lunes, 11 de febrero de 2013

Johann Sebastian Bach - Chaconne BWV 1004

Resentimiento y crueldad

Como ha indicado un glosador de Nietzsche, no se trata, simplemente, del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez del fruto, y se contenta con negar esta apreciable condición a las uvas que están demasiado altas…fuera de su alcance. El "resentido" va aún más allá: odia la madurez y prefiere lo agrio. Es la total inversión de los valores: lo superior, y precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su esfera se enseñorea lo menor e inferior. Al resentido endógeno no le basta, por ejemplo, la muerte del adversario…quiere ir más allá.
Justamente a Fede Nietzsche le debemos la revelación del mecanismo que funciona en la conciencia individual y pública degradada: le llamó ressentiment, resentimiento. Cuando un hombre se siente ante sí mismo inferior y pequeño por carecer de ciertas aptitudes —inteligencia, valentía o elegancia— trata veladamente de afirmar ante su propia vista negando el valor de esas cualidades en el otro.
Flagrantior aequo non debet dolor esse uiri nec uulnere maior, “El resentimiento de un hombre no debe ser más ardiente de lo justo ni desproporcionado a la ofensa”. En efecto, tiene razón Juvenal, (en sus Sátiras): no debe ser el resentimiento superior a la ofensa, pero menos aún puede tolerarse que lo sea el castigo. Y es que incluso en el supuesto caso de que el delito resultara tan inhumano que pueda pensarse de que es merecedor de ningún castigo más liviano que la muerte, con ella basta, y todo otro sufrimiento incrementado resultaría no sólo brutal y cruel, sino también infame y vil: “Todo cuanto va más allá de la simple muerte me resulta pura crueldad”, dice Montaigne.

Entonces, ¿qué es ser cruel? ¿Por qué un individuo es cruel?
Schopenhauer  cree encontrar la respuesta en el permanente dolor que es consustancial, según él, a nuestra existencia. Se sabe que, en su opinión, nuestra vida no es más que persistente sufrimiento e insatisfacción; a tal punto, que suponiendo de que alcanzáramos todos nuestros propósitos y metas, siempre permanecerán como background la angustia y el vacío. Esa inquietud perpetua y ese sufrimiento insalvable son quienes, finalmente, termina por engendrar la crueldad. Y la explicación, según él, es la siguiente:

«Todo esto es sentido en muy escasa medida por una volición corriente –asegura el filósofo alemán–, y sólo comporta una pequeña dosis de tristeza, pero en aquel hombre cuya voluntad posee una intensidad inusual provoca la manifestación de la maldad, de lo cual se desprende necesariamente una desmesurada angustia interior, una inquietud perpetua y un dolor irremediable; por eso se ve impulsado a buscar indirectamente el alivio que no es capaz de hallar de inmediato, intentando mitigar el sufrimiento propio mediante esa contemplación del padecimiento ajeno donde al mismo tiempo reconoce una expresión de su poder. El sufrimiento ajeno se convierte para él en un fin en sí mismo, en un espectáculo con el que se deleita. Y así se origina la manifestación de la crueldad propiamente dicha.»

La crueldad, nace del sentimiento de la propia insuficiencia resentida y menesterosidad, y es un mecanismo que busca compensar una inferioridad (real o imaginaria) mediante el proceso de causar daño y dominar a otro, lo que genera una sensación placentera y una satisfacción que tiene su principio en un sentirse, aunque no sea más que durante el tiempo que dura el atropello, fuerte y superior. A poco de consumado el agrado, de nuevo brota la angustia, y el proceso vuelve a marchar una y otra, y otra vez, sea con la misma víctima, sea con otra distinta. Y hasta es posible que entre uno y otro ataque haya manifiestos gestos de arrepentimiento y promesas de re-generación. Pero es inútil: las más de las veces son falsarias; y aún en el supuesto de que fuesen sinceras, el dispositivo volverá a emitirse tarde o temprano, con el carácter irrevocable e irremediable de una ordenanza legal.
Por lo demás, se trata de un dispositivo compensatorio automático sin paralelo alguno en ruindad y en vileza, porque la crueldad sólo se ejerce (sólo puede ejercerse) sobre alguien más débil y frágil (en el sentido que sea) y, no pocas veces, sin culpa ninguna en las frustraciones que corroen a su torturador: se trata, en muchos casos, de una simple y “a mano” víctima propicia; de alguien que resulta asequible y a quien se puede maltratar sin correr mayores riesgos circundantes. Y, desde este enfoque, la crueldad es una de las formas más estruendosas e infames de la cobardía: “La cobardía, madre de la crueldad”, dejó escrito Montaigne en el título de uno de sus ensayos. Y cuando va aparejada del resentimiento que, suele ser el motor impulsor, así es, en efecto.