sábado, 31 de diciembre de 2011

Cansancio Vital

Pensamiento y corazón circulan entre las cosas y los casos. Y en este ir y venir se reflejan en su horizonte especular las flamas de su perimetría. Tristeza, amargura, melancolía priman por estos días en que atención resbala sobre las realidades circundantes sin detenerse en ninguna.  Nuestra voluntad da giros circulares alrededor de que lo “que hay que hacer” sin detenerse a de-terminar. Somos el personaje de novela que sufre inacabablemente. ¿Exceso de idealismo? No nos interesa ni el dinero ni el halago; en plena y dolorosa conciencia de nuestros radicales defectos solo deseamos cierto imperativo de verdad, ciertas visiones que nos perfilen de nuevo la periferia de nuestra personalidad. Hemos perdido el fondo sustancial y sólido de la pisada segura y sorteamos boyas que se bambolean sobre el océano impreciso de las superficialidades.
La melancolía, la tristeza, el descontento son la compañía diaria de nuestro espíritu y operan como vaho nocivo sobre aguas estancas; esas emociones de desazón, de desamparo y vacío infinito nos dejan paralíticos –al margen de algunos intentos reprimidos- y tullidos a la orilla desierta del río bullente de la vida. Es entonces cuando advertimos el enorme desequilibrio entre nuestro ser virtual y nuestro ser actual. Y eso, eso es la inmensa infelicidad.
El conjunto de nuestros quehaceres espirituales no son más que sombras húmedas, oscuridad fría y dolorosa. Lejos están los amores apasionados o algún estado intenso de alegría. Miramos hacia atrás y…no hay rastros, ni estelas…ni mundo. Solo vacío y sombras sin movimientos ni gesto alguno sugestivo. Los tormentosos aullidos de acedía que irrumpen de la literatura romántica –ahora lo sabemos- son los quejidos de la sensibilidad, irritada como un perro enfermo, ante esa fantasmagoría que es el propio espíritu indolente y apático.

Se vive como un hongo, atenido a lo poco de sí mismo, sin ligadura al mundo circundante, sin interacción ni cambio de intimidades con el entorno inmediato. En nada ni nadie se encuentra alguna solicitud lo bastante interesante. Este escrito de hoy es otro de tantos bostezos de aburrimiento trascendental y hondo cansancio vital ante un mundo en que todo es insuficiente.

Ciencia del Escándalo

“La verdadera ciencia del escándalo no se aprende sino estudiando la envidia humana, un estudio fuera de programa, pero que a pesar de todo he hecho y a fondo, de lo cual me congratulo. La envidia es una admiración que se disimula. El admirador que siente la imposibilidad de experimentar felicidad cediendo a su admiración, toma el partido de envidiar. Entonces emplea un lenguaje muy distinto, en el cual ahora lo que en el fondo admira ya no cuenta, no es más que insípida estupidez, rareza, extravagancia. La admiración es un feliz abandono de uno mismo; la envidia una desgraciada reivindicación del yo.”

Soren Kierkegaard “la enfermedad mortal”

martes, 27 de diciembre de 2011

Fotos históricas

La fotografía: tiempo congelado

El tiempo es algo en lo que se puede fijar arbitrariamente un punto que es un ahora, de tal manera que en relación con dos puntos temporales siempre se puede decir que uno es anterior y otro posterior. A este respecto ningún ahora puntual del tiempo se distingue de cualquier otro. Cada punto, como un ahora, es el posible antes de un después; y como después, es el después de un antes.        Martín Heidegger

 La fotografía es una imagen denotada. Muchas veces es claramente explícita y las más veces es puramente alusiva. Alude a una circunstancia pero no la transcribe en su pleno significado. Sabemos que la percepción visual humana es tremendamente compleja; sin embargo, la lente de una cámara fotográfica, como el ojo, debido a la sensibilidad lumínica, registran imágenes  a la misma velocidad en que ocurren. Percibimos la realidad como una fluencia unidimensional que viene comandada por una entidad misteriosa que viene del futuro, pasa raudamente frente a nosotros, en un presente inasible, y se precipita inequívocamente hacia el pasado, convirtiéndose en ese mismo instante en existencia abolida, inerte, inmaterial. En la memoria humana se convierte en recuerdo, a veces claro como mediodía, a veces difuso como...una fotografía desenfocada. Pero lo que hace una cámara fotográfica a diferencia del aparato ocular es muy particular. La cámara fija la apariencia del acontecimiento. Captura -de  ese fluido unidimensional- el fenómeno, lo que aparece, la apariencia de lo visible y lo congela, lo bloquea, lo conserva; no para siempre, pero sí mientras exista la película y/o los píxeles. 
La fotografía hace con la realidad humana un ejercicio que es muy difícil de hacer. La fenomenología llama "poner entre paréntesis" un hecho, para poder estudiarlo. La captura de la realidad objetiva ha sido un problema constante de la filosofía. En ese sentido el "realismo aristotélico" es el que más se acerca a la cámara fotográfica. La realidad es lo que perciben los sentidos. Y el sentido de la vista siempre ha sido poderoso en esa búsqueda.  El "ver para creer" de Santo Tomás. Por supuesto que la llamada "corriente de la conciencia", a lo Proust o a lo Joyce; o la primacía de "la idea" de Renato Descartes no puede ser aprehendida por una instantánea fotográfica; pero sí la expresión, el fenómeno externo. El sentido de un evento - diría Enrico Castelli- trasciende su eventualidad. La intención -gracias al Venerable - es privativo arcano de cada cual. 
La fotografía ha sido un registro del devenir de la realidad humana y su circunstancia mucho más infalible que la frágil memoria. Aunque se diga que este registro es segmentado, parcelado; instantes apenas, breves como el click de la cámara. Antes de la invención de la cámara fotográfica no había nada -aparte de la narrativa, que también tiene sus limitaciones en la aprehensión de la total realidad- que registrara tan fielmente la historia del hombre, salvo los ojos de la mente: la facultad de la memoria. Con la fotografía el pasado nos trasciende haciéndose presente, el tiempo se hace eterno, y lo cotidiano se nos vuelve una cronología común y atemporal. Con la fotografía la realidad humana se hace con-mensurable, podemos hacer mediciones temporales mas precisas y colocar hitos y testigos más exactos en la temporalidad lineal y dispersiva de la historia humana. 
La fotografía también dice "yo estuve allí". Este aspecto relacionado con lo experiencial es importante. Una vida interior necesita ex-presarse. Necesita ser sacada a luz exterior, rescatarse permanentemente de la oscuridad. El arte de la fotografía es un modo de expresión artístico. En ella -el fotógrafo- al mostrar y proponer ante otros su propia experiencia de vida - punto del vista, luz y contraste,  perspectiva-, su personal apreciación, su juicio marginal; objetiviza su percepción del mundo mediatizada por la cámara. En ese sentido, el fotógrafo, no solo rescata, como en la historia, lo otro que es digno de ser salvado de la irreversibilidad del tiempo y deja grabado imperecederamente en el reino de este mundo cosas y casos que de otro modo se hubiese perdido en los túneles del tiempo y los abismos del espacio. La nada que todo lo corroe merodeando siempre la finitud del ser, la frágil y breve existencia del "bípedo implume", disolviendo implacablemente la frágil memoria humana.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Allemande - Silvius Leopold Weiss

