El desgano ante la vida aparece cuando la conciencia se hace inhóspita a sí misma. Este desgano, primero, para la acción después para todo el ser; esta improductividad o falta de iniciativas va lentamente cristalizándose en cada poro hasta colonizar el cuerpo entero. Aparece, lentamente, como un no-cuidado, un descuido de sí, un sin cuidado o seguridad o seguritas, sine cura. Enfermo, sin cura, expuesto a los ingentes elementos de la vida. Este desamparo, entregada la sien al enemigo que avanza por todos los flancos con sus disfraces voraces: la soledad, la enfermedad, la miseria, la muerte; descuido y entrega ante el Mal interno o externo: la oprobiosa degradación ante sí mismo. El Mal interno: la tristeza –faz radical del Ser- es uno de los más corrosivos, que se agarra a las carnes como cáncer letal. Nos entristecemos, no por los Otros, ni por el mundo y sus problemas –lo que sería encomiable- sino que la tristeza arrastra consigo un origen que no conoce y un porqué de sí misma que no logra traducir.
Esta acedía, abandono de sí comienza por un fastidio y un aburrimiento ante el mundo. El mundo no ofrece ningún atractivo que nos impulse a la acción. La tristeza, ausencia de alegría nos ha invadido. “Cuando no hay alegría, el alma se retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil. De cuando en cuando da un aullido lastimero o enseña los dientes a las cosas que pasan. Y todas las cosas nos parece que hacen camino rendidas bajo el fardo de su destino y que ninguna tiene vigor bastante para danzar con él sobre los hombros. La vida nos ofrece un panorama de universal esclavitud. Ni el árbol trémulo, ni la sierra que incorpora vacilante su pesadumbre, ni el viejo monumento que perpetúa en vano su exigencia de ser admirado, ni el hombre que, ande por donde ande, lleva siempre el semblante de estar subiendo una cuesta –nada, nadie manifiesta mayor vitalidad que la estrictamente necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación.” Dice Ortega en El Espectador.
La tristeza no es un mal externo. Santo Tomás llamó a la acedía (pereza, desgano), “tristeza del bien interno”. Se trata esta de la tristeza del bien interno divino; lo que es un delito gravísimo para el creyente. ”La tristeza: un apetito que ninguna desgracia satisface”. Dice Ciorán. La tristeza, la profunda, la auténtica no tiene raíces substanciales. La tristeza es comadre con el desgano –pero este no rompe con el mundo- y, también con el aburrimiento que es manifiesto y abierto rechazo ante toda presencia ontológica que amenace nuestro preocupado “estar delante de nosotros en vista de nosotros mismos”, según la conocida expresión de Heidegger. La tristeza es huída permanente, rechazo que elimina ipso facto todo presente, obviando ese sí mismo que jamás llegará a ser así, presencia ante sí.
La tristeza que marcha sobre el desgano y el aburrimiento tiene una abierta hostilidad al presente. Hostilidad que se aclara en tanto en cuanto el presente “nos detiene” en la consideración de lo Otro; en cuanto el presente real. El presente es un detenerse, un suspenderse de los afanes del mundo en que aparece violentamente la tristeza con su guadaña mortal: la nada.
El hombrecito en su existir humano se va inventando estratagemas inquietantes para huir del vacío, maña que consiste en no hacer nunca cuentas con el presente; el abstraerse de él, romper permanentemente con él…proyectando compulsivamente el futuro.
Por eso nos quedaremos con esta frase de Ciorán que nos sirve de asidero ante el abismo infinito de la nada. “La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.”
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