La fórmula del “te quiero porque me quieres” casi nunca falla.
¿Quieres tu, amable e inteligente lector, que esa bella representante del sexo débil (¿…?) que hasta este momento no tiene la mas remota noción de que tú existes; comience a interesarse en ti…es decir te dé boleto? Pues aplica la siguiente fórmula cabalística; sacada de los arcaicos libros de nigromancia del mismísimo Ubjaldún Demir al Jasám, a saber; hazle saber (a la afectada) con algún artilugio socialistoide (amigo o amiga) que estás interesado en sus asentaderas…perdón en su graciosa personita. Que te sientes atraído hacia su favorecida y agraciada humanidad. En ese momento aunque seas el más feo, deforme, repugnante, amorfo, contrahecho, desagradable y repelente individuo que pisa la faz del glóbulo terráqueo ella –todo desdenes y fugas- dirigirá el foco rosado de su atención hacia tu infausta y esmirriada complexión.
Muchas veces basta que nos digan “ a la Yajaira Babalú de las Mercedes le gustas” para que comencemos a sentir ese atávico chorro anímico de atracción hacia la susodicha damisela.
Los investigadores de la conducta (aunque se equivocan constantemente) hablan de esto como “RECIPROCIDAD” en los afectos, como un importante determinante de la atracción de los sexos. Y no es chiste. Dicho de otra manera, tendemos a querer a quién nos quiere; porque el aprecio que alguien siente por nuestra infausta entidad es una poderosa fuente de impulso y poderosa retaguardia que nos lleva a emanar y profesar torrentes de testosterona y de sentimientos positivos hacia esa persona.
Por otro lado declaran los psicólogos (esos señores que dicen que lo entiende a uno) que cuando mayor es la inseguridad de un individuo y mayores son sus dudas sobre sí mismo, más tenderá a apreciar a quién manifieste cariño por él. Es decir si usted es un vacilante, inestable, mudable e indeciso mas tenderá a “agarrarse” de la primera que le diga “te quiero”. A las mujeres les gustan los hombres con algunos signos de debilidad (dicen que es el síndrome de protección maternal sublimada a la sumisión falocrática por pérdida del osito de peluche paterno entre la segunda y tercera infancia); paradójicamente a los hombres con muchos atributos positivos –intelectualmente brillantes, honestos, decididos, etc.-, las mujeres los consideran inabordables y sobrehumanos.
Es decir, amables e inteligentes lectores, para enamorar a una mujer hay que ser un poco subnormal, zopenco, babieca, pelele y asno.
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