sábado, 30 de junio de 2012

Experiencia de la Vida

En el devenir de la vida personal que hace todo hombre y toda mujer, no sólo se va viviendo su personalísima vida, sino que acorde lo va haciendo, se va con-formando en él, sin su con-sentimiento ni pre-meditación, de forma espontánea, una idea y/o conocimiento de lo que es eso que le va acaeciendo: la vida. El lenguaje usual ha puesto en circulación una voz para denominar este espontáneo conocimiento que el hombre va consiguiendo de lo que es el existir humano. Lo llama “experiencia de la vida”. Noten  que esta experiencia de la vida es un saber que se volatiliza; que no queda en los sistemas concientes del intelecto, como el saber científico, sino que se queda más o menos “fuera” de la vida que la ha experimentado, pero que esta experiencia de la vida forma parte constituyente y eficaz de la vida misma. Y es uno de sus fundamentales y fundamentantes componentes. Es por eso que la “experiencia de la vida” es vida arcana y reservada e intransferible.

Acorde el hombre va adquiriendo “experiencia de la vida” va reorientando su norte magnético y transformando su propio vivir. Pero, ese tesaurizar realidades que llamamos “experiencia de la vida” no lo adquirimos por un acto reflexivo, por algún especial esfuerzo intelectual, como por método científico, sino que se va cristalizando en nosotros de modo automático, aunque no lo queramos. La vida por sí propia, viviéndose a sí misma, se va aclarando a sí misma, como descubriendo su propia e inevitable realidad, y este gesto averiguador, cíclicamente, lo reabsorbe la vida y entra a formar parte de ella, se re-convierte en vida, y así repetidamente. Este es el único saber que es, al instante y de suyo propio, estrictamente vivir. Y es por esto mismo que tiene el sello lapidario de que no se puede transmitir de unos a otros. La experiencia de la vida es particular e intransferible y cada nueva era de generaciones no tiene más remedio que comenzar de nuevo y desde el principio su propia experiencia de la vida.
Las cosas que nos pasan en la vida van dejando en nosotros, por sí mismas, cierta química residual que se manifiesta en algo así como reglas, pautas, disciplinas, normas de conducta que, al articulándose unas con otras, van graficando el perfil de nuestra vida personal. Y –ya lo dijimos- no es cosa de razones vitales. La llamada “experiencia de la vida” es irracional y, por eso mismo, sus mandatos se nos imponen –queramos o no- por muchas razones que queramos oponerles. Piense en lo siguiente: el perfil vital (carácter) de los demás –la opinión sobre los otros- que nos hemos formado, se ha hecho no por reflexión deliberada, sino por generación espontánea que nos da el trato periódico con los otros.

A esta experiencia de la vida que se va lentamente acumulando en nosotros, que es como una bola de nieve que conforme avanza gravitando va haciendo su camino, y que es como si se enrollase en su espalda el camino que va abriendo, se llega a este lugar geométrico del grafo vital, alrededor de los cincuenta años, en que se llega a un puerto muy interesante y sugestivo. Y es que en ese entonces se tiene la impresión –más o menos clara- de que ya sabe lo que es la vida; no sólo que ya se está al tanto de este u  otro orden de la vida, sino que la totalidad de ella es como límpida y transparente.

De modo que a esa altura del vivir el hombre ha experimentado ya casi todas las formas fundamentales del vivir y ya no le queda más que la…repetición. Pero repetir no es estrictamente vivir, porque vivir es siempre ensayo de novísimas realidades; vivir en su pleno sentido es siempre ensayar y estrenar cosas nuevas. Es por ello necesario que las cosas vengan nuevas y frescas –como un jardín sureño recién amanecido- a nosotros; que nos seduzcan e ilusionen con su fisonomía, que nos sean inéditas, que no las hayamos aún ensayado, porque luego, al ensayarlas, encontraremos… sus deficiencias y sus fallos. Por eso se puede definir la edad juvenil diciendo que ve solo la cara frontal de las cosas y los casos, y puede definirse la madurez diciendo que ya ha visto el frente y ve ya la espalda de las cosas.