la barra del bar

El bar es el mundo abierto. Allí nos desfocalizamos y resbalamos sobre la topografía del lugar, así como por nuestros pensamientos. Alguien llamó a esos rincones atmosféricos “núcleos confesionales”; desde la semipenumbra, desde diversas coordenadas espaciales nos llegan rumores de esas “confesiones” íntimas y esenciales que en un vuelo y revuelo anímicos se convierten en una masónica experiencia común.  De alguna manera, ese lugar de rincones adimensionales –desde el anochecer- se convierte en iglesia…que es el lugar físico en donde las experiencias espirituales se objetivizan en una gran práctica comunitaria. Allí, las almas penitentes son unánimes y convergen hacia el atrio sagrado iluminado con neones y velones consagrados con cerveza y vino de la casa…la barra. En ese particular lugar de este universo conversatorio de arriman los mas temerarios, los mas solitarios y ascetas; los mas necesitados de dioses temporales y sedientos de comuniones (uniones comunes) que le permitan trascender aunque sea por unos instantes de sus interiores que le atormentan.
Allí el tiempo lineal es demolido; el bar es un magnífico lugar para la búsqueda del “tiempo perdido”, tiempo de las palabras no dichas, tiempo de anhelos estropeados, de amores inconclusos, de deseos inconfesables, de hondas penas que nos sofocan el aparato respiratorio y el alma entera. Allí el tiempo es abolido, allí el tiempo que se devora a sí mismo, deja en esos momentos de devorarnos a nosotros y se diluye por los rincones oscuros de la cantina.
En la barra es como estar desguarnecido, al sereno, en donde la mundanidad se expone sin pudores inhibitorios y la confesión de fé se ectoplasma entre los vasos y las botellas. Se revelan allí testimonios de vidas personales que solo aparecen en ese altar público del bar. En ese santom santorum, fuera del espacio y del tiempo mundanos nos mostramos tal como somos. Se saca afuera, se hacen común las intimidades que más nos sofocan; y en medio de esta compilación de soledades ocurre un fenómeno grandioso: nos liberamos por algunos instantes de la casi insoportable y pesada carga de los trajines y proyectos, de las idas y venidas –aplastados por el tiempo y el espacio- de la mundanidad del mundo inexorable.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Dulcinea...Dulcinea!!!

"Adéntrate en ti mismo y escudriña y ahonda. Hay amores que no pueden romper el vaso que los contiene y se derraman, hacia adentro, y los hay - inconfesables, a los queel destino formidable oprime y constriñe en el nido en que brotaron, el exceso mismo de aquéllos los cuaja y los encierra; la tremenda fatalidad de éstos los sublima y engrandece. Y presos allí, avergonzándose y ocultándose de sí mismos, empeñándose por anonadarse, bregando por morir, pues no pueden florecer a la luz del día y a la vista de todos, y menos fructificar, se hacen pasión de gloria y de inmortalidad y de heroísmo."[...]  "Grande es una pasión que rompe por todo y quebranta leyes y arrolla preceptos y desencadena torrencialmente su caudal perinchido, pero es más grande aún cuando, temerosa de enfangarse con las tierras que ha de arrastrar en su furiosa arremetida, se arremolina en sí y se condensa y se meta en sí misma, como queriendo tragarse a sí propia, luchando por deshacerse en su imposibilidad misma, y revienta hacia adentro y convierte en inmenso piélago el corazón."
Unamuno.  Vida de Don Quijote y Sancho

martes, 20 de diciembre de 2011

I Wish You a Merry Christmas!

Políticos

Eugene Ionesco, el de La Cantante Calva; dice que hay dos clases de temperamentos: artístico y científico. Y que hay una tercera casta de hombres: los políticos.
Estos no entran en el campo de ninguna cultura. Están instalados entre las cosas, en lo fáctico, en los hechos; no son realmente necesarios  sino para los trabajos de decimotercera categoría, la menos importante, la cocina de la sociedad. Son simplemente distribuidores de la sociedad. En Chile algunos por la experticia adquirida por tantos años de “práctica de la profesión”  se han convertido en verdaderos Chef de la  política Criolla. Expertos en preparar Cazuela de Ave con chuchoca.

Se quejaba un político poéticamente:

Gobierna una oligarquía
de partidos satisfechos:
reparto de economía,
de poder y de derechos.
Cuatro años por un día
de votar entre deshechos:
cuatro años de porfía
con ciudadanos maltrechos.
Un día de algarabía
a costa de los barbechos
a los que por anal vía
dispensarán sus derechos. 

Ayer, el Partido Popular,
tuvo a bien el conjugar
-por activa y por pasiva-
el gran verbo "copular".
Hoy existe otro "talante"
que amplía el campo actuante:
se nos quiere "fornicar"
por detrás y por delante.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Un Voyeur Metafísico

Allá por el año 1951 invitaron a Ortega y Gasset a Darmstadt y, no sin sorpresa, se encontró en medio de una especie de congreso de Arquitectos. En esa oportunidad se quejó el filósofo que en Alemania no le avisan a uno nada,  de suerte que cuando lo invitan a algo no se sabe, por anticipado, qué es ese “algo”, y al ir no sabía ciertamente adonde iba. La otra sorpresa que se llevó es que se encontró con Martín Heidegger, una suerte de rival antifonero filosófico de Ortega, en ese momento. Lo único que le habían advertido era que el tema principal versaba sobre la técnica. Por lo que llevó a esa parte de la Germania una conferencia genial titulada: “El mito del hombre allende la técnica”.

Y así fue que uno de los arquitectos protestó que en las faenas arquitectónicas se introdujese el “denker” (el pensador) que, con frecuencia es “zer-denker” (des-pensador) y no deja tranquilos a los demás animales creados por el buen Dios. Ortega no se dio por aludido, pero haciendo uso de aquella “ironía socrática” que le caracterizaba, dijo: “El buen Dios necesitaba del des-pensador para que los demás animales no se durmiesen constantemente”. La mayoría rió de buena gana, sobre todo los más jóvenes. Sabemos que los arquitectos siempre están demasiado ocupados tratando de salir de sus laberintos euclidianos y tienen poco tiempo para pensar.

