sábado, 28 de enero de 2012

Saber que no se sabe

“Todos los hombres desean por naturaleza saber” nos dice Aristóteles al inicio de su Metafísica. Esto de saber a qué atenerse en el mundo, pareciera ser efectivamente una inquietud general del hombre. Hay, primariamente, un “deseo de saber” que sería un estado pre-reflexivo, aconceptual; una búsqueda “impulsiva” movida por una suerte de anhelo fundamental de nuestra existencia.
Jaspers en “La filosofía desde el punto de vista de la existencia” dice que, “la filosofía quiere decir: ir de camino”. Dice que la palabra griega filósofo (philosophós) se formó en oposición a “sophós”. El filósofo es el amante del conocimiento, del saber; en oposición a aquel que estando en posesión del saber es llamado sapiente o sabio.  Todos, en mayor o menor grado somos amantes de la sabiduría, buscadores del saber (porque no se posee). Todos “por naturaleza” deseamos salir de la ignorancia; pero para salir de la ignorancia, primero hay que “caer” en ella.
El hombre desde que es niño –los niños son los más vehementes indagadores- parte a la conquista de una seguridad radical que necesita imperiosamente, precisamente, por que por lo pronto es, aquello que le es dado al serle dada la vida: una radical inseguridad. Todos nosotros necesitamos “hacer pié”, hallar algo firme que nos sostenga en el mundo y, llega el momento en que nos preguntamos qué es verdaderamente lo que hay, cuál es la realidad.
Platón cuenta una breve historia sobre Tales de Mileto (siglo VI-V a.C.). Dice Platón que mientras Tales se ocupaba de la grandeza de la bóveda celeste y miraba hacia arriba, cayó estrepitosamente en un pozo. A raíz de esto, una ingeniosa y bella criada de Tracia se burló de él, y dijo que pretendía apasionadamente llegar a conocer las cosas en el cielo, mientras se le ocultaba aquello que tenía ante sus pies y ante sus narices. Martín Heidegger, haciendo referencia a la historia de Platón, dice que “la misma burla se aplica a todos los que se ocupan con la filosofía”. Esta idea se ha generalizado hoy día,  porque se considera que para “pensar” hay que alejarse de las cosas concretas. Esto es un error, como muchos que abundan en el ámbito de la mera “opinión”.
Ocurre que lo mas cercano es, por lo regular, lo que menos vemos. Cuando más nos sentamos en una silla, por ejemplo, no nos detenemos a pensar en el ser de la silla, o en la maravillosa existencia de ese objeto doméstico. No nos preguntamos por la luz que nos alumbra, aunque esta nos ilumine con su vibración etérea; no nos hacemos cuestión de ella, no nos preguntamos ¿qué es la luz?
El pensar, que culmina en el saber, comienza por ser ignorar. El pensamiento es, pues, tanto más y antes de saber, una pura ignorancia. En la pregunta ¿qué es la luz? Se revela nuestra inicial ignorancia.
La pregunta es la llave maestra para pasar del no-saber al saber. Los niños habitan en un mundo de preguntas.
Los niños lo único que tienen son dudas –la duda es el inicio del filosofar-. El mundo para ellos es “cuestión”, constante problema. A los niños, en general, el mundo de los adultos les provoca mucha curiosidad, porque estos tienen, casi siempre, respuesta para todo…y si no la tienen la inventan. La vida es sustancial problematicidad y los adultos tendemos a “simplificar” las cosas y los casos, de modo que les trasferimos –a los niños- una historieta de caricaturas de lo real, con un contenido de angustia, desazón, abismo, Nada; que ellos llevarán –por el resto de sus vidas- como una venda en los ojos, impidiéndoles ver la auténtica realidad.  Lo que, muy habitualmente, les heredamos es un engaño llamado mundo y un mundo llamado engaño.

