martes, 18 de octubre de 2011

Filosofía Autosuficiente

“La filosofía no necesita protección, ni atención, ni simpatía de las masas. Cuida su aspecto de perfecta inutilidad y con ello se liberta de toda supeditación al hombre medio. Se sabe a sí misma por esencia problemática, y abraza alegre su libre destino de pájaro del buen Dios, sin pedir a nadie que cuente con ella ni recomendarse, ni defenderse”. Ortega y Gasset.

Para filosofar hay que asegurarse de que la lengua esté linkeada al pensamiento lógico y que el dispositivo cordial esté apagado para evitar moqueos sentimentaloides y yoísmos intimistas; ni tropezarse con hondas pataletas patéticas con arrobados paroxismos pasionales.
La filosofía es frío análisis que propende a la totalidad.
Si se llega a conquistar alguna síntesis, cerciórese que no sea mística ni esotérica, así, también, verifique  que no sea extraterrestre. No mezclar con clarividencias, con anticipaciones de mundos remotos y ultrareales. Ni con paisajes paranormales ni visiones fantasmagóricas ni voces horrísonas de náuticas sirenas escondidas entre los acantilados tesalónicos.
En filosofía para estudiar el alma hay que abrir piedras. Evítese poner en práctica un voluntarismo nietzscheano enajenado, toda metafísica que le ofrezca la verdad en semanales fascículos coleccionables es fraudulenta. Evite espejismos verificables; la verdad cuando se atisba puede convertir su presencia general en sal.
Con frialdad de máquina hay que buscar silogismos extraviados, seccionar cadáveres de apologéticos medievales y trepanar cráneos griegos buscando el tuétano de las causalidades y la manteca de los efectos.
El alma de las piedras nos dará la clave para entender el alma de los hombres.
La clave del intríngulis ontológico debería develarse ante la insurrección permanente de los sentidos y mostrarse en toda su omniabarcadora vastedad, en toda su mayestática infinidad.
En filosofía ya no se toman grageas de moralina alienante, la hemos cambiado por el café cargado del ver las cosas tal cómo son, en toda su desnuda realidad. Ya no se usan las gafas de Spinoza, se usa nada más que el ojo limpio de la más estricta objetividad.

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