Ortega se preguntó es aquella histórica ocasión ¿Cómo se explica la existencia en el especialista (arquitecto) de este “primer movimiento” hostil ante todo brote de efectivo y diestro filosofar?. Y analiza ante todo dos razones. En al primera el especialista se ve obligado a percibir que su disciplina es parcial, que el, por tanto, es un hemipléjico o padece cualquiera otra enfermedad que “reduce al hombre a no ser sino un rincón de sí mismo”. Que es monotemático, que mira la vida con ojo miope, que ve partes o porciones del mundo. Que desde su particularísima parcela no puede ver lejanos horizontes, sino, solamente los cierros de hormigón perimetrales inmediatos y colindantes.

Por otro lado el filósofo, desde su primera palabra se advierte que habla “desde” el horizonte, que su voz viene y va a toda la extensión de la realidad, que no es un ruido comarcal ni local sino universal y cósmico, Su voz es general y ecuménica.
En segundo lugar, el hombre que, al fin y al cabo, lleva debajo de sí el especialista, descubre, ante el hablar del filósofo, que el tenía también en su intimidad una filosofía, que era filósofo sin saberlo. Pero que esa su era filosofía superficial, que “mas abajo”, como en un subsuelo existe otra mas profunda, mas recóndita, mas fundamental. Entonces el especialista se siente incómodo, molesto de ser descubierto por el filósofo. Esto de sentirse visto y descubierto por esta especie de voyeur metafísico, desde “abajo”, esto de que alguien levante a todas las cosas la faldas y le examine el trasero, le pone frenético y le parece; acaso con una punta de razón, indecente, impúdico…hasta obsceno.
La filosofía es siempre una invitación a una excursión vertical, hacia abajo. La filosofía va siempre detrás de todo lo que hay ahí y debajo de todo lo que hay ahí. Es una suerte de anábasis, una retirada estratégica, un perpetuo retroceso. Pues el destino del filósofo es ir por detrás y por debajo de las cosas para verles la espalda y el asiento. De allí la inquietud del especialista, cuando ve que el filósofo revuelve su capa ideológica y envuelve su retaguardia y se le pone inquietantemente a su espalda.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Estixtenciatismo

El existencialismo es la filosofía de los aspavientos. Trágica fraseología repleta de patetismos y gesticulaciones mayestáticas. Palabras que provocan espanto, que nos sobrecogen el corazón: angustia, desazón, decisión, abismo…Nada. El existencialista parte a la batalla con la sien herida; parte resuelto de que no es posible saber lo que el hombre es y con él el mundo. Todo lo que no sea un profundo misterio irreductible, un abismo insondable, una negra y caliginosa sima, un incognoscible por doquier y un asco perpetuo a todo lo que de blanco tiene, le resulta espantosamente superficial y de poca monta. El existencialista se echa al camino decidido a no “entender” nada, porque “entender” es para los simplificadores de siempre que se adormecen en el colchón de sus creencias ingenuas. Al igual que los narcos necesitan su droga, él necesita oscuridad y muerte y…Nada. Esta radical afición a la angustia –de que Heidegger es el más ilustre ejemplo- es su principal síntoma. Es paradojal, pero les gusta “pasarlo mal”; “gustan de los cementerios de muertos bien relleno”, “machacar cráneos” y “que solo se vislumbre la muerte en derredor” (los versos son de Espronceda).
Por el lado que se quiera tomar el mundo es extraño y desazonador. El mundo es resistencia. Al resistirse el mundo se me descubre como “otro que yo” y siendo como él. Pero en ese rechazarme el mundo descubro lo que hay de “bueno”, de favorable, de placentero, en él. Náufrago, anhelo la beneficencia que es la “resistencia” de la tierra firme. El mundo no es solo océano en que ahogo sino también playa a la que arribo. El mundo, entonces, me revela como resistencia a mí, me revela el mundo.

Es el Sentimiento trágico de la vida Unamuniano. El error está en que la vida no puede, en sí, ser una tragedia, sino que es “en” la vida donde acaecen y son posibles las tragedias. Esta idea trágica de la vida está impregnada de melodramatismo. Imaginación romántica que une a Kierkeggard-Unamuno-Heidegger.
El existencialismo ve la vida como sustancial problematicidad. La vida es constante peligro mortal, fenómeno del ente finito condenado a diluirse en la Nada absoluta. Heidegger pretende que la Vida es Nada, demostrando ipso facto que lo que dice es no-verdad. Porque la Nada que es la Vida tiene la particular condición de que de ella surge la incoercible energía de “gozarse” en elaborar el juego de una teoría, de una filosofía que hace patente y presente la Vida como Nada.  Si la Vida fuese, en efecto, solo Nada la única salida congruente sería suicidarse. Pero, resulta, lo extremo contrario, que en vez de suicidarse, la Vida se ocupa en filosofar.
A estas ideas trágicas de la Vida, extremadamente pesimistas y angustiantes, oponemos el “sentido deportivo y festival de la existencia”. El hombre juega a filosofar. Audazmente, imbuidos por la “libertad de espíritu”, con alegría acrobática juega a teorizar. Ortega postula que frente a la abrumadora seriedad de la vida, con la  risueña jovialidad del deporte, del juego, el hombre filosofa. Y este es el tono adecuado para filosofar. El filósofo es un “descifrador de enigmas”, que lo empareja con un intérprete de jeroglíficos, con un jugador de póker, con el trabajador que entreteje palabras cruzadas del diario de la mañana.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Al niño que todos llevamos dentro

Vivimos en una sociedad  poco solidaria, la realidad es que el que no sabe dar enérgicos codazos es quitado de la fila, hecho favorecido incluso por sus propios y generalmente nobles escrúpulos que le impiden re-accionar.
De este modo coexistimos en un ambiente poco valorador de lo mejor que somos, sino más bien nos burla y castiga por ello, crea personalidades apocadas y angustiosas que no observan al prójimo con la fruición de co-participar en este mundo común, sino con el temor y aprehensión de estar siendo constantemente expulsado de él; en el ambiente laboral, en las empresas amorosas, en los perímetros amistosos, en los pedestales de la admiración.  Cuando la afilada cuchilla de la crítica, la intermitente y corrosiva descalificación, la ofensa asquerosa y todo tipo de aumentativos, nos corta la carne y nos des-troza el alma; cuando se nos escatima de cualquier modo, se nos aparta y deja en último lugar, dando a entender que cualquier otra cosa es prioritaria y cualquier otra demanda es más digna de atención, acabamos pre-sintiendo y sintiendo que no tenemos en realidad el valor suficiente standard.
Dice Heidegger que el origen de la angustia era la forma como el ser humano conoce la nada como lo que hay detrás y antes de las cosas que existen (tenemos muy internalizado que procedemos de la nada y en la nada nos disolvemos, por lo que angustiarse sería salirse del “algo” que hay entre-medio). Somos una especie de entre paréntesis entre dos nadas absolutas. Pero aparte de esta “angustia existencial” de ribetes metafísicos hay angustias mas pedestres…a ras de suelo.
 Por ejemplo; poco colabora el prejuicio social generalizado de que el que no triunfa en las estructuras vitales programadas (educación, familia, fortuna, aceptación social, etc.) es porque no lo merece; no posee calidades y cualidades personales o no ha sabido conducirse con la inteligencia y astucia necesaria. Por el contrario, idealizamos y realzamos a los que las cosas les salen bien pensando que son capaces, perspicaces, juiciosos y se merecen todo por decoro propio.

El desamor, la impresión de no conseguir ser lo suficientemente estimados por los demás, es también una voz y sentimiento que con dedo acusador pareciera inculparnos: “!por algo será!”. Tal vez somos poco interesantes, atractivos, solventes, confiables, dignos, merecedores. No somos grandiosos, sino “poca cosa”, “poco partido” para los demás, a los que más bien importunamos con nuestra molesta e inoportuna presencia general. Llegamos a la vida siendo queridos (a veces no) y morimos día a día como si el mero existir y vivir con amor fueran una sola y misma cosa.
Muchas veces se ha creado una excesiva dependencia afectiva de los demás, de manera que nunca tenemos suficiente, siempre estamos afanosos, pidiendo y succionando como parásitos partículas de afecto,  y en este pedir nos degradamos a niveles de angustiosa humillación. ¿No sería la solución conformarse con menos y buscar otro tipo de placeres para calmar nuestro anhelo de felicidad?  En cambio el afecto-dependiente (como dicen los que saben) a menudo se vuelve un sufridor profesional buscando más de lo mismo, haciendo esfuerzos inmensos para convencer con sus favores, sus tiernuchas delicadezas, sus sutiles atenciones que sólo provocan las iras, el desprecio y el rechazo. No aparece en el horizonte ninguna actividad vindicativa y aclaratoria; a veces, un que te doy pero no te doy, con generosidad te doy, pero qué me das si te doy, te voy a dar cuando no esperes en vez de cuando desesperes, no te doy porque no te mereces que te de, aunque te doy a pesar de que no lo mereces. ¿A que no sabes si te daré o no te daré? Aunque no quieras te daré, pero cuando quieras no te daré…
En ocasiones ni siquiera hemos sido nunca queridos, porque los que decían que nos amaban nos mentían (es tan fácil mentir con la palabra y con el regalo envenenado), y nos traicionaban haciéndonos notar que con un poco más de esfuerzo acabaríamos induciendo por fin la ansiada efusión amorosa, siendo en realidad un siniestro engaño intoxicado producido por los más próximos (como la más enmarañada tragedia de insidiosos escritos shekaspearianos).
Que vemos al final; que el pobre bípedo sin plumas está esperando el milagro de, por fin, ser persona digna de amor y que le sea devuelto con intereses todo lo que ha perdido injustamente: un cielo difuminado, un paraíso perdido cuya promesa le hace tolerar las ignominiosas cadenas de lo injusto.

martes, 6 de diciembre de 2011

Grande sonate en la majeur - Romanza - Paganini

La Duda fué el comienzo

¿Quién puede dudar que vive, recuerda, comprende, quiere, piensa, sabe y juzga? Tanto más cuanto que si duda, vive; si duda porque duda recuerda; si duda, comprende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene dar temerariamente su consentimiento. Quienquiera, pues, dudar de todo lo demás, no puede dudar de lo antes dicho, pues si no fuese así, no podría dudar de nada. ("De Trinitate", San Agustín)

Dudar es  ausencia de seguridad y claridad al mismo tiempo. Al irse difuminando la confianza y el trato “familiar” con las cosas, la incertidumbre mordiente, la duda corrosiva  va ganado terreno a la seguridad. El rostro más habitual de la duda es la inseguridad. La duda que utiliza el escéptico descreído, el incrédulo por que sí, que solo duda por dudar no sirve de mucho.
La duda metódica es la del filósofo como método para averiguar si es posible acercarse a la verdad. Esta es la duda metódica que utiliza Descartes (Yo puedo dudar de la existencia de todo menos de la existencia de mi duda). Mi duda, soy yo pensando, por tanto, no puedo dudar de mi existencia. Pienso, luego existo. "Dudo de todo, pero al dudar estoy pensando, y si pienso existo." Ha escrito Cartesio.
Cuando estamos en los terrenos de la duda, somos duales: “”dudar es dos cuando se debe ser uno” ha dicho un filósofo.
Por ejemplo, cuando vemos una imagen digital en Internet. Vemos un aspecto, una parte sesgada, una porción Y NO LA COSA ENTERA. Cuando nuestra pupila ve una naranja reluciente, vemos la cara que está frente a nuestra visión –en cada caso desde un punto de vista determinado-; y que pasa con la cara que no vemos…y si está podrida?. Nuestra percepción de las cosas es limitada, parcial, fragmentaria. Nunca vemos la cosa entera, orbitalmente, como “malla de alambre”, como se dice en la jerga 3D. Cuantas veces nos ha pasado que  cuando conocemos una persona, por su aspecto exterior, la etiquetamos, la clasificamos, la encasillamos, la catalogamos, la juzgamos. Cuando su verdadero mundo permanece oculto.
Lo mismo ocurre con toda nuestra circunstancia –la estancia que nos circunda-mundanal, vemos “perspectivas”, visiones incompletas, “aspectos” de una realidad nebulosa que al acercarse pereciera que graciosamente se alejara.

Cómo no dudar entonces. La duda es cuestionamiento: la duda es inicio del filosofar.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Degradación de la vida en común

El hombre no es capaz de crear de la nada, pero cuando hace algo verdaderamente innovador, aunque sea partiendo de las cosas, de lo que hay, de la realidad ya creada, en algún sentido se aproxima al creador, y así puede llamarse aunque sea figuradamente.    Julián Marías


Tus besos de hoy ya no me saben a aquellos de nuestros primeros furtivos encuentros. Tus primeros “te quiero” me hacían subir al cielo, hoy los días pasan tan habitualmente sin que intercambiemos ni una sola palabra de afecto. La convivencia se hace desolada, desierta, árida, todos nuestros encuentros son tangenciales, fortuitos. Cada cual en lo suyo propio. Y la desolación y la soledad se ahondan en el inconmensurable abismo de la rutina. La vida cotidiana se degrada en rutina, en breves acercamientos con desgano, insolidarios, hasta hostiles. Cada uno a lo suyo. No hay “música” en nuestras vidas. Incapaces de esfuerzos creadores y lujosos, recaemos siempre en el ayer, en el hábito, en la rutina, en el vacío. Nos hemos convertido en criaturas chabacanas, indiferentes, glaciales, formulistas, hueras, como funcionario de aefepé. La vida se ha tornado en aburrimiento, como dijeron los anacoretas cristianos “sufren de ansiedad del corazón”.

La rutina como ácido corrosivo nos va perforando el alma poco a poco. Los  economistas llaman a este fenómeno “ley de rendimiento decreciente”; a mayor frecuencia de un suceso, menos valor se le atribuye-el verte en cada amanecer, pálida, desmelenada, rascándote la entrepierna, camino al baño, ya me es totalmente indiferente-. “El sonsonete de las quinientas horas semanales”, como canta desencantadamente Nicanor Parra.
Las musas, hijas de Mnemosyne, nos “olvidan” a cada instante. Y es imposible para el hombre estar creando a cada instante. Nos olvidamos a cada momento de la sabiduría del corazón y de la mente, del carácter sagrado del mundo y del ser humano. Nos olvidamos de sí mismos y de los que amamos. Somos tan extremadamente egoístas que nos olvidamos hasta de nosotros mismos.
Hegel encontró una idea que refleja muy claramente nuestra difícil situación, un imperativo que nos propone combatir acertadamente el olvido que inmoviliza y anquilosa, e incita a “echarle pa’elante”: "Tened —dice— el valor de equivocaros".
La vida creadora supone un régimen de alta higiene, de gran decoro, de incitantes estímulos, de felices iniciativas que excitan la conciencia de la creatividad. La vida creadora es vida proyectante, érgica, enérgica, faústica.
El que no hace cosas por el temor a equivocarse está condenado a rutinizarse, a petrificarse, a anquilosarse; a convertirse en una cosa entre las cosas. Pero para hacer cosas hay que saber qué cosas hacer.
Si hiciésemos balance de nuestro contenido mental –ideas, opiniones, normas, sentimientos, deseos, presunciones-, notaríamos que la mayor parte de todo…es nada.
He ahí la “quiditas”, como decimos nosotros los hijos de Roma.

sábado, 26 de noviembre de 2011

La Inmortalidad del Alma

Uno de los diálogos mas hermosos, que llena de emoción, de emoción contradictoria, porque en el se mezcla la tristeza con la alegría es, El Fedón. El tema central de este Diálogo es nada menos que el problema de la Inmortalidad del Alma. Desde el punto de vista de Platón, dicho problema es “el problema” de la Inmortalidad del hombre, es decir, si el hombre íntegro, el hombre en su naturaleza esencial –en esa identidad que se manifiesta a través del tiempo- perece absolutamente en la muerte o sobrevive a ella.

Esta es una interrogante que se ha planteado desde siempre, de manera inevitable, necesaria, ineludible. Este es un problema que se clava en el corazón del hombre con fuerza creciente a medida que el tiempo pasa. Todos los demás problemas humanos los podemos eludir, pero aquel, el de la inmortalidad al alma, se nos interpone de una manera categórica y formal.

Recordemos que este Diálogo comienza cuando Echécrates se encuentra con Fedón y aquel le dice preguntando: -¿Tú, Fedón, habías visitado la cárcel aquel nefasto día en que Sócrates puso fin a su vida bebiendo la cicuta, o supiste de ellos por la narración de terceras personas?. Fedón responde: -“Yo estuve allí”.
Platón relata en este Diálogo los últimos momentos de Sócrates, su amigo y maestro. Sócrates había sido condenado a muerte por “hacer pensar” a los jóvenes atenienses. Para sorpresa de todos los discípulos presentes, Sócrates nos va a hablar sobre por qué los hombres no deben temer a la muerte. Con talante festivo, con alegría habló largamente a sus discípulos de su convicción de que la muerte, para un hombre bueno, es el alza del telón en un drama para el que la vida entera ha servido de ensayo: el drama de la liberación del alma del confinamiento en el corral o pocilga” del cuerpo, donde hasta entonces estuvo prisionera. “Mientras estemos en la vida –dice Sócrates- no nos acercaremos a la verdad más que alejándonos del cuerpo y no mas teniendo relación con él que la estrictamente necesaria, sin permitirle que nos contamine de sus corrupción natural y, conservándonos puros de todas sus suciedades hasta que los dioses mismos vengan a libertarnos”.
Una vida entregada a la verdad es de suyo una larga preparación para esa bienaventurada libertad del alma.

Como el había consagrado su vida a la búsqueda de esa Verdad, podía mirar hacia delante con confianza y sin temor. Sócrates, al ver que algunos de sus amigos estaban perturbados por dudas científicas, acerca de la verdadera existencia del Alma, dedicó la última parte de su Diálogo a explicar sobre la “verdadera distinción entre el alma y el cuerpo”, y sobre los fundamentos para creer que ni nace con el cuerpo ni muere con él, sino que participa en la eternidad de la Verdad y Bondad que conoce.
Es por eso que Sócrates siempre aconsejó que hay que “hacer el Alma”–ese algo dentro de nosotros que piensa y sabe- “tan buena como sea posible”.

¿Esa “fe” de Sócrates en la Inmortalidad del Alma es humana o divina?

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Apuntes sobre el problema del Ser.

II parte: El Ser que juega a las escondidas de Parménides

El mas antiguo y reiterado tema de la filosofía es el del Ser. Fue Parménides de Elea (siglo VI a.C.) el que busca y “descubre” que detrás de la variedad de cosas, cualidades y sucesos que con-forman el espectáculo del mundo, se encubre una realidad trascendente., el “verdadero Ser” de las cosas. Con Parménides llega su máxima expresión una de las características de la filosofía, a saber: la exigencia de racionalidad sobre el mundo. A Parménides le interesa, sobre todo, el orden, la coherencia y fijeza de las ideas abstractas, que, por supuesto, no es lo primero que encontramos en nuestra cuotidiana experiencia.
Lo primero que encontramos es el mundo repleto hasta los bordes de cosas. Y “los mortales de dos cabezas”, como dice Parménides toman como “la realidad” lo que ven, oyen, palpan; sin lograr “ver” que detrás de los fenómenos está el “verdadero Ser de las cosas”. Las cosas, en griego “prágmata”,  muestran a los sentidos múltiples aspectos o propiedades. Son duras o blandas, frías o calientes, grandes o pequeñas, bellas o feas; árboles, plantas, animales, estrellas, mesas, planetas, lápices, etc. pero consideradas por otro órgano, con el pensamiento o “nous” griego, toda esta multiplicidad de cosas que conforman el mundo, presentan una propiedad sumamente importante y común a todas: antes de ser blancas o negras, antes de ser animal, planta o barco, las cosas “Son”.
Se pude, con lo dicho, extraer una doble significación.
Primera. Se designa el conjunto de los seres como lo infinito e infinitamente múltiple que “existe”, el mundo del Ser, el mundo donde habita el Ser.
Segunda. Designa el Ser del mundo, la realidad total y primaria que no necesita de ulterior fundamentación: el hecho que las cosas “existen”; en este sentido es el Ser “lo general” que es común a todos los contenidos, por diversos y opuestos que puedan ser.
En la primera significación es el contenido total del mundo, abarca el mundo en su multiplicidad que encuentra su punto de coincidencia en el hecho de existir. En la segunda significación es la forma común a la multiplicidad de las formas del mundo, el Ser constituye la unidad que hace posible ese punto de coincidencia de la multiplicidad. Entonces, la inabarcable plenitud del mundo, cuya pluralidad y diversidad ningún pensamiento puede reducir a verdadera unidad, ha sido fundida, reducida al yugo de este único pensamiento: que todo “Es”, unitariamente. Y en el otro sentido, en la significación abstracta del concepto del concepto Ser que prescinde de toda extensión y se convierte en la fórmula verbal que expresa el elemento común a todas de todas las cosas. El concepto filosófico del Ser es el que mas unifica, dentro del espíritu, la totalidad del mundo.
Pero esta realidad ontológica, que se manifiesta al espíritu, no existe para los sentidos. Muy al contrario, nuestra experiencia sensible se rebosa de una multiplicidad de cosas que vertiginosamente nacen y mueren, aparecen y desaparecen. Parménides niega la verdad a esa experiencia cambiante de los sentidos y pone toda la verdad en aquel mundo inteligible, único, eterno, inmutable, descubierta por el pensamiento (nous), que es el Ser. Dice en este sentido que son “lo mismo” el Ser y el pensar. Y a los ojos del pensar el ser es “uno e inmóvil”, frente a la “pluralidad y cambio” de las cosas que se dan en la sensación. Con Parménides comienza la división de los dos mundos, el de la verdad y el de la apariencia (opinión o doxa), que es falsedad cunado se confunde con la verdadera realidad.

