sábado, 8 de octubre de 2011

Luys Milán (ca. 1500 - ca. 1560) Fantasía XVI Pablo Garibay

Camera one: ON

Si usted piensa que cuando entra a un mall no hay cientos de ojos fisgoneando y sondeando en su presencia general, para ver si es o no un comprador pintiparado e idóneo crematísticamente hablando, es porque no conoce el comercio. Hay ojos entrenados y cámaras de televisión observando todos y cada uno de sus movimientos y una red de voces digitales advierte a los vendedores si usted se acerca a la sección de ropa interior o a la de electrónica.
Usted es un sujeto afortunado por tener derecho a voto y pertenecer a la ciudadanía credit-card. Esa es por definición la mecánica de las democracias actuales. Ese isomorfismo entre la esfera tecno-económica y la esfera política es lo que hace de usted un benigno espécimen cohabitante de la colmena humana.
Usted no tiene rostro ni mucho menos individualidad, pero si pertenece a la elite de los poseedores de tarjetas de crédito es todo un ciudadano dilecto y confiable.
Hoy, comprar es una forma de vida, es “la” forma de vida. Somos protagonistas  de uno de los paradigmas de la sociedad de la información: la función económica, que ha hecho posible la instauración de un mito, la pragmática del consumismo, un quehacer social tan cristalizado en la mentalidad “siglo XXI”, que se autoproclama y actualiza en un ejercicio constituido por juegos reglados de lenguaje, sonido e imágenes: la propaganda.
Estas reglas constitutivas son de naturaleza comunicacional, y su fundamento no son sino los juegos de lenguaje multimedial. Es decir, el consumismo constituye un nuevo lenguaje social que ante la bancarrota de los metarrelatos articula una multitud de microrrelatos, perecederos, intrascendentes y despolitizados; que transforman una ideología mercantil en sentido común diario y necesario. No podemos evadir esta nueva e instaurada realidad y dejar de observar que el consumismo se ha cristalizado  en un nuevo ethos cultural irisado y atractivo, en que de las necesidades impuestas por un orden económico devienen impulsos o deseos incontrolados.
Si usted es un consumista compulsivo y no lo sabe.

Pero volvamos al acceso del mall. Usted es catado, degustado, probado y libado por máquinas que discriminan y segregan de acuerdo a varios parámetros incubados por sendos ingenieros comerciales. A saber, la clase social. Usted que va enceguecido por este virus del hedonismo no se percata que está siendo auscultado por máquinas seriadas por códigos de barras y alimentadas por un estructuralismo capitalista tan recalcitrante que no hay palabras para describirlo.

A qué clase social pertenece usted cuando entra a un mall. Sus constituyentes típicos serían:
1.- Alta superior: aristócratas reconocidos de viejo cuño de la comunidad no más allá de 50 kilómetros a la redonda.
2.- Baja superior: los nuevos ricos, incluyendo a gente famosa de medios comunicacionales, artistas de televisión y cine, deportistas de comprobada solvencia.
3.- Alta media: profesionales, ejecutivos, gerentes de empresas debidamente solventes, dueños de los negocios más grandes de la ciudad.
4.- Baja media: empleados privados y públicos, profesores, dependientes, pequeños comerciantes, y algunos técnicos de conocido domicilio.
5.- Alta inferior: la mayor parte de los obreros especializados y semiespecializados.
6.- Baja inferior: los jornaleros, dueñas de casa y extranjeros ilegales.

Pero, aparentemente –al entrar al mall- el concepto de clase desaparece y en su lugar se establece un énfasis en la forma de vida; el concepto omnifragmentante de clase se debilita y libera espacios a otras formas de autodefinición: usted es una persona.
Usted librecircula por entre los anaqueles de la sociedad de consumo que con su lógica de marketing -proverbios, máximas y aforismos sobre juventud y belleza infinita (higiene, salud, vitalidad, acción, alegría, espontaneidad) dentro de un encantador entorno 3D-  obnubila lo mas sagrado en el ser humano su estimación y dignidad.

jueves, 6 de octubre de 2011

El conversar como liberación

Conversar es de-mostración. Rige en ella un principio hedonista, simplemente el placer de conversar. Se conversa por el conversar en sí mismo; no para superar adversidades ni para superar adversarios. Humberto Gianinni en “La Reflexión Cotidiana”, dice que hay que desechar la idea de que el placer de conversar proviene de un puro gusto narcisista de hacerse oír.  Ciertamente que hacerse oír, hacerse escuchar, escucharse a sí mismo y verse con entusiasmo por lo hermoso y oportuno de lo que se dice, produce cierto placer. Esto de alinear conceptos, sinónimos y palabras afines para exhibir dominio sobre algún tema, o para de-mostrar las sutilezas, las digresiones, los emboscadas semánticas, contiene cierto placer sensual y subjetivo semejante a lo que sienten los oradores políticos, los charlistas profesionales o ciertos profesores ególatras. Pero el placer no es la finalidad de la tertulia.
Conversar sería un modo peculiar de hospitalidad humana. Conversar es acoger. Para conversar se requiere tiempo libre, un espacio abierto y sosegado, al margen del trajín diario. En este tiempo detenido en el que las subjetividades exponen su personales experiencias, acogiendo y siendo acogido, en un tiempo que allí se hace y allí mismo se deshace, en un tiempo que no transcurre sino que intenta durar al infinito. Conversar no es dialogar. La conversación no se rige por un avanzar sistemático y coherente sobre las ideas. La conversación, por su naturaleza es libre y abierta, no hay puntos de partida o cotas de referencia, es un dejarse llevar, serenamente a la deriva, sin mas guía que la libre asociación de ideas y opinión. Todo va a dar a esta suerte de fogón común, un chiste, una ocurrencia, una anécdota, una observación sutil. “La conversación, madre de la sutileza... Por haber sido insensibles a ella, los alemanes se hundieron en la metafísica. Por el contrario, los pueblos habladores, los antiguos griegos o los franceses, expertos en los encantos del espíritu, sobresalieron en la técnica de las futilidades” dice Ciorán, gran irreverente en sus Silogismos.

La conversación es gratuita en su origen y en su fin, no concluye con su terminar, es paradigma de la apertura anímica, de lo que no se puede pre-decir.
Eso no quiere decir que la conversación es un decir sin propósito, ciego e irracional. Ese estado de subjetivismo que colorea a los contertulios no significa falta de nobleza, seriedad y dirección. En el conversar se expresa un plano de la vida que de otra manera no se expresarían; apreciaciones, impresiones, sentimientos sutilmente expresados, juicios y razones a medio pensar, experiencias arrinconadas casi inexpresables, vivencias arcanas que afloran sobre el fluir de los decires de la conversación informal. En el conversar –como en ningún otro caso- se exterioriza lo que podría llamarse “vida interior”, esa vida no formulada que necesita expresarse, que necesita ser rescatada, sacada a la luz de las realidades. En este conversar, pro-poner y exhibir ante otro/s su personalísima experiencia de vida, sus juicios marginales, sus subjetivas apreciaciones cada conversador objetiviza lo subjetivo, mediatiza su interioridad secreta, saca a la luz sus recintos interiores, que de mil formas secretiza y evade. De este modo nos hacemos mas objetivos ante nosotros mismos…nos acogemos a sí mismos.
 Al conversar somos salvados de la irreversibilidad del tiempo que todo lo extingue. En el conversar nos restauramos, nos re-identificamos a sí mismos. Al conversar experimentamos una auténtica libertad que nos deja más cerca de nosotros mismos, con más disponibilidad de sí mismos.  Conversar es un acto liberador.

