sábado, 6 de octubre de 2012

Paganini_Caprice Nº 24

La Vida de Cada Cual

La vida según Dilthey -filósofo de la historia-  es una misteriosa trama de azar, destino y carácter.

Esta frase, como casi todas las filosóficas es hermética. Si resbalamos la atención mental por fuera de la frase, no la aprehenderemos en su sentido plenario y, sobre todo, vital. El sentido no sale hacia fuera por sí mismo. Para entenderla, irremediablemente, hay que entrar en ella, penetrarla, no quedarnos en fenomenologías, en descripciones periféricas –indispensables, con frecuencia espléndidas- que no llegan a la aprehensión de la realidad fraseológica en su radical conexión, que no “dan razón” de ella, que prometen pero nunca cumplen la realización de clarificación de su sentido.
Algunos, frente a expresiones de esta índole, dan un brinco a la razón abstracta y se hace profunda e intrincada teoría de una frase de la cual se ha amputado justamente su concreción, su constitución “verdadera”, su organización intrínseca como tal frase que pretende reproducir algún lado de la realidad. La vida para Dilthey es un “entreshock” enigmático de casualidades; de destino –perfil individualísimo de existencia-, en donde lo que fundamentalmente nos pasa es ser el que somos y; carácter, a lo que se ha denominado la “estructura empírica” de la vida humana. Esta “estructura empírica” es la determinación que cada uno trae en su peculiar forma concreta de corporeidad, duración de la vida, condición sexuada; in summa, personalidad.
Para entender, entonces, la frase de Dilthey tenemos que aplicarla a “nuestra mi vida”, la propia, la de cada cual. La vida concreta, circunstancial y privativa…la de cada uno. Sí, porque la única vida real –la individual-, es algo que acontece a mí, aquí y ahora, en estas precisas circunstancias; todo lo demás es extraño, foráneo, extranjero; sucede tras los límites, tras la ultimidad de mi exclusiva circunstancia (Aún aquello que sucede –latente, lejano- en los confines del Universo, está sucediendo en “mi vida”).
El único modo de entender la frase de Dilthey es a través de nuestra propia vida. Y este modo de acceso a ella es “contarla”, “relatarla” a nosotros mismos y, eventualmente a algún prójimo próximo (aunque postulamos que la vida es quehacer arcano, intransferible e incomunicable).

¿Es mi vida azar, destino o carácter, predominantemente?
Mediante el “análisis” de mi vida individual puedo responder a la pregunta enunciada; la que es primariamente la mía, gracias al cual descubro en ella ciertas estructuras, condiciones o requisitos sin los cuales no sería posible. No se trata, pues, de una frase independiente de mi vida, que pudiera pensarse y formularse aparte de ella, sino que es extraída de la concreción singular de mi propia vida.
Entonces, “vivir” es el sentido radical de la realidad, el fundamento de todo ser y todo estar, de todo descubrimiento del mundo –entre ellas el hombre-, de sí mismo como un “yo” único e indiviso. Por fin, para captar y entender –com-prender- la frase diltheyana hay que internalizarla, hacerla carne de nuestra propia vida, interpretarla desde mi singular y propia vida. Recordemos que el concepto de “vida humana” es abstracto, no tiene existencia real; la única realidad –indubitable y radical- es “mi vida”. La de cada cual.

jueves, 4 de octubre de 2012

¿Qué es ser Intelectual?

Vivimos tiempos en que la acción en las circunstancias es velocísima.  Los acontecimientos siempre cambiantes nos van exigiendo juicios rápidos y seguros, pronta y enérgica reacción a todos esos estímulos que nos llegan del siempre móvil contorno. El ritmo basal, atmosférico modificado por, sobre todo, el progreso cibernético a acortado sus intervalos hasta el punto en que el tic-tac del reloj natural ya no es mas que una lánguida melodía de fondo, un adagio casi imperceptible para el bípedo implume contemporáneo. El gigantesco reloj astronómico que marca el compás de nuestra galaxia: el sol, parece un lento anciano molestoso que obstaculiza las transacciones bursátiles, apaga los computadores, baja las cortinas metálicas de los centros comerciales, en fin, detiene con su inoportuno mutis por el poniente, la infinidad de actividades de ese hombre de hoy –cuasi cyborg-, el cual se ha injertado, además de la televisión digital, robots domésticos, pcs imprescindibles, jets intercontinentales, satélites multipropósitos, etc.; se ha injertado, decíamos, un nuevo metrónomo interior de ritmo acelerado que cuando quiere hablar mas pereciera que sopla y rechifla.    

Entre toda la muchedumbre transeúnte que rápido circula por las calles (como si de verdad fueran hacer algo trascendente) avistamos a un hombrecillo que con calma faraónica observa concentradamente como el viento de la tarde ondea las hojas de un gomero gigante. La gente pasa a su lado despreocupada. ¡No! Alguien dice despectivamente: es un intelectual. El intelectual es un ser que siempre vive atrasado con respecto a los demás. Siempre dispuesto a la contemplación llega con frecuencia demasiado tarde a la cita con la acción. Miseria y esplendor de su vocación. Siempre llega tarde, se complace en intercalar cavilaciones entre estímulo y respuesta. El intelectual no puede, aunque quiera, ser egoísta con respecto a las cosas. Se hace cuestión de ellas. Y esto es el síntoma máximo de amor. Esta especie rara de la fauna humana que ha orientado su existencia en una peculiar dirección, es el intelectual; no uno cualquiera, sino uno que lo es ciento por ciento, con desesperada autenticidad…porque es la pura verdad, dice Ortega y Gasset: la existencia del intelectual es maravillosa. Vive permanentemente en la cima de un Tabor, donde se producen incesantes transfiguraciones. Cada instante y cada hora le es ocurrente peripecia, esplendentes fantasmagorías, grandes espectáculos, melodramas, auroras boreales…Pues todas las jornadas del intelectual son un poco eso: presencia una y otra vez el nacimiento de las cosas y estrena el prodigio de que sean lo que son. Va de sorpresa en sorpresa. Su cotidianeidad está hecha de exclusivas sorpresas. Repleto de dudas, extrañezas y desconciertos busca la luz de la Verdad. Lleva la pupila delatada de asombros…camina seducido y alucinado…es borracho de nacimiento.

domingo, 30 de septiembre de 2012

WEISS - GIGUE - LUTE/GUITAR

¿Qué es esto de la filosofía?

 ¿Qué es la filosofía? Muchos se quedan con la respuesta etimológico-psicológica: amor al saber. Como si el amor o el deseo de conocimientos tuviera que ser, per sé, filosófico, cuando casi  siempre el deseo de saber es necesidad primaria práctica, técnica o científica, y las más de las veces trivial curiosidad o curiosidad infantiloide; y como si la filosofía no pudiese ser también algo más que un simple amor a la sapiencia, es decir, como si la filosofía no fuese, ella, por sí misma un saber, por humilde que sea. “Conocimiento del universo” o “todo cuanto hay” –esto ya no es tan humilde- dice Ortega y Gasset; su objeto es mas general y penetrantemente singular y lo alcanza todo de modo diferente. La filosofía –a diferencia de todo otro científico- es un embarcarse hacia lo desconocido…sin saber nada positivo acerca de su objeto, y con la posibilidad de volver sabiendo que nunca sabrá. Esta es la singular peripecia de la filosofía.

De cualquier modo, el conocimiento filosófico no es un saber doxográfico, un hilo cronológico de saberes del pretérito; un saber acerca de las obras de Platón, de Aristóteles, de Santo Tomás, de Hegel, Kant o de Ortega y Gasset. El saber filosófico es un saber acerca del presente y desde el presente. Un aterrizaje forzoso en la más concreta y actualísima realidad. Eso sí, la filosofía es un saber de segundo nivel, que pre-supone otros saberes previos, “de primer grado” (saberes técnicos, físicos, políticos, matemáticos, biológicos...). La filosofía, estrictamente, no es “la madre de las ciencias”, una madre que, una vez crecidas las hijas, se considera jubilada tras agradecer los auxilios entregados. Al contrario, la filosofía pre-supone un estado de las ciencias y de las técnicas suficientemente maduras para que, desde allí, pueda comenzar a instituirse como una disciplina puntualizada. Es por esto que también las ideas de las que se ocupa y preocupa la filosofía, ideas que emanan precisamente del enfronte de los más variopintos conceptos técnicos, políticos o científicos, a partir de un cierto estadio de desarrollo, son más cuantiosos a medida que se produce este desarrollo.
En la medida en que la filosofía no es un sencillo y llano amor a la sabiduría, sino un efectivo saber, el filósofo ha de ser, de algún modo, un sabio, dotado de una sabiduría sui generis (aunque sus compendios no sean, según sus detractores, muy diferente al de una docta ignorancia). Desde este punto de vista podría confundirse con un necio simplón todo aquel que se autodenomine: filósofo; aunque pretenda, tercamente, justificar su tontera apelando a la respuesta etimológica. Porque filósofo, como hombre sabio -es decir, no sólo profesor de filosofía-, es un calificativo que sólo puede recibirse aplicada y validada por los otros…aunque estrictamente esto no es necesario.

La respuesta a la pregunta ¿qué es la filosofía? sólo puede llevarse a buen término objetando otras respuestas que, junto a la propuesta, constituya una sistemática de respuestas posibles; porque el saber filosófico es siempre -y en esto se parece al saber político- un saber contra alguien, un saber bosquejado frente a otros pre-ten(d)idos saberes.
Lo que quiere decir que prácticamente es imposible responder a la pregunta ¿qué es la filosofía? si no es en función de otros saberes que constituyen los ejes coordenados de una educación mas poderosa del hombre y del ciudadano.