“yo te dejo…de aquello (el camino de la investigación) sobre lo que yerran los mortales de dos cabezas, que nada saben, pues la insensatez dirige en sus pechos el vacilante pensamiento. Y se agitan aquí y allá, mudos y ciegos, tontos; muchedumbre de insensatos, para quienes el ser y el no-ser  les parece lo mismo y no lo mismo, y para quienes el camino de todas las cosas se halla en direcciones opuestas”. Parménides (Fr.6; 4-5)
El Ser de Parménides es el Ser en general que es solamente uno, universal y siempre el mismo. No se le puede dividir en diverso y múltiple, individual y substancial, ni hay modos de señalar en él grados diferentes de intensidad. Sin cambio ni movimiento, no conoce ningún devenir ni ningún perecer. En perfecto reposo y rígido, semejante a la forma de una bien redondeada esfera, igual  y uniformemente contorneada por sus límites. Así el Ser parmenídico es siempre igual, rígido, en eterno reposo, que afirma de un modo conciente en el pensamiento intelectual (nous) como vía única para la verdad. El conocimiento sensible es de naturaleza engañosa. Esta distinción entre el conocimiento sensorial y el conocimiento abstracto habrá de gozar de la máxima aceptación en todo el decurso de la historia de la filosofía. Todas las formas de racionalismo caminarán por las vías descubiertas por Parménides.

viernes, 18 de noviembre de 2011

METAFÍSICA DE LA PERSPECTIVA

Cada uno de nosotros mira el mundo desde su particular punto de vista.
Este punto de vista que es individual es el único desde donde puede mirarse el mundo en su singular realidad.
La realidad, multifacética, heterogénea, varia no puede ser mirada sino desde el lugar geométrico, la situación espacial, que cada uno ocupa, fatal e irremediablemente, en el Universo.
A esta doctrina se le ha llamado, en filosofía, Perspectivismo.
Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no la  ve otra. “Somos insustituibles, somos necesarios”. “El punto de vista-dice
Ortega y Gasset- individual me parece el único punto de vista desde el
cual puede mirarse el mundo en su verdad”.
El Perspectivismo no es un relativismo a ultranza (como algunos), tampoco es su deformación, sino,  al contrario, es su organización. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Porque una realidad que vista desde cualquier mirador resultase siempre  igual –el mismo cuadro- es un concepto absurdo.
Cada uno de nosotros es un punto de vista sobre el universo. Federico Nietzsche entendió por Perspectivismo la condición por la cual “todo centro de fuerza –y no solamente el hombre- construye todo el resto del Universo partiendo desde sí mismo o sea prestando dimensiones al Universo, forma y modelo,  medidas por la propia fuerza”. El tema por ser tan inmediato, tan de “primer plano” pasa desapercibido.
El cuerpo físico de cada uno de nosotros, hace de nosotros un personaje inexorablemente espacial. Me ubica en un sitio y me excluye de todos los demás.
El cuerpo, pues, nos limita, no nos permite ser ubicuo, estar en dos o mas partes al mismo tiempo, como quisiéramos muchas veces . El cuerpo nos sitúa, “la realidad del hombre presente está constituida, entre otras cosas, por ese concreto punto de tangencia cuyo lugar geométrico se llama  ‘situación’. En esa “situación” la física que nos limita,  que generalmente es un ámbito arquitectónico,  y en la cual se haya inscrito nuestro destino; elegido algunas veces, impuesto otras; predestina forzosamente gran parte del contenido de nuestra vida, circunscribe el ámbito de nuestros problemas y, como decíamos, limita las posibilidades de las soluciones. Mas allá de la situación esta la “circunstancia” –la estancia que me circunda- mundanal. El mundo más allá de mi emplazamiento físico. "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus est, leemos en la Biblia. Y en la escuela platónica se nos da como empresa de toda cultura, ésta: "salvar las apariencias", los fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea."
Es nuestro “aquí, ahora”, inexorable, ineludible, inevitable. En el punto o lugar en que ubicamos nuestro cuerpo, lo llamamos “aquí”. Y aunque cambiemos de sitio, aunque llevemos nuestro cuerpo a otro lugar, ese lugar pasará a ser nuestro “aquí”. Cualquier sitio, cualquiera, en donde me sitúe de presencia física, será mi “aquí” y; este será mi
punto de vista, es decir, mi ubicación precisa, que se convierte automáticamente en una perspectiva. La perspectiva es el orden y la forma que la realidad toma para el que la contempla. Si varía el lugar que el contemplador ocupa, varía también la perspectiva.

