Conversar es de-mostración. Rige en ella un principio hedonista, simplemente el placer de conversar. Se conversa por el conversar en sí mismo; no para superar adversidades ni para superar adversarios. Humberto Gianinni en “La Reflexión Cotidiana ”, dice que hay que desechar la idea de que el placer de conversar proviene de un puro gusto narcisista de hacerse oír. Ciertamente que hacerse oír, hacerse escuchar, escucharse a sí mismo y verse con entusiasmo por lo hermoso y oportuno de lo que se dice, produce cierto placer. Esto de alinear conceptos, sinónimos y palabras afines para exhibir dominio sobre algún tema, o para de-mostrar las sutilezas, las digresiones, los emboscadas semánticas, contiene cierto placer sensual y subjetivo semejante a lo que sienten los oradores políticos, los charlistas profesionales o ciertos profesores ególatras. Pero el placer no es la finalidad de la tertulia.
Conversar sería un modo peculiar de hospitalidad humana. Conversar es acoger. Para conversar se requiere tiempo libre, un espacio abierto y sosegado, al margen del trajín diario. En este tiempo detenido en el que las subjetividades exponen su personales experiencias, acogiendo y siendo acogido, en un tiempo que allí se hace y allí mismo se deshace, en un tiempo que no transcurre sino que intenta durar al infinito. Conversar no es dialogar. La conversación no se rige por un avanzar sistemático y coherente sobre las ideas. La conversación, por su naturaleza es libre y abierta, no hay puntos de partida o cotas de referencia, es un dejarse llevar, serenamente a la deriva, sin mas guía que la libre asociación de ideas y opinión. Todo va a dar a esta suerte de fogón común, un chiste, una ocurrencia, una anécdota, una observación sutil. “La conversación, madre de la sutileza... Por haber sido insensibles a ella, los alemanes se hundieron en la metafísica. Por el contrario, los pueblos habladores, los antiguos griegos o los franceses, expertos en los encantos del espíritu, sobresalieron en la técnica de las futilidades” dice Ciorán, gran irreverente en sus Silogismos.
La conversación es gratuita en su origen y en su fin, no concluye con su terminar, es paradigma de la apertura anímica, de lo que no se puede pre-decir.
Eso no quiere decir que la conversación es un decir sin propósito, ciego e irracional. Ese estado de subjetivismo que colorea a los contertulios no significa falta de nobleza, seriedad y dirección. En el conversar se expresa un plano de la vida que de otra manera no se expresarían; apreciaciones, impresiones, sentimientos sutilmente expresados, juicios y razones a medio pensar, experiencias arrinconadas casi inexpresables, vivencias arcanas que afloran sobre el fluir de los decires de la conversación informal. En el conversar –como en ningún otro caso- se exterioriza lo que podría llamarse “vida interior”, esa vida no formulada que necesita expresarse, que necesita ser rescatada, sacada a la luz de las realidades. En este conversar, pro-poner y exhibir ante otro/s su personalísima experiencia de vida, sus juicios marginales, sus subjetivas apreciaciones cada conversador objetiviza lo subjetivo, mediatiza su interioridad secreta, saca a la luz sus recintos interiores, que de mil formas secretiza y evade. De este modo nos hacemos mas objetivos ante nosotros mismos…nos acogemos a sí mismos.
Al conversar somos salvados de la irreversibilidad del tiempo que todo lo extingue. En el conversar nos restauramos, nos re-identificamos a sí mismos. Al conversar experimentamos una auténtica libertad que nos deja más cerca de nosotros mismos, con más disponibilidad de sí mismos. Conversar es un acto liberador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario