El bar es el mundo abierto. Allí nos desfocalizamos y resbalamos sobre la topografía del lugar, así como por nuestros pensamientos. Alguien llamó a esos rincones atmosféricos “núcleos confesionales”; desde la semipenumbra, desde diversas coordenadas espaciales nos llegan rumores de esas “confesiones” íntimas y esenciales que en un vuelo y revuelo anímicos se convierten en una masónica experiencia común. De alguna manera, ese lugar de rincones adimensionales –desde el anochecer- se convierte en iglesia…que es el lugar físico en donde las experiencias espirituales se objetivizan en una gran práctica comunitaria. Allí, las almas penitentes son unánimes y convergen hacia el atrio sagrado iluminado con neones y velones consagrados con cerveza y vino de la casa…la barra. En ese particular lugar de este universo conversatorio de arriman los mas temerarios, los mas solitarios y ascetas; los mas necesitados de dioses temporales y sedientos de comuniones (uniones comunes) que le permitan trascender aunque sea por unos instantes de sus interiores que le atormentan.
Allí el tiempo lineal es demolido; el bar es un magnífico lugar para la búsqueda del “tiempo perdido”, tiempo de las palabras no dichas, tiempo de anhelos estropeados, de amores inconclusos, de deseos inconfesables, de hondas penas que nos sofocan el aparato respiratorio y el alma entera. Allí el tiempo es abolido, allí el tiempo que se devora a sí mismo, deja en esos momentos de devorarnos a nosotros y se diluye por los rincones oscuros de la cantina.
En la barra es como estar desguarnecido, al sereno, en donde la mundanidad se expone sin pudores inhibitorios y la confesión de fé se ectoplasma entre los vasos y las botellas. Se revelan allí testimonios de vidas personales que solo aparecen en ese altar público del bar. En ese santom santorum, fuera del espacio y del tiempo mundanos nos mostramos tal como somos. Se saca afuera, se hacen común las intimidades que más nos sofocan; y en medio de esta compilación de soledades ocurre un fenómeno grandioso: nos liberamos por algunos instantes de la casi insoportable y pesada carga de los trajines y proyectos, de las idas y venidas –aplastados por el tiempo y el espacio- de la mundanidad del mundo inexorable.
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