viernes, 27 de enero de 2012

Teoría y Praxis

Hombre en su punto. No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias. Conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado de la voluntad.
Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo; tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y aun deseado del singular comercio de los discretos.
ORÁCULO MANUAL Y ARTE DE PRUDENCIA
Baltasar Gracián

La vida es una faena que se hace hacia adelante escribió Ortega y Gasset; y en ese ir nos vamos “haciendo” lentamente; vamos tesaurizando realidades, recogiendo vida por las esquinas del mundo. Ahora que la filosofía se ha hiperespacializado con una doxografía photochopiada, y anda como mujer barata por los callejones de la web; no hay excusa para eximirse y tomar partido de sus consejos. El ciberespacio se transformado en una megaplaza pública ateniense, devolviendo a la filosofía su carácter original de “arte de vivir” social. Se ha desplazado –de nuevo-  desde su eje ancestral de un modelo metódico y categorial del saber hacia otro, modelo prudencial-práctico como el de la “phronesis” aristotélica…una suerte de psicología. O, por lo menos, a eso aspira. Los mas contentos son los seguidores de la filosofía práctica a lo Marinoff…la iluminación filosófica a un solo clic. La filosofía institucionalizada, doctorizada en universidades a dado paso al filosofema callejero y vago, en el marketing tipificado al mas  puro estilo de recetas de cocina. Ahora la filosofía es un “cuidarse de sí” basado en una acrítica sarta de máximas y proverbios manoseados (Twitter está repleto de hileras e hileras de pildoritas pseudofilosóficas). Pero constatamos, a diario –casi con alegría-, que siempre “llega tarde”; estira la pata irónica, zarandea los remos alados y levanta el vuelo de anochecida, y más que un festivo preludio de una acción lúdica individual con el ojo puesto en alguna ventura particular y propia, aparece –como casi siempre- para alarmar e intranquilizar el pensamiento y volverlo intempestivo, permanentemente reflexivo y crítico, inasequible, al fin y al cabo, al canto pseudoespiritualista que busca corto de vista la tranquilidad del ser, como al beneplácito con las consuetas estructuras ahora digitales (culturales, sociales, políticas, económicas...etc.)
En rigor, no existe una filosofía crítica hoy día, desde este presente de silicio y códigos binarios; la vuelta de la  “filosofía perenne” se ha alejado proporcionalmente y, lo que vemos hoy no es sino un reajuste aislado e individualista y neo-new age de la auténtica tradición metafísica.

martes, 24 de enero de 2012

Romanza - Paganini

Felicidad

En su último libro-ensayo, «Para desengaño de los que buscan ser felices», Gustavo Bueno catalogó de mito a la Felicidad, refiriéndose a ella únicamente como figura literaria. Según él ni el hombre ha nacido para ser feliz, ni vive para ello. Coherente con su materialismo dialéctico, sus provocaciones filosóficas -a menudo interesantes- son siempre un revulsivo que nos obliga a pensar. Contrasta con él el gran científico y filósofo Pascal sugiriendo que «todo hombre quiere ser feliz, no quiere ser sino feliz, y no puede dejar de quererlo». Tal vez el juicio de Pascal obedeciera a esas otras razones del corazón, que... la razón no conoce.

Me inclino a pensar que lo que llamamos felicidad es algo que se encuentra más allá del acto de gozar o disfrutar, envuelto por un sentimiento de dicha, goce y satisfacción que no se debe confundir con el placer sensible, puesto que es una experiencia que se vive y se siente, y no una cosa que se define y razona. Por esos caminos de la sin-razón no transita la filosofía.

¿Cómo se define, pues, ese estado de equilibrio en el que sonríes, estás alegre, amas a los que están contigo -sintiéndote de ellos amado-, no tienes ningún problema y eres hasta capaz de llevar al mundo por montera? ¿Para alguno existirá ese estado feliz o todo se quedará en una mera utopía? Como el aceite y el agua, ¿no serán también incompatibles el hombre y la felicidad? Es de Baltasar Gracián aquello de que «todos los mortales andan en busca de la felicidad; señal es de que ninguno la tiene», rematando con lo del «nemo sua sorte contentus». Más superficial en contenidos, nos lo sentencia en pareados el cortesano Campoamor: «No tengas duda alguna; felicidad suprema no hay ninguna», a lo que Vargas Llosa apostilla que «sólo un idiota puede ser totalmente feliz».