La cibernética anda a la caza de “un sitio” desde el cual se vea la realidad en su totalidad, una megapupila heterotópica que observe hacia y desde todos los puntos del espacio, una especie de perspectiva divina.

domingo, 13 de noviembre de 2011

J. S. Bach - Air

Individualismo provinciano

Estamos viviendo una época de exacerbado individualismo; pero no el individualismo puro y hasta sano - la autarquía aristotélica- del liberal, sino el individualismo del hombre masa. El hombre masa ha conseguido poderío social gracias a su “filosofía”: no da razones ni tampoco quiere tener la razón.
Con el advenimiento de la democracia se esperaba un nuevo hombre nacional; el hombre persona. La idea de persona encierra una bella intención: de que todos somos iguales sin perder nuestra identidad, por tanto debería “comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pero sucede remotamente aquello. Hoy, por un lado priman los valores crematísticos; mejor digamos seudovalores. Estos “valores” son los bienes de los que antes tenían  muy poco o nada patrimonio económico; y de pronto gracias a circunstancias puramente contingentes han logrado tener un automóvil y un puesto en la administración pública o un negocio de abastos.
 Por otro lado, producto de una ideología neoliberal, ha surgido en la escena nacional el “hombre snob”, ese hombre petulante, aristofílico, light; que cree ingenuamente que se las sabe todas; que está por encima de sus congéneres  y que cree  que su valor y el de los demás radica fundamentalmente, en sentirse parte de una minoría selecta de tribunos y patricios que trata con la turbamulta desde lejos.
A estas dos actitudes nacionales que ha traído la recuperada democracia se suma el mal endémico de las ciudades satélites de la capital: el provincianismo.
En el antiguo Imperio Romano los pueblos que no resistieron el avance imperial, fueron relegados a  las “provincias”. Vencidos, fueron reducidos a la condición de “provincias”, palabra que significa precisamente eso: el lugar de los vencidos.
La principal característica del provinciano de hoy está en tratar de creer que su provincia es el centro del universo, pero  en el fondo sabe que la civilización está en la Capital del Imperio; se siente como un súbdito al cubo, algo así como un menor de edad frente al poder político omnímodo del Imperium central, pero su actitud  soberbia en medio de su parcela  de transtierra es la del todopoderoso Zeus.
En Chile, lamentablemente, a diario se encuentra uno más a menudo con gente así: el pseudearistócrata provinciano que le ordena a su secretaria -que antes era una modesta dueña de casa- que pregunte a través del interfono “¿de qué empresa viene, ya que el señor está muy ocupado?”.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pasacaglia_Handel

Apuntes sobre el problema del Ser

I parte: Generalidades.

La disciplina que va a preocuparse del problema del Ser es la ontología. Ontología significa “teoría del Ser”. Esta parte de la filosofía que se ocupa del problema del Ser está en los límites de ella: es un problema limítrofe. La ontología trata del problema del Ser en términos amplios, generales, o sea, no de este o aquel ser concreto y determinado; sino del Ser en general, del Ser en el sentido más vasto y amplio de la palabra.

Cuando el hombre observa espontáneamente el mundo circundante, toma las cosas que se ofrecen a su conciencia según su pura apariencia, su contenido, sin plantearse el problema de su realidad. En un espíritu inmaduro se entrelazan caóticamente las apariencias mas irreales y las mas absurdas fantasías, de manera tal que ha sido necesaria una larga experiencia, corregida a través de las más grandes dificultades de tipo práctico, para abstraer radical y fundamentalmente el Ser y la apariencia, para descubrir al final, que el mismo contenido, la misma “cosa” puede ser lo uno como lo otro. En algún momento el hombre descubrió que el mundo es una realidad subsistente en sí con independencia del observador; que el mundo no es solo lo que parece que es, sino que posee una substancia tras de esa apariencia –un cosmos sub-stante-, algo que le hace Ser en sí y por sí.

¿Pero podemos definir ese Ser que se oculta tras la apariencia de las cosas? Recordemos que definir un concepto consiste en incluir este concepto en otro que sea mas extenso en varios otros que sean mas extensos y que se encuentren, se acerquen, se toquen, precisamente en el punto del concepto que queremos definir. Entonces, si queremos definir el concepto “Ser”, tenemos que tener a mano otros conceptos que sean “más que Ser” y, ya dijimos, que el problema del Ser es un problema limítrofe de la filosofía.
El Ser es pensado como algo absoluto, único, universal. El concepto “Ser” encierra toda UNA unidad designable en una sola palabra la totalidad de las cosas, de manera que ninguna quede excluida. Por eso para definir el Ser nos encontraríamos con la dificultad de que no tendríamos que decir nada de él. Del Ser no podemos predicar nada.
Hegel identifica el concepto de Ser con el concepto de “nada”.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Epifanías Subjetivas


“Estos Prolegómenos no son para uso de principiantes, sino para futuros maestros y, aun a éstos, no les deben servir para la exposición de una ciencia preexistente, sino, ante todo, para la invención de la ciencia misma”.    Kant

Engañar, embaucar, engatusar, timar, seducir, dar a la mentira apariencia de verdad, disfrazarla de autenticidad; ocultar sus ilegalidades y cubrirla de aparente probidad genuina…es un arte. Pero no cualquiera puede llegar a ser un mofante embelacador  profesional. Se necesita conocimiento y técnica. Para enmascarar la realidad, primero hay que conocer sus recovecos. Y esto no es tarea fácil. Conocer las cosas patentes, desnudas y manifiestas en todo su dramatismo es misión de guerrero boreal.
El hombre necesita una cierta seguridad, una cierta estructura desde donde poder proyectarse. Incluso para proyectar la inseguridad el hombre necesita terreno firme, un suelo sólido en donde poner los pies y apoyarse, por tanto, hay una cierta seguridad en la inseguridad.
Entonces lo primero que debe construirse el aspirante a encandilar a incautos solípedos o seducir a alguna adinerada cortesana poco agraciada, es construirse una atalaya compacta y firme desde donde sostener y lanzar desde allí sus ataques tracaleros. Llegar a ser un enlabiador de buen proclamar, con algún prestigio social requiere estudio y cierto intelecto cultivado; en esta lucha brutal por la existencia, de cuernos aguzados, o de afilada armadura de animal de rapiña; hay que ser capaz de camaleonizar la apariencia y de un caracortada de traje clownesco transmutarse en un efebo andrógino, del tipo bailarín de “martes femeninos”…de esos que gustan al sexo “débil” hoy en día.

El arte de fingir, el engañar, la adulación, la mentira y la fraudulencia, la murmuración de pasillos, la farsantería, el vivir del oropel ajeno, el enmascaramiento del rostro, el convencionalismo encubridor, la escenificación de actor de tercera ante los demás y ante uno mismo; en síntesis, el aparente aleteo traqueteador e incesante de polilla alrededor de la luminiscencia de la vanidad y el amor propio hiperestésico, debe ser el fin último del aspirante a estas artes arcanas a la mayoría de la plebe vulgata.

Hay entre los hombres una inconcebible, sincera y pura inclinación  hacia la verdad. Aunque el mayor número se encuentra sumergido en epifanías subjetivas, la poca densidad de su vida mental no le permite ver más allá de la punta de sus zapatos. La mayoría se encuentra profundamente sumergido en ilusiones y ensueños; su mirada se limita a resbalar sobre la periferia de las cosas y los casos y percibe sus primeros planos, sus aparentes formas engañosas; su percepción sensorial no conduce en ningún caso a la verdad, sino que se duerme acomodaticiamente sobre el cojín de estímulos primarios, jugando infantiloidemente a tantear la cáscara de “lo que hay”.

