miércoles, 10 de octubre de 2012

Santo Tomás no era burro…

Solo sé que nada sé y ni de eso estoy seguro. Platón

Siempre me ha atraído  la Estupidez.
La mía, por supuesto.
No sólo hay infinitos tontos, sino que los hay de distintas formas: unas más ligeras; otras, más graves; hay tonterías inocentes; otras que son grave pecado... En las obras de Santo Tomás encontramos toda una tipología de tontos: asyneti, cataplex, credulus, fatuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors.

Reflexiona que: en relación a Dios, todo hombre es tardo de intelecto (Dios lo conoce todo en un solo acto) y por tanto, para aprender, requiere muchas metáforas. Un intelecto elevado, de pocas cosas extrae mucho conocimiento y los tardos necesitan de muchos ejemplos para entender.

El tonto por no cultivado es un idiota. Así, en el texto citado de la Contra Gentiles, Santo Tomás confronta el "intellectus optimi philosophi" al "intellectus rudissimi idiotae" y afirma que el idiota toma por falso lo que él no puede comprender. Es en general el inexpertus ("non habens scientiam acquisitam") como aquel esclavo ignorante del Ménon de Platón.
Santo Tomás habla incluso de la contraposición entre atletas instruidos e idiotas, es decir rudos sin experiencia:
Otra constante en la variopinta legión de los tontos es que son obtusos, lo que se opone a la agudeza; lo agudo penetra en la realidad: de ahí que se hable de "sentidos agudos" e "inteligencia aguda", que penetra hasta en lo íntimo de la realidad. Lo contrario de agudo es obtuso, es burro.
En español "asno" se emplea para designar una persona ruda y de muy poco entendimiento y, en portugués, "burro" es ya la primera palabra para designar la poca inteligencia. Pobres burros. Aunque han logrado otras celebridades; si no, véanse páginas zoofílicas.

José Antonio Marina, filósofo español dice en su libro La Inteligencia Fracasada: “Puesto que hay una teoría científica de la inteligencia, -dice- debería haber otra igualmente científica de la estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los niveles educativos produciría enorme beneficios sociales. El primero de ellos, vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad”. El hombre no tropieza dos veces en la misma piedra sino doscientas. La historia de la estupidez humana llenaría libros y libros y nunca se terminaría porque la estulticia no tiene fin. Y aún más, la palabra “estupidez” no tiene prestancia científica de ninguna clase; designar a alguien como estúpido es una liviandad. Sin embargo cuánto tiene que ver la palabreja con los fracasos de la inteligencia...

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