sábado, 18 de febrero de 2012

La Estulticia como Status

«La risa es satánica, luego es profundamente humana. En el hombre se encuentra el resultado de la idea de su propia superioridad; y, en efecto, así como la risa es esencialmente humana, es esencialmente contradictoria, es decir, a la vez es signo de una grandeza infinita y de una miseria infinita. Miseria infinita respecto al ser absoluto del que posee la concepción, grandeza absoluta respecto a los animales. La risa resulta del choque perpetuo de esos dos infinitos. Lo cómico, la potencia de la risa está en el que ríe y no en el objeto de la risa».                  Baudelaire


Marx consideraba la risa un arma poderosa de la crítica revolucionaria en la lucha contra lo el parasitismo, el arribismo, el burocratismo, la adulación, el respeto servil a los superiores, lo caduco. Es decir Marx está “hecho en los pantalones” de la risa (léase cagado) en algún mundo paralelo en donde se encuentra –ya se habrá enterado con toda su masa, que la transmutación de las almas existe- , ante el espectáculo grotesco de esta realidad actual y “factual”. Esta realidad humana tan famélica y patética que en sus aspectos dolorosos "punza agudamente, dice Farré, por introducir en el alma su afilado aguijón".
Lo cómico es una suerte de válvula de alivio, como diría un ex ingeniero de Chernovil
La comicidad se revela en muy variadas perfiles. Constituye una de sus manifestaciones, por otro lado, por ejemplo, el hipócrita intento de presentar, como hermoso, avanzado y humano la fealdad, lo que se halla históricamente condenado, lo inhumano, lo grotesco. Lo feo, y lo ridículo que se identifica con lo que tiene de desagradable la vida misma.
Pero más vale reírse de las desgracias que detenerse a la vera del camino a lamentarse.
El reírse de la oposición que nos pone la vida la hace más liviana y llevadera.

Cómo no reírse de Erasmo en su “Elogio a la Locura cuando: Habla la estulticia:
Si, por casualidad, alguna mujer quisiese ser tenida por sabia, no conseguiría sino ser doblemente necia, al modo de aquel que, pese a Minerva, se empeñase en hacer entrar a un buey en la palestra, según dice el proverbio. Efectivamente, duplica su defecto aquel que en contra de la naturaleza desvía su inclinación y remeda el aspecto de la aptitud. Del mismo modo que, conforme al proverbio griego, «aunque la mona se vista de púrpura, mona se queda», así la mujer será siempre mujer; es decir, estúpida, sea cual fuere el disfraz que adopte.

     Sin embargo, no creo que el género femenino llegue a ser tan estúpido que me censure por el hecho de que otra mujer, la Estulticia en persona, les reproche la estupidez. Pues si consideran juiciosamente la cuestión, verán que deben a la Estulticia el tener más suerte que los hombres en muchos casos.
     Tienen, primeramente, el encanto de la hermosura, que, justificadamente, anteponen a todas las cosas, puesto que, por su virtud, tiranizan hasta a los mismos tiranos. ¿De dónde proceden lo desgraciado del aspecto, el cutis híspido y la espesura de la barba, que dan al varón aspecto de viejo, sino del vicio de la prudencia, mientras que la mujer conserva las mejillas tersas, la voz fina, el cutis delicado, remedo de perpetua juventud?
     En segundo lugar, ¿qué otra cosa desean en esta vida más que complacer a los hombres en grado máximo? ¿A qué miran, si no, tantos adornos, tintes, baños, afeites, ungüentos, perfumes, tanto arte en componerse, pintarse y disfrazar el rostro, los ojos y el cutis? Así, pues, ¿qué las recomienda a los hombres más que la necedad? ¿Hay algo que éstos no les toleren? ¿Y a cambio de qué halago, sino de la voluptuosidad? Se deleitan, por consiguiente, sólo en la estulticia y de ello son argumento, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella.