miércoles, 27 de junio de 2012

la palabra

Decía Nietzsche que toda palabra es un prejuicio, que es como decir que toda palabra está llena de palabras. Las palabras llaman palabras. Una vez que se comienza ya no se puede parar.
El lenguaje ha sido abordado desde muy diferentes perspectivas. De la palabra nos han hablado los magos y cabalistas, los teólogos, los gramáticos, los retóricos, los lingüistas, los místicos, los filósofos, los sofistas, los legistas, los políticos, los poetas, los bitacoreros, los chamulleros... Todos, para hablarnos de la palabra, han tenido que utilizar las manoseadas palabras: la palabra creadora de mundos y trasmundos; la palabra portadora de verdades; la palabra que seduce dulcemente o que ofende bruscamente, la palabra falsa o falseada, la palabra culta y la palabra llana; la palabra que aclara y la palabra que esconde; la palabra olvidada y la palabra viva.
Piénsese en las palabras de uno mismo o en las palabras de cualquier otro ser vivo o muerto. Pronto se percatará uno de que las palabras no pertenecen a nadie. Las palabras tienen vida propia. Se supone que los poetas liberan las palabras - no las encadenan en frases-. Los poetas no poseen palabras "de su propiedad". Los escritores tampoco. Los blogueros menos.

Existe la llamada "cura por la palabra", inaugurada a fines del siglo XIX por una paciente histérica del neurólogo Joseph Breuer, que bautizó con el término "deshollinar" a su necesidad de hablar sobre los traumas que la enfermaban: como “polvo sucio” que obturaba su mente, el trauma se reducía a nada al convertirse en palabras que arrastraban el mal fuera de su cuerpo.

Hoy, a nadie se le escapa el poder liberador de la palabra. Convivir en silencio con las experiencias personales, especialmente las traumáticas, enferma. Hablar sobre ellas alivia y libera. La palabra es una válvula de escape. Pero esta descarga no siempre tiene un efecto  de desahogo, terapéutico, catártico, liberador.
La palabra escrita y la palabra hablada se complementan. Hablar sobre lo vivido a veces tiene un carácter difuso, que la escritura detiene y le da  una forma casi material. En la psicoanálisis, una de las tareas centrales es desarrollar en cada sujeto un observador crítico que despliegue un proceso de trabajo sobre sí, los otros y los mundos que constituyen la trama vital personal. Para eso usamos, además de la palabra hablada, otros lenguajes que otorguen expresión más plena a la experiencia mental. Así, la palabra escrita se convierte en un instrumento capaz de revelar zonas del psiquismo que no surgen con la oralidad efímera, con la verbalización instantánea.
Escribir nos ordena mentalmente, nos organiza las ideas, es más fácil leer un pensamiento en el papel que leerlo en la cabeza, es una suerte de cable a tierra. Además, conservar los escritos y releerlos tiempo después permite introducir el factor histórico en el proceso de autoconocimiento integrador con el valor adicional de habilitar una plataforma de observación, que nos muestra desde la perspectiva del tiempo otra faceta de nuestro ser. Escribir es un acto de supervivencia y de supravivencia…y quien sabe, de sobrevida.

domingo, 24 de junio de 2012

Pildoritas

Las nubes de mi aflicción se disiparon y bebí de la luz. Con mis pensamientos en orden giré para examinar el rostro de mi médico. Volví los ojos y posé mi mirada en ella, y vi que era la enfermera en cuya casa me habían cuidado desde la juventud: la filosofía.

BOECIO

El tiempo de la vida humana no es más que un punto, y su sustancia un flujo, y sus percepciones torpes, y la composición del cuerpo corruptible, y el alma un torbellino, y la fortuna inescrutable, y la fama algo sin sentido [...]. ¿Qué puede pues guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía.

MARCO AURELIO

De ningún modo es necesario ser doctor o licenciado en filosofía para beneficiarse de la sabiduría de todos los tiempos. Al fin y al cabo, tampoco necesita estudiar biofísica para dar un paseo, ser ingeniero para plantar una tienda de campaña o ser un experto en economía para encontrar empleo. De la misma forma, no necesita estudiar filosofía para llevar una vida mejor, aunque tal vez necesite practicarla. La gran verdad sobre la filosofía (y éste es un secreto bien guardado) es que todo el mundo puede ejercerla.

LOU MARINOFF