Nietzsche se pregunta: En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo, de modo que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede desterrado y enredado en una conciencia soberbia e ilusa?

Esa ignorancia de sí mismo mimetizada en soberbia autocomplaciente del hombre, es su mayor debilidad y desde allí partiremos con el cultivo de las semillas del engaño y del fraude. Inocularemos, por ejemplo, una suerte de moral calvinista que iguala la riqueza y poder político a las bendiciones de Dios y por ella mide el éxito humano del individuo, entonces acumular dinero será garantía de una vida feliz y admirable. 
Debemos cultivar la ambivalencia celestial y bestial, la descalificación oportuna, la conducta odiosa, el libertinaje de ser-él-mismo-para-sí-mismo y la labor corrosiva que suscita la constante desaprobación; el desprecio sistemático, el demérito y la repugnancia a todo intento de búsqueda de la verdad. Estas son las comarcas del engaño. Debemos aprender a re-crear emociones fuertes. Una fuerte emoción aturde, desorganiza el curso del pensamiento y se presenta como un certero disparo en el centro del blanco de la atención. En ese momento se neutraliza el raciocinio y podemos dar un golpe certero al bolsillo, al amor propio, al cinturón de castidad de la víctima.
Afirmar que el hombre tiene una primaria apetencia de verdades…es el primer engaño. La estulticia, trompetera de su auténtico quehacer nos canta de cómo el prototipo humano retuerce el cuello del búho de Minerva y después de cocerlo a fuego lento, se lo engulle, para acallar el ruido de sus tripas.
Hemos vistos muchos retratos del hombre psicológico, y este, por lo menos en términos freudianos, es un hombre universal. En esencia, todos los hombres somos iguales, ¿así,  para qué la pantomima del escándalo? ¿Para qué el símil de impacto emocional, como si nos estuviéramos viendo por primera vez frente al espejo? ¿Para qué fingir el asombro estuporoso? Citemos otra opinión representativa, la de Franz Alexander: “en el subconsciente profundo, todos los hombres son similares; la individualidad se forma mas cerca de la superficie”.

domingo, 30 de octubre de 2011

La filosofía como solución a los problemas

“Primum est vivere, deinde philosophari” se dice de seguido. Y no puede ser de otra manera. La filosofía no puede ser algo primerizo en el hombre. La filosofía no es para señoritos satisfechos, ni para los aficionados a los “choripanes” cerveceros del fin de semana. Se filosofa desde muy adentro de la vida, cuando ya existe una experiencia de la vida, un pasado vital. Cuando la flauta filosófica comienza a sonar es porque se han visto muchos atardeceres, el buho de Minerva canta al anochecer. Eso que llaman niño prodigio (Schelling es la excepción que confirma la regla), una suerte de Mozart impúber, no es posible en filosofía. Platón y Aristóteles se daban cuenta que el filosofar –igual que la política- era cosa de viejos. La filosofía es un “venir de”, “llegar a” y “dejar de”.
A la filosofía se llega laboriosamente…es solo para iniciados. Recordemos que la filosofía es un sistema de interpretaciones radicales sobre el mundo y las cosas que suceden en el mundo. Es, por tanto, una actividad “intelectual”, a la que se llega de un modo “positivo”, o el aquel otro, más trabajoso y empinado: el escepticismo. Este atravesado hermano de la filosofía positiva y dogmática es un sistema de doctrinas terribles que se van autodestruyendo. Es una radical actitud defensiva frente a los falsarios mundos posibles y, esa negatividad ante todo saber, se siente en el cierto, fuera del radio del error, se siente seguro en la inseguridad. El escéptico tiene una imagen del mundo esencialmente vacía que lleva a la afasia –abstención del juicio, a la apatía- o austeridad, austería, la actitud seca, fría, severa ante todo y todos.
Cuando se han perdido las creencias tradicionales y se encuentra uno perdido en la vida,
de no saber a qué atenerse y nos vemos en esa situación de perdimiento radical; se nos da a sí mismos la conciencia de la ignorancia. Pero este no saber fundamental, esta ignorancia original, ese no saber qué hacer es el motor que nos fuerza a forjaros una idea de las cosas y de nosotros mismos y averiguar, al cabo, que es “lo que hay”. Filósofo solo puede ser –y esto se impone como una necesidad vital- quien no cree o cree que no cree, y por es necesita encontrar algo así como una creencia. Tanto de duda, tanto de filosofía.
Entonces, cuando se ha perdido la fe tradicional que nos sostenía y hemos caído en el no-saber, hemos ganado una nueva fe, en un nuevo poder que, sin saber, poseíamos. La filosofía se nos aparece como duda ante lo tradicional, pero, también como confianza ante una vía nueva que se encuentra ante sí. Duda o camino seguro –aporía o método- integran la peculiar ocupación que es el filosofar. La duda sin camino a la vista no es duda, es desesperación. Y la desesperación no lleva, de ninguna manera, a la filosofía, sino al salto al vacío mortal. El filósofo no necesita saltar, porque está en la “creencia” de tener un camino por el que se puede andar, avanzar, y llegar al claro de la Realidad por sus propios medios. Por esto la filosofía no puede ser algo primerizo en el hombre. Cuando se está complicado en el vivir y el Universo se ha tornado un puro problema aparece este procedimiento mental, este esfuerzo cognoscitivo que es el filosofar.

sábado, 29 de octubre de 2011

Andres Segovia: J.S.Bach- Sarabande and Gavotte en Rondeau

Santo Tomás no era burro…

Solo sé que nada sé y ni de eso estoy seguro. Platón

Siempre me ha atraído  la Estupidez.
La mía, por supuesto.
No sólo hay infinitos tontos, sino que los hay de distintas formas: unas más ligeras; otras, más graves; hay tonterías inocentes; otras que son grave pecado... En las obras de Santo Tomás encontramos toda una tipología de tontos: asyneti, cataplex, credulus, fatuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors.

Reflexiona que: en relación a Dios, todo hombre es tardo de intelecto (Dios lo conoce todo en un solo acto) y por tanto, para aprender, requiere muchas metáforas. Un intelecto elevado, de pocas cosas extrae mucho conocimiento y los tardos necesitan de muchos ejemplos para entender.
El tonto por no cultivado es un idiota. Así, en el texto citado de la Contra Gentiles, Santo Tomás confronta el "intellectus optimi philosophi" al "intellectus rudissimi idiotae" y afirma que el idiota toma por falso lo que él no puede comprender. Es en general el inexpertus ("non habens scientiam acquisitam") como aquel esclavo ignorante del Ménon de Platón.
Santo Tomás habla incluso de la contraposición entre atletas instruidos e idiotas, es decir