jueves, 16 de febrero de 2012

Milonga - Jorge Cardoso

Naranjas y realidades

Eso que acostumbradamente llamamos “mundo” no es otra cosa que el conjunto de las cosas reales. El mundo es una gran cosa repleta hasta los bordes de cosas más pequeñas. Este mundo de las cosas reales lo percibimos, lo “conocemos” a través de los sentidos. El hombre que dice conocer más mundo, es aquel que más datos, mas definiciones tiene acerca de las cosas que ha percibido a través de los sentidos. A este modo de aprehender la realidad del mundo se le ha llamado, desde Aristóteles: Realismo.
Este mundo de las cosas reales tiene su estructura. Digamos que en el mundo “hay” cosas. Las cosas “son”. Entonces, las cosas reales tienen “ser”. ¿Qué significa “ser”?. Significa una cosa muy simple, muy evidente e inmediata: significa que lo “hay” en mi vida.
Las cosas están ahí en mi vida. Aquella naranja sobre la mesa “está”. La naranja “es”, está ahí, en mi vida. La hay. En este sentido, este mundo de las cosas reales posee esta primera característica. Ser.
Pero, además, el ser de la naranja es un ser real. ¿Qué significa que sea real? (Real, viene da la voz latina “res”, que significa cosa). El modo de ser de las cosas es, además, real. Su ser es de este tipo especial que llamamos “ser real”. En oposición a los objetos ideales, se me presentan –ante los sentidos- con una individualidad de presencia que designamos con la palabra “real”. Así, tenemos dos categorías de este esfera de la objetividad: el ser y la realidad.

Pero estas cosas que contiene el mundo, además, de ser reales, en el sentido que hemos expuesto, son reales en el tiempo; es decir, poseen temporalidad. Esto quiere decir que tienen un ser que, en algún momento, comienza a ser, que está siendo y que en algún instante futuro dejará de ser. Esa sabrosa naranja que veo sobre la mesa, que tiene su “ser”, porque “está” en mi vida; que además es real porque puedo aprehenderla con mis sentidos es, casi seguro, que en unos días más no estará. No porque alguien se la coma, sino porque el tiempo habrá pasado a través de ella, transformándola e n otra cosa.  El ser de las cosas, entonces, está localizado en el tiempo, es temporal. Esta es otra categoría del ser de las cosas: la temporalidad. Pero también a estas cosas reales que están en el mundo y que son temporales, se añade otra categoría; la causalidad.
Ese ser real en el tiempo, ese ser que en algún momento empieza, que deviene y que termina; sufre secuencialmente, sucesivamente en el tiempo, transformaciones, mutaciones, cambios que acontecen de una manera aparentemente inteligible. Toda esta sucesión de pequeñas causas que van imprimiendo cambio a las cosas, es lo que llamamos causalidad. Por otro lado, este concepto expresa una posible forma de conocimiento  sobre las cosas que están en constante cambio, por cuanto manifiesta que esta sucesión de transformaciones en el tiempo es inteligible, es decir, reductible a leyes, es posible de conocer.
Hagámonos juntos la siguiente pregunta: cuando veo la naranja sobre la mesa, ¿qué veo?. Veo primero una cara, parte de ella (la que está frente a mí). Si Quero verla toda, tengo que dar vueltas alrededor de ella y ver lados sucesivos, de suerte que nunca la veo “junta”, integralmente. Y aunque la corte en mil pedazos y examine su composición molecular, su estructura atómica, jamás podré decir que “conozco” la naranja, pues estará cambiando a cada instante temporal…la naranja de hace un instante no es la misma al instante siguiente…¿podemos entonces conocer la realidad?.

martes, 14 de febrero de 2012

"Lógica del amor"

La fórmula del “te quiero porque me quieres” casi nunca falla.
¿Quieres tu, amable e inteligente lector, que esa bella representante del sexo débil (¿…?) que hasta este momento no tiene la mas remota noción de que tú existes; comience a interesarse en ti…es decir te dé boleto? Pues aplica la siguiente fórmula cabalística; sacada de los arcaicos libros de nigromancia del mismísimo Ubjaldún Demir al Jasám, a saber; hazle saber (a la afectada) con algún artilugio socialistoide (amigo o amiga) que estás interesado en sus asentaderas…perdón en su graciosa personita. Que te sientes atraído hacia su favorecida y agraciada humanidad. En ese momento aunque seas el más feo, deforme, repugnante, amorfo, contrahecho, desagradable y repelente individuo que pisa la faz del glóbulo terráqueo  ella –todo desdenes y fugas- dirigirá el foco rosado  de su atención hacia tu infausta y esmirriada complexión.