martes, 4 de octubre de 2011

Arqueología personal

La búsqueda de la identidad en una necesidad primaria. Y esto no es una expresión hiperbólica. Sobre todo en épocas de incertidumbre va el hombre a buscar, a buscarse a sí mismo. Las épocas de inseguridades son las más propicias para la autognosis. Pareciera que ninguna impresión y  expresión externa logra alzar las esclusas levantadas en su contorno. En esos tiempos más que vivir, nos miramos vivir. El Yo cierra sus portones y se vive la vida en privado, hacia adentro. Son los mejores momentos para el arqueo personal, para hacer un inventario íntimo. Es en las épocas difíciles en que el hombre busca su identidad, se busca a sí mismo, sale a buscarse a sí mismo en el entorno. Hace arqueología, hace antropología, hace filosofía, hace historia.
La importancia del conocimiento de sí mismo, que ya Sócrates proclamó de modo vigoroso, lejos de haber perdido su vigencia, parece haberse acrecentado en nuestra circunstancia.
Buscar la identidad es buscar la unidad de la sustancia. Este concepto es legado del griego Aristóteles: "En sentido esencial, las cosas son idénticas del mismo modo en que son unidad, ya que son idénticas cuando es una sola su materia (en especie o número) o cuando una sustancia es una. Es, por tanto, evidente que la identidad de cualquier modo es una unidad, ya sea que la unidad se refiera a la pluralidad de las cosas, ya sea que se refiera a una única cosa, considerada como dos, como resulta cuando se dice que la cosa es idéntica a sí misma" (Metafísica).
Cuando se busca la identidad del hombre, se busca, entonces, la unidad de la sustancia. Y esta idea parte de la creencia de que existe un principio intelectual superior, sobreindividual y hasta divino, uno en todos los hombres, porque todo participa en él, principio universal y eterno que al obrar sobre otras capacidades del hombre posibilita el conocimiento y la racionalidad.
Por uno de los polos, el hombre, se comporta de modo individual; por el otro, se orienta objetiva y universalmente, hacia instancias y valores que son unívocos en el hombre -del hombre y para el hombre-. Entonces, desde los albores del mundo, en virtud de ese espíritu universal, producto de la unidad de la sustancia...es uno y solo uno, pues posee, también voluntad de unidad, de coherencia; unidad como propósito y designio.
Partiendo de esta idea aristotélica -recordemos que el realismo aristotélico en esta parte del mundo es nuestro oxígeno cultural- de la unidad de la sustancia, el hombre en todos los lugares del mundo; el egipcio, el armenio, el italiano, el peruano; el californiano, el madrileño, el neoyorquino, el andino, parte en un viaje retrospectivo a la búsqueda de los "modos de ser", de las evidencias objetivas, de las huellas de sus pasos: música, escultura, arquitectura, numismática, etc., etc. A través del estudio de lo antiguo -arqueología- zarpa el hombre desde el presente -inasible por lo fugaz- hacia el mar océano del pasado, en busca de su arte, de su ciencia, de su entera vida cultural, para saber a qué atenerse en el mundo contingente y ser dueño de los tiempos por venir. 

domingo, 2 de octubre de 2011

La manolarga Filosofía

Sé que muchos se acercan a mi tienda de abalorios con recelo. La misma palabreja “filosofía” produce prevención y mosqueo. Es sinónimo de droga, de ocultamiento, de deserción del mundo. Esto es solamente más o menos cierto.
La filosofía se caracteriza por el hecho de preguntar no por objetos o ámbitos particulares o parciales, sino por la totalidad de lo que es. Incluso cuando interviene en algún problema científico o en la “cosa pública”, o se ocupa en algún asunto concreto, su enfoque está siempre determinado por el punto de vista de la totalidad.
El ser humano, tanto como individuo como en cuanto miembro de la especie, tiene “presente” –patente y latente- ante sí la totalidad de su vida, de la posible experiencia y el afán de aprehender la realidad en cuanto tal. Con la ayuda de la filosofía en ser humano busca lograr, en cada una de esas direcciones, la perspectiva mas amplia para su conocimiento de universo, es decir, de todo cuanto hay.

Las ciencias particulares aíslan y particularizan los problemas y misterios; en cambio la filosofía siempre se ha empeñado por romper los moldajes de aislamiento –imprescindibles para el trabajo científico- y reflexionar sobre los problemas desde una visión panorámica y total.
La pregunta por la totalidad no es, visto desde su “origen” menos racional que aquella que se pregunta por objetos o ámbitos individuales. No surge del capricho, no se fundamenta en la voluntad ni en el sentimiento, sino en el esfuerzo por el conocimiento. Aquella pregunta por la totalidad tampoco crece de las capacidades cognitivas sensoriales del hombre, sino de aquella fuerza cognoscitiva “superior” que en distintas épocas filosóficas acuerdan en llamar “ratio” o “intellectus”.
Pero la filosofía no es algo menos racional visto solamente desde el origen, sino también desde el punto de vista del “procedimiento”. Una mirada a la historia de la filosofía nos muestra que los métodos de lo que se sirve para la clarificación y resolución de los problemas son principalmente críticos y argumentativos, vale decir, métodos racionales.

La filosofía nunca ha tenido una vocación de servidumbre; pero en este afán de dilucidar problemas se ha activado algo que podríamos denominar el servicio de la filosofía a la sociedad. Se les está dando “nuevos usos” a la filosofía y han aparecido los “consultores filosóficos” (véase Más Platón y menos Prozac); los que están compitiendo con “ciencias particulares” que son hijas putativas de la filosofía, como la psiquiatría y la psicología. Los particulares y propios problemas de la psique, la ética de la biología, las dudas espirituales, los estremecimientos místicos y religiosos; la invasiva irrupción de la cibernética, la informática ha obligado a los “nuevos ingenieros” a aventurarse en los terrenos “esotéricos y totales” de este conocimiento intramuros que tanta excitación, crispamiento e histerismo les provoca a algunos…y con razón. Las preguntas constantes no respondidas por la totalidad, por el universo, ante las cuales el ser humano actual parece estar más confundido aún que en épocas pretéritas.
Pertenece a las tareas más urgentes de la filosofía de la actualidad en incorporar en el conjunto de sus reflexiones a aquel saber que crece del proceso vital de individuo. En el se articula una visión de la totalidad de la vida humana., de fundamental importancia para la temática originaria de la filosofía.

A los jóvenes


“¿Puede hoy un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por tanto, necesitaría realizarse mediante sus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares?  Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía, ¿no notará que es, si no imposible, casi improbable, por que no hay a su disposición espacio en donde poder alojarla y en que poder moverse según su propio dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el prójimo, cómo la vida del prójimo aprieta la suya. El desánimo le llevará, con la facilidad de adaptación propia de su edad, a renunciar no solo a todo acto, sino hasta a todo deseo personal, y buscará la solución opuesta: imaginará para sí una vida standard, compuesta de desidetara comunes a todos y verá que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en colectividad con los demás. De aquí la acción en masa”.
José Ortega y Gasset

Los jóvenes de hoy se sienten como en una prisión en donde se van amontonando muchos mas presos de los que caben, ninguno puede mover alguna extremidad por propia voluntad e iniciativa sin pasar a llevar a los demás. Debido a esto cualquier movimiento individual es imposible y deben ejecutarse como al unísono, hasta el respirar debe hacerse a ritmo de reglamento común. El mundo de los jóvenes es un hormiguero, en donde las líneas generales del colectivismo apaga cualquier iniciativa excepcional. De este famelismo virulento de los jóvenes emana el principal síntoma de las actuales generaciones: el des-individualismo. Las actuaciones individuales son aplastadas por –sobre todo- ciertas minorías que detentan poder político contingente.
Hay una oprobiosa degradación del entusiasmo por la inteligencia juvenil. No se les considera o se les considera insuficientemente…personas (Persona, es ser a la vez vida individual y vida colectiva). Existe, aunque atmosféricamente, una fuerte y creciente inclinación a extender de modo globalizante el poder de la sociedad sobre el individuo, tanto por medio de la fuerza de una “inteligencia oficial”, como por la fuerza de las leyes acomodaticias. Stuart Mill, ya lo dijo, que la disposición natural de los hombres, sea como soberanos o como conciudadanos, es tratar, por todos los medios, de imponer a los demás como regla general y única de conducta, “su” opinión y “sus” gustos. A Stuart Mill, siempre le preocupó la homogeneidad de mala clase que acarrea la estandarización de la cultura y sus enquistamientos en los estamentos sociales.
Pero para que lo humano se enriquezca, consolide y perfeccione es necesaria cierta “variedad de situaciones”, es forzoso el emplazamiento de circunstancias diferentes…así, al fallar quedan otras posibilidades abiertas. Esta pluralidad de conciencias se le reconoce como bien y no como mal; la manía tendenciosa de un igualitarismo desjerarquizante  son cortinas de humo de esa parte social que profita de los poderes fácticos.
Pero algo esta sucediendo subterráneamente.
Todo cansa. Y los jóvenes empiezan a estar cansados. ¿De qué? Precisamente de eso, de ser masa indiferenciada. Desde ese ánimo perdido, desde esa fe en sí mismos despreciada, emerge cierta indocilidad que dará problemas a los llamados dirigentes. Comienzan a sentir que esa falta de resistencia y rebeldía ha causado grandes catástrofes y aspiran y necesitan pilotear sus vidas con la vivacidad expresiva que les es propia. Los jóvenes podrían contemplar pronto horizontes favorables y propicios: la juventud y sus individuales iniciativas están en vías de recobrar cierto poder social perdido. Son tiempos de jóvenes, edades de iniciación y beligerancia constructiva.