La vida según Dilthey -filósofo de la historia- es una misteriosa trama de azar, destino y carácter.
Esta frase, como casi todas las filosóficas es hermética. Si resbalamos la atención mental por fuera de la frase, no la aprehenderemos en su sentido plenario y, sobre todo, vital. El sentido no sale hacia fuera por sí mismo. Para entenderla, irremediablemente, hay que entrar en ella, penetrarla, no quedarnos en fenomenologías, en descripciones periféricas –indispensables, con frecuencia espléndidas- que no llegan a la aprehensión de la realidad fraseológica en su radical conexión, que no “dan razón” de ella, que prometen pero nunca cumplen la realización de clarificación de su sentido.
Algunos, frente a expresiones de esta índole, dan un brinco a la razón abstracta y se hace profunda e intrincada teoría de una frase de la cual se ha amputado justamente su concreción, su constitución “verdadera”, su organización intrínseca como tal frase que pretende reproducir algún lado de la realidad. La vida para Dilthey es un “entreshock” enigmático de casualidades; de destino –perfil individualísimo de existencia-, en donde lo que fundamentalmente nos pasa es ser el que somos y; carácter, a lo que se ha denominado la “estructura empírica” de la vida humana. Esta “estructura empírica” es la determinación que cada uno trae en su peculiar forma concreta de corporeidad, duración de la vida, condición sexuada; in summa, personalidad.
Para entender, entonces, la frase de Dilthey tenemos que aplicarla a “nuestra mi vida”, la propia, la de cada cual. La vida concreta, circunstancial y privativa…la de cada uno. Sí, porque la única vida real –la individual-, es algo que acontece a mí, aquí y ahora, en estas precisas circunstancias; todo lo demás es extraño, foráneo, extranjero; sucede tras los límites, tras la ultimidad de mi exclusiva circunstancia (Aún aquello que sucede –latente, lejano- en los confines del Universo, está sucediendo en “mi vida”).
El único modo de entender la frase de Dilthey es a través de nuestra propia vida. Y este modo de acceso a ella es “contarla”, “relatarla” a nosotros mismos y, eventualmente a algún prójimo próximo (aunque postulamos que la vida es quehacer arcano, intransferible e incomunicable).
¿Es mi vida azar, destino o carácter, predominantemente?
Mediante el “análisis” de mi vida individual puedo responder a la pregunta enunciada; la que es primariamente la mía, gracias al cual descubro en ella ciertas estructuras, condiciones o requisitos sin los cuales no sería posible. No se trata, pues, de una frase independiente de mi vida, que pudiera pensarse y formularse aparte de ella, sino que es extraída de la concreción singular de mi propia vida.
Entonces, “vivir” es el sentido radical de la realidad, el fundamento de todo ser y todo estar, de todo descubrimiento del mundo –entre ellas el hombre-, de sí mismo como un “yo” único e indiviso. Por fin, para captar y entender –com-prender- la frase diltheyana hay que internalizarla, hacerla carne de nuestra propia vida, interpretarla desde mi singular y propia vida. Recordemos que el concepto de “vida humana” es abstracto, no tiene existencia real; la única realidad –indubitable y radical- es “mi vida”. La de cada cual.
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