Muchas veces basta que nos digan “ a la Yajaira Babalú de las Mercedes le gustas” para que comencemos a sentir ese atávico chorro anímico de atracción hacia la susodicha damisela.
Los investigadores de la conducta (aunque se equivocan constantemente) hablan de esto como “RECIPROCIDAD” en los afectos, como un importante determinante de la atracción de los sexos. Y no es chiste. Dicho de otra manera, tendemos a querer a quién nos quiere; porque el aprecio que alguien siente por nuestra infausta entidad es una poderosa fuente de impulso y poderosa retaguardia que nos lleva a emanar y profesar torrentes de testosterona y de sentimientos positivos hacia esa persona.

Por otro lado declaran los psicólogos (esos señores que dicen que lo entiende a uno) que cuando mayor es la inseguridad de un individuo y mayores son sus dudas sobre sí mismo, más tenderá a apreciar a quién manifieste cariño por él. Es decir si usted es un vacilante, inestable, mudable e indeciso mas tenderá a “agarrarse” de la primera que le diga “te quiero”. A las mujeres les gustan los hombres con algunos signos de debilidad (dicen que es el síndrome de protección maternal sublimada a la sumisión falocrática por pérdida del osito de peluche paterno entre la segunda y tercera infancia); paradójicamente a los hombres con muchos atributos positivos –intelectualmente brillantes, honestos, decididos, etc.-, las mujeres los consideran inabordables y sobrehumanos.
Es decir, amables e inteligentes lectores, para enamorar a una mujer hay que ser un poco subnormal, zopenco, babieca, pelele y asno.

Estar Enamorado

Estar enamorado –a propósito de estos días- es un estado del alma muy complejo. El alma pareciera estar en un estado de hiperactividad, sobre todo la parte emocional, pero también se produce un angostamiento y una relativa paralización de la conciencia. Por eso al enamorado se le dice, a veces, que está “ido”, que tiene “sorbido el seso”, que está “atontado”. ¡Pero si este niño anda como guevón!. Bajo el dominio del enamoramiento somos, en rigor, menos y no más, que en la existencia habitual.

El estar enamorado es, antes que otra cosa, un fenómeno de la atención. ¿Cómo es eso?.
No es posible atender algo sin desatender otras cosas que, por lo mismo, quedan como en un segundo plano, presencias secundarias, a manera de coro y de fondo.
La atención –potente foco mental- se posa sobre algo y esta zona se convierte en máxima iluminación, el resto es solo vida en potencia, posibilidad, preparación. La atención, entonces, se desplaza de un objeto a otro, deteniéndose más o menos en ellos, según su importancia vital. Cuando la atención se fija más o menos “firme” y por mas tiempo de los habitual en un objeto, se habla de manía. El maniático no es otro, sino el que tiene el régimen atencional anómalo. El enamorado es  monomaníaco, un obseso.
En la sociedad se hallan frente a frente muchas mujeres y muchos hombres. La mayoría de las veces la atención resbala sobre los cuerpos sin detenerse en ninguno; existe mas desatención que atención.
Pero llega un momento –mágico dicen algunos- en que la atención se fija en otro(a); es entonces cuando, anómalamente, la atención queda paralizada, inmovilizada, detenida sobre otra persona. Esto se produce casi con matemática mecanicidad y cada día que pase aquella alma “posesa” desalojará mayor espacio en su ser y, dejará entrar en él, a raudales el objeto de su “amor”. Donde quiera que se encuentre el “enamorado”, sea cual sea su quehacer, su atención gravitará por el propio peso hacia la imagen, persona del amado. Como una suerte de aguja imantada que gírese hacia cualquier lado, siempre volverá magnetizada hacia el norte.
Desde ese momento ya le costará gran violencia poner en primer plano, sobre el telón de sus representaciones, otra visión que no sea la de su amor.

Hay en la vida mental del enamorado una progresiva eliminación de las cosas que antes le ocupaban y preocupaban. La conciencia se angosta y contiene solo un objeto; la atención queda paralítica, no avanza de una cosa a otra. “Theía Manía” (manía divina), decía Platón.
Lo curioso de todo esto es que el enamorado tiene la impresión –vive quimeras, espejismos, fabulosas transfiguraciones- de que su vida se superpotencia y enriquece y que su conciencia se hace mas amplia y profunda. Pero ocurre todo lo extremo contrario, al reducirse su mundo se concentra más, se jibariza, se empequeñece y amengua; todas sus fuerzas psíquicas convergen hacia un solo punto y esto da a su existencia un falso aspecto de superlativa intensidad.
Con todo esto, el enamorado, “pierde” parte de su horizonte vital, pero el-la que gana grandemente es “a quién ama”, el objeto de su amor. Porque el amor es eso: entrega a otro ser, cálida corroboración a un “absolutamente otro”… a quién se ama.

