Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido”, escrito a propósito de su terrible experiencia en el campo de concentración Auschwitz; en el capítulo “Psicología de los guardias del campamento” concluye que “hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos”, la raza de los decentes y la raza de los indecentes. Describe que el más antiguo de los prisioneros –es decir, uno de sus iguales en desgracia-, una suerte de capataz, era más violento y sanguinario que todos los guardias de la SS juntos.
Esto pasa en todos los grupos humanos, aún en situaciones “normales” y no extremas como en este campo de concentración alemán. En ningún grupo humano hay hombres y mujeres decentes e indecentes en estado puro. Hay ángeles y demonios y variopintas mixturas de ambos. De pronto hay “guardias” decentes y mas allá “un prisionero” que oprime y hace sufrir a sus propia comunidad.
La profunda naturaleza humana se manifiesta en toda su potencia, sea en situaciones llamadas “normales” o en extremas y saca a la luz cenital sus caliginosos abismos. Esa ambivalencia del comportamiento humano, esta “escisión que separa el bien del mal”, como dice Frankl atraviesa todo el quehacer del bípedo implume y no se circunscribe a la dolorosa experiencia de un campo de concentración, sino que convivimos diariamente con ella.
El hombre ese ser dual, mezcla de bondad y malignidad “que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el que ha entrado en ellas musitando una oración”.
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