En el devenir de la vida personal que hace todo hombre y toda mujer, no sólo se va viviendo su personalísima vida, sino que acorde lo va haciendo, se va con-formando en él, sin su con-sentimiento ni pre-meditación, de forma espontánea, una idea y/o conocimiento de lo que es eso que le va acaeciendo: la vida. El lenguaje usual ha puesto en circulación una voz para denominar este espontáneo conocimiento que el hombre va consiguiendo de lo que es el existir humano. Lo llama “experiencia de la vida”. Noten que esta experiencia de la vida es un saber que se volatiliza; que no queda en los sistemas concientes del intelecto, como el saber científico, sino que se queda más o menos “fuera” de la vida que la ha experimentado, pero que esta experiencia de la vida forma parte constituyente y eficaz de la vida misma. Y es uno de sus fundamentales y fundamentantes componentes. Es por eso que la “experiencia de la vida” es vida arcana y reservada e intransferible.
Acorde el hombre va adquiriendo “experiencia de la vida” va reorientando su norte magnético y transformando su propio vivir. Pero, ese tesaurizar realidades que llamamos “experiencia de la vida” no lo adquirimos por un acto reflexivo, por algún especial esfuerzo intelectual, como por método científico, sino que se va cristalizando en nosotros de modo automático, aunque no lo queramos. La vida por sí propia, viviéndose a sí misma, se va aclarando a sí misma, como descubriendo su propia e inevitable realidad, y este gesto averiguador, cíclicamente, lo reabsorbe la vida y entra a formar parte de ella, se re-convierte en vida, y así repetidamente. Este es el único saber que es, al instante y de suyo propio, estrictamente vivir. Y es por esto mismo que tiene el sello lapidario de que no se puede transmitir de unos a otros. La experiencia de la vida es particular e intransferible y cada nueva era de generaciones no tiene más remedio que comenzar de nuevo y desde el principio su propia experiencia de la vida.
Las cosas que nos pasan en la vida van dejando en nosotros, por sí mismas, cierta química residual que se manifiesta en algo así como reglas, pautas, disciplinas, normas de conducta que, al articulándose unas con otras, van graficando el perfil de nuestra vida personal. Y –ya lo dijimos- no es cosa de razones vitales. La llamada “experiencia de la vida” es irracional y, por eso mismo, sus mandatos se nos imponen –queramos o no- por muchas razones que queramos oponerles. Piense en lo siguiente: el perfil vital (carácter) de los demás –la opinión sobre los otros- que nos hemos formado, se ha hecho no por reflexión deliberada, sino por generación espontánea que nos da el trato periódico con los otros.
A esta experiencia de la vida que se va lentamente acumulando en nosotros, que es como una bola de nieve que conforme avanza gravitando va haciendo su camino, y que es como si se enrollase en su espalda el camino que va abriendo, se llega a este lugar geométrico del grafo vital, alrededor de los cincuenta años, en que se llega a un puerto muy interesante y sugestivo. Y es que en ese entonces se tiene la impresión –más o menos clara- de que ya sabe lo que es la vida; no sólo que ya se está al tanto de este u otro orden de la vida, sino que la totalidad de ella es como límpida y transparente.
De modo que a esa altura del vivir el hombre ha experimentado ya casi todas las formas fundamentales del vivir y ya no le queda más que la…repetición. Pero repetir no es estrictamente vivir, porque vivir es siempre ensayo de novísimas realidades; vivir en su pleno sentido es siempre ensayar y estrenar cosas nuevas. Es por ello necesario que las cosas vengan nuevas y frescas –como un jardín sureño recién amanecido- a nosotros; que nos seduzcan e ilusionen con su fisonomía, que nos sean inéditas, que no las hayamos aún ensayado, porque luego, al ensayarlas, encontraremos… sus deficiencias y sus fallos. Por eso se puede definir la edad juvenil diciendo que ve solo la cara frontal de las cosas y los casos, y puede definirse la madurez diciendo que ya ha visto el frente y ve ya la espalda de las cosas.