Si la felicidad es un «ánimo subjetivo de felicidad», algo tendrá que ver cada sujeto y, dentro de una sociedad evolucionada, la capacidad de cada uno para ser feliz. No es lo mismo un ser con necesidades primarias, que otro con otro tipo de necesidades y apetencias, por más secundarias o sofisticadas que las podamos pensar. Sin duda equivocado estaba quien dijo que «si el conocimiento nos hace libres, la ignorancia nos puede hacer felices». La realidad es que la ignorancia a todos nos hace estúpidos. En el banquete de la felicidad cada uno participa según sus capacidades y sus hambres. También los perros participan del banquete de su señor: ellos también se sacian -y por ello son felices- con las migajas, sobras, huesos y despojos que les puedan caer de la mesa. En una sociedad tan diversa, es lógico que haya niveles y estratos diversos de «saciedad» y, por supuesto, de felicidad.

Estoy de acuerdo con Leibniz cuando sugiere que «nuestras inclinaciones no nos conducen propiamente a la felicidad, sino al placer»; es decir, a una felicidad momentánea, «mientras que sólo la razón nos puede proporcionar una dicha duradera». A la razón añadiría yo el corazón, con toda su capacidad de amor y comprensión. Aquel siempre niño gafotas, Miguel de Unamuno, autoapellidado «cartujo laico, ermitaño civil y agonístico», acaso desesperado por su hambre de inmortalidad, en su anhelo y lucha por la felicidad, se preguntaba sin rebozo: ¿Se puede ser feliz sin esperanza?; para contestarse -no desde la Lógica razonable de los filósofos, sino desde «la Cardíaca» que él inventara- que «una ventaja de no ser feliz es que se puede desear la felicidad». Para eso vivimos. ¿Qué no es la historia de la humanidad sino una incesante lucha por ser felices?

La felicidad, ¡claro que es un mito! Todos la prometen y todos la buscan. Algunos hay que hasta la pregonan desde su religión, desde su partido, desde las logias de su mercado, o desde sus cátedras de opinión radiada, escrita o televisiva. «A vivir, que son dos días» es un mensaje subliminar de la Ser. «Get Lucky» -sé feliz-, nos bombardean desde una marca de tabaco. «Don`t worry, be happy» -no te preocupes, sé feliz-, es otra constante vital que poco tiene que ver con el «carpe diem» horaciano de vivir el instante, el momento que se nos va de las manos. A ella se refiere Gustavo Bueno cuando habla de la «felicidad canalla» -de canis, perro-, que se alimenta de despojos, drogas, cannabis, porros, alcoholes, sexo fácil, trivial, promiscuo, epidérmico, insípido y pasajero. Eso no es vivir, eso es jugar a vivir, y vivir cabalgando sobre el hilo de una frágil y efímera felicidad, sin dirección ni sentido, como una barca sin brújula ni timón. Algo de esto nos podrán decir algunos de nuestros jóvenes que -pasado su sarampión- ya están de vuelta.

No somos redentores de nadie, sino, con algunos años más, compañeros de camino. Tenemos todos el derecho a ser felices; pero nos urge también el deber de orientar nuestras vidas hacia la felicidad, aunque después nos quedemos en el camino. Puede ser bueno el consejo del poeta: «Enfila tu proa hacia la luna; pues, aunque te equivoques, irás a parar a las estrellas». Pero para atisbar la felicidad profunda, profundicemos más bien en la vida, y rememos hacia dentro, donde están los secretos y el corazón de todas las cosas.
¡Felicidades y Felicidad! ¡Que no nos falten!

domingo, 22 de enero de 2012

Lute Suite in E Minor (Part I) - J.S. Bach

Filosofía en Supositorios

Algunos quieren convertir en crema pastosa, en un bitumen resbaloso, en un bálsamo oleinoso, en un caldo sahumérico, en un azolve mizcleño… a la filosofía. Revolverla con algunos trozos del voluntarismo shopenhahueriano y mercantilizarla en potes de bakelita taiwanesa. Sí señor. Moler y remoler algunos trozos de la sagrada metafísica aristotélica, convertirla en microgránulos ambarinos, encapsularlos y enfrascarlos y lucirlos entre la fármacopea como purificador de ánimas depresivas. El sacratísimo recinto de los jardines de Academo (que reza eternamente “nadie entre aquí si no sabe geometría”), en donde el hombre de los anchos hombros se reunía con sus discípulos para pelar el Ser y buscar el cuesco esencial de su entelequia… lo quieren convertir en una santería, en una venta de fetiches miniaturizados, sahumerios para “descargar” habitáculos, pócimas de amor brujo, figurillas de yeso que representan engaños y fraudulencias. Junto a frascos  de brebajes –al más puro estilo del de fierabrás- de botica de barrio, les ha dado a algunos poner molienda del Tractatus de Baruch Spinoza para evitar la miopía mental metafórica.
Se sabe que Karl Jaspers fue, primero psiquiatra, y después filósofo…como debe ser. Y esto lo han convertido en un slogan estúpido, justamente, algunos psiquiatras y psicólogos y, en un rapto de conversión de cariz catastrófico, un deslumbramiento anómalo de ribetes paranormales; se han vestido con la sotana sacra de la logia filosófica y han bebido del cáliz sagrado del “éxtasis repentino” órfico, y han abierto oficinas consultoras disfrazadas de sacristías confesionarias para incautos y desprevenidos.
Es Ortega y Gasset, juguetón, como siempre; quién dice que la filosofía es un “paisaje de infinita inquietud mental”, y que su historia tiene “un divertido aspecto de dulce manicomio”, que muestra rasgos similares a la demencia por la profunda inquietud que provoca.
A fuerza de no encontrar respuestas en el “Manual de Estadística y Diagnóstico”, los médicos psiquiatras hurgan en el baúl sin fondo de la filosofía, buscando diagnosis y posologías. Para cada actitud “extraña” individual o colectiva inventan un nuevo mal: “síndrome fóbico por presencia de pollos ante el merodeo de la gripe aviar”…y lo añaden al “Manual”. Hasta han creado una organización de  “filosofía práctica”, la APPA; con sede en Nueva York. La filosofía ha dado a luz el utilitarismo de Locke, pero ella, en sí misma jamás podrá ser utilitaria; todo lo extremo contrario, es perfecta inutilidad y, a probado hasta ahora, ser inconducente e improcedente.
No se pretenda salir de un estado estuporoso provocado por un desencuentro con el jefe, leyendo los teoremas de la incompletitud de Gödel; o frente a una declarada melancolía de raíces genéticas buscar asilo emotivo en el optimismo de Leibniz; o ante un cuadro de grave afasia intelectual dar como “receta” aprehender el método cartesiano; o ante una caída de la fe religiosa buscar asilo ascético en Kongfuzi de la mano de Martín Buber.
Los psiquiatras deben seguir medicamentando a sus pacientes con Prozac y dejar a Platón en su plácida Academia; deben continuar con el psicoanálisis freudiano, tratativas conductistas pavlovianas,  electrochoc, lobotomías, hipnosis, escáneres TAC, test de la Barby y Kent, electrocardiogramas, quimioterapias…segundas opiniones, etc. y dejar a la filosofía que cumpla su rol para la que fue “in-fundada” desde la gloriosa Atenas del 450 a.C.: tomar conciencia del “saber-que-no-se-sabe”.