Escribir es una faena ardua y peligrosa que causa muchas víctimas. La mayoría de los escritores se arriesga al fracaso total o parcial. Esto de unir palabras, una tras otra, laboriosamente, es una tarea que se hace en solitario. Cualquier persona que quiera acercarse a este ámbito deberá contar con este hecho. El periodismo, por ejemplo, es una profesión gregaria, que se hace a la intemperie de la calle pública, mientras que el oficio de escritor es una profesión solitaria que se hace puertas adentro.
La vida de un escritor es dura, porque tiene un compromiso con la veracidad: primero, consigo mismo; segundo, para con los demás y con los tiempos en que vive.
Hay placer y diversión en su oficio, pero también hay agobio. Los problemas que se le presentan los tendrá que solucionar solo, no habrá mucha gente con quien pueda discutir sobre su trabajo. Es la miseria y esplendor de su vocación. Por todo esto se requiere ser de carácter fuerte para ser un escritor con cierto número de lectores y con éxito.
La principal virtud de este quehacer es la fortaleza. Tiene un compromiso inviolable con la verdad. El escritor como se sabe que vive en sociedad, que coexiste con sus prójimos y su circunstancia; tiene una urgente necesidad de comunicarse con los otros…con los absolutamente otros, como diría Ortega y Gasset. El medio de comunicación entre los hombres es fundamentalmente la palabra. Mediante la palabra el hombre comunica a otro la verdad. De toda la fauna humana es el escritor el que debe promover la convivencia humana y la comprensión entre los hombres y esto se hace imposible sin la veracidad y, por consiguiente, sin la confianza.
Falsificar la Verdad es caer en la mentira y la mentira viola tres principios básicos de la convivencia humana, a saber: la mentira viola el principio de respeto al prójimo; la mentira destruye la confianza; claro, es prácticamente imposible depositar la confianza en una persona que suele mentir; la mentira degrada y perturba el orden social, la mentira hace que se extravíe la dignidad y hunda moralmente al hombre.
El escritor o la persona que escribe tiene un compromiso ineludible con la sinceridad. La sinceridad engendra sencillez y aleja de los ánimos el fingimiento o el interés por el enmascaramiento. Escribir es una suerte de strip tease psicológico. Aristóteles sostenía: “In medio stat virtus”, la virtud se encuentra en el medio…en el medio de la Razón.
Los escritores –pareciera, pero no es así- tienen la tendencia peculiar de creer en la manía persecutoria y, en otras formas de paranoia. La crítica es a veces despiadada y generalmente proviene de seres que no tienen mas sensibilidad de la de “un asno que pulsa la lira”, al decir de Erasmo de Rótterdam. Byron escribió: “Sé por experiencia que una reseña despiadada equivale a darle cicuta a un escritor en ciernes, y la que se hizo sobre mí me derribó. Pero pude volver a levantarme. En vez de cortarme una vena. Me bebí tres botella de clarete y contraataqué”. Coleridge, mas susceptible a las críticas, pero también mas agresivo, empezó así un poema: “Qué importa si un coro de bocas anchas y gélidas croa desde los pantanos malolientes de la pestilente tierra de la reseña” y lo terminó con estas palabras: “No, ríete, y dí en voz alta y alegremente: odio a esta tribu de gruñidores, y ella me odia a mí”.
El escritor debe ser enérgico y valiente, ha de estar dispuesto a experimentar y a correr riesgos inauditos. Por otro lado, el asombro debe acompañarlo siempre. No puede dejar de asombrarse de lo que dicen los demás y de lo que ocurre en el mundo.
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