lunes, 13 de febrero de 2012

Como el primer hereje

El Dios de que se habla es un Dios lejano. Es un ser superantissimus, remoto y apartado. No tiene nada que ver con los hombres. Este Dios arbitrario, absolutamente indócil, potencia absoluta de libérrima totalidad; nunca, jamás, se ha dejado atrapar por la metafísica humana…es el gran imposible metafísico aspirar a conocerlo. Dios es anónimo. Este Dios fiero, magnífico, Ser tremendo y encerrado en su mayestática soledad -universal soledad- no se deja domesticar como león libio o tigre malayo; aunque, el hombre, desesperadamente ha querido apresarlo, comprimirlo como si fuera una gragea. La gragea óntica de los escolásticos. Ha habido muchos dioses gentiles a lo largo, ancho y profundidad de la historia humana; el Dios ockamista, mas auténticamente cristiano; el Dios aristotelizado y pagano de Santo Tomás, entre otros múltiples.
Siempre hemos habitado el ámbito del agnosticismo, con la visión acomodada a lo primariamente inmediato. La palabra del agnóstico es “experiencia”; atención exclusiva a “este mundo”. Aunque muchas veces el ojo se nos gira revolando a la línea fronteriza entre ambos mundos. Esta “línea” divisoria, por ser de este mundo tiene un carácter “positivo”, y por comenzar el ella el mundo del “más allá”, tiene un carácter de “trascendente”. Pero cuando nos hemos acercado a esta división mundanal la gran ciencia de Dios se nos ha alejado.
Observamos al hombre gnóstico para aclarar nuestro régimen atencional; muchas veces necesitamos sostenernos, patear el suelo que pisamos para constatar si es lo suficientemente denso y sólido para que nos sostenga.
El gnóstico parte ciertamente de un asco a “este mundo”. Esta profunda repulsión hacia todo lo sensible de “este mundo” es uno de los fenómenos más insólitos de la historia. Con Platón comienza esta marea indominable y desde el siglo I  gran parte del mundo está borracho de asco a lo terrenal. Las almas  se acomodan en lo ultramundano, sorprendente por lo extrema y lo exclusiva. Solo existe para el alma lo divino; es decir, lo que en esencia es distante, remoto, ultrareal, mediato, trascendente. Hay aborrecimiento general por lo inmediato; el asco hacia “este mundo” es tal, que el agnosticismo no admite siquiera que el mundo lo haya hecho Dios. El ámbito del gnosticismo no tiene planos intermedios y se compone, en última instancia en “otro” absolutamente mundo; por eso su vocablo es “salvación”, que quiere decir fuga, huida de éste y atención al otro.
Este Dios lejano e invisible que su existir consiste no existir en un mundo determinado, Dios no tiene mundo. Este Ser superpotente que no encuentra resistencia ni nada se le opone, no tiene fronteras, límites, es i-limitado, infinito. Para Dios vivir es flotar en sí mismo, sobrenadar en su mismidad, sin nada ni ante nadie. Ni a su favor ni a su contra, sino con el mismo en total unicidad. Ortega y Gasset, casi-agnóstico, dice bellamente: “De aquí el más terrible y el más mayestático atributo de Dios: su capacidad para ser, para existir en la mas absoluta soledad. Que el frío de esta tremenda, trascendente soledad no congela a Dios mide el poder de ignición, de fuego que en El reside”.

Dios es dinamismo puro, nunca un ente, comprimido en un concepto medieval. Decíamos que no es posible acercarse a el con filudos conceptos filosóficos. Lo fundamental es confiar en El, y nada mas…esta es la auténtica fe. Dios es objeto de fe no de ciencia. Aunque para uno es lejano y aún inexistente el poder creer en que Dios existe es, antes que creer esto, creerle a El, confiar en El aún, todavía para nosotros supuesto y aparente. Esta extraña combinación es la auténtica fe.
Muchas veces nos hemos sentido como el primer hereje que ponía a Dios muy lejos, porque le tenía suficiente respeto. Cuantos de nosotros hemos pedido –en la alta noche y susurrando- que traspase las infinitas distancias y nos abrigue con sus gracias para guarecernos de la terrible frialdad congelante de la soledad humana.

La Mujer Prefecta (Cuento Sufi)


Mulaj Nasrudin conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Mulaj Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
 Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío!  Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.