libre destino de pájaro del buen Dios, sin pedir a nadie que cuente con ella ni recomendarse, ni defenderse”. Ortega y Gasset.

Para filosofar hay que asegurarse de que la lengua esté linkeada al pensamiento lógico y que el dispositivo cordial esté apagado para evitar moqueos sentimentaloides y yoísmos intimistas; ni tropezarse con hondas pataletas patéticas con arrobados paroxismos pasionales.
La filosofía es frío análisis que propende a la totalidad.
Si se llega a conquistar alguna síntesis, cerciórese que no sea mística ni esotérica, así, también, verifique  que no sea extraterrestre. No mezclar con clarividencias, con anticipaciones de mundos remotos y ultrareales. Ni con paisajes paranormales ni visiones fantasmagóricas ni voces horrísonas de náuticas sirenas escondidas entre los acantilados tesalónicos.
En filosofía para estudiar el alma hay que abrir piedras. Evítese poner en práctica un voluntarismo nietzscheano enajenado, toda metafísica que le ofrezca la verdad en semanales fascículos coleccionables es fraudulenta. Evite espejismos verificables; la verdad cuando se atisba puede convertir su presencia general en sal.
Con frialdad de máquina hay que buscar silogismos extraviados, seccionar cadáveres de apologéticos medievales y trepanar cráneos griegos buscando el tuétano de las causalidades y la manteca de los efectos.
El alma de las piedras nos dará la clave para entender el alma de los hombres.
La clave del intríngulis ontológico debería develarse ante la insurrección permanente de los sentidos y mostrarse en toda su omniabarcadora vastedad, en toda su mayestática infinidad.
En filosofía ya no se toman grageas de moralina alienante, la hemos cambiado por el café cargado del ver las cosas tal cómo son, en toda su desnuda realidad. Ya no se usan las gafas de Spinoza, se usa nada más que el ojo limpio de la más estricta objetividad.

domingo, 16 de octubre de 2011

A. Vivaldi, Guitar Concerto in D, 2nd Mvt, Boris Bagger Guitar Orchestra

Dualidad

Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido”, escrito a propósito de su terrible experiencia en el campo de concentración Auschwitz; en el capítulo “Psicología de los guardias del campamento” concluye que “hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos”, la raza de los decentes y la raza de los indecentes. Describe que el más antiguo de los prisioneros –es decir, uno de sus iguales en desgracia-, una suerte de capataz, era más violento y sanguinario que todos los guardias de la SS juntos.
Esto pasa en todos los grupos humanos, aún en situaciones “normales” y no extremas como en este campo de concentración alemán. En ningún grupo humano hay hombres y mujeres decentes e indecentes en estado puro. Hay ángeles y demonios y variopintas mixturas de ambos. De pronto hay “guardias” decentes y  mas allá “un prisionero” que oprime y hace sufrir a sus propia comunidad.
La profunda naturaleza humana se manifiesta en toda su potencia, sea en situaciones llamadas “normales” o en extremas y saca a la luz cenital sus caliginosos abismos. Esa ambivalencia del comportamiento humano, esta “escisión que separa el bien del mal”, como dice Frankl atraviesa todo el quehacer del bípedo implume y no se circunscribe a la dolorosa experiencia de un campo de concentración, sino que convivimos diariamente con ella.
El hombre  ese ser dual, mezcla de bondad y malignidad “que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el que ha entrado en ellas musitando una oración”.