«La risa es satánica, luego es profundamente humana. En el hombre se encuentra el resultado de la idea de su propia superioridad; y, en efecto, así como la risa es esencialmente humana, es esencialmente contradictoria, es decir, a la vez es signo de una grandeza infinita y de una miseria infinita. Miseria infinita respecto al ser absoluto del que posee la concepción, grandeza absoluta respecto a los animales. La risa resulta del choque perpetuo de esos dos infinitos. Lo cómico, la potencia de la risa está en el que ríe y no en el objeto de la risa». Baudelaire
Marx consideraba la risa un arma poderosa de la crítica revolucionaria en la lucha contra lo el parasitismo, el arribismo, el burocratismo, la adulación, el respeto servil a los superiores, lo caduco. Es decir Marx está “hecho en los pantalones” de la risa (léase cagado) en algún mundo paralelo en donde se encuentra –ya se habrá enterado con toda su masa, que la transmutación de las almas existe- , ante el espectáculo grotesco de esta realidad actual y “factual”. Esta realidad humana tan famélica y patética que en sus aspectos dolorosos "punza agudamente, dice Farré, por introducir en el alma su afilado aguijón".
Lo cómico es una suerte de válvula de alivio, como diría un ex ingeniero de Chernovil
La comicidad se revela en muy variadas perfiles. Constituye una de sus manifestaciones, por otro lado, por ejemplo, el hipócrita intento de presentar, como hermoso, avanzado y humano la fealdad, lo que se halla históricamente condenado, lo inhumano, lo grotesco. Lo feo, y lo ridículo que se identifica con lo que tiene de desagradable la vida misma.
Pero más vale reírse de las desgracias que detenerse a la vera del camino a lamentarse.
El reírse de la oposición que nos pone la vida la hace más liviana y llevadera.
Cómo no reírse de Erasmo en su “Elogio a la Locura cuando: Habla la estulticia:
Si, por casualidad, alguna mujer quisiese ser tenida por sabia, no conseguiría sino ser doblemente necia, al modo de aquel que, pese a Minerva, se empeñase en hacer entrar a un buey en la palestra, según dice el proverbio. Efectivamente, duplica su defecto aquel que en contra de la naturaleza desvía su inclinación y remeda el aspecto de la aptitud. Del mismo modo que, conforme al proverbio griego, «aunque la mona se vista de púrpura, mona se queda», así la mujer será siempre mujer; es decir, estúpida, sea cual fuere el disfraz que adopte.
Sin embargo, no creo que el género femenino llegue a ser tan estúpido que me censure por el hecho de que otra mujer, la Estulticia en persona, les reproche la estupidez. Pues si consideran juiciosamente la cuestión, verán que deben a la Estulticia el tener más suerte que los hombres en muchos casos.
Tienen, primeramente, el encanto de la hermosura, que, justificadamente, anteponen a todas las cosas, puesto que, por su virtud, tiranizan hasta a los mismos tiranos. ¿De dónde proceden lo desgraciado del aspecto, el cutis híspido y la espesura de la barba, que dan al varón aspecto de viejo, sino del vicio de la prudencia, mientras que la mujer conserva las mejillas tersas, la voz fina, el cutis delicado, remedo de perpetua juventud?
En segundo lugar, ¿qué otra cosa desean en esta vida más que complacer a los hombres en grado máximo? ¿A qué miran, si no, tantos adornos, tintes, baños, afeites, ungüentos, perfumes, tanto arte en componerse, pintarse y disfrazar el rostro, los ojos y el cutis? Así, pues, ¿qué las recomienda a los hombres más que la necedad? ¿Hay algo que éstos no les toleren? ¿Y a cambio de qué halago, sino de la voluptuosidad? Se deleitan, por consiguiente, sólo en la estulticia y de ello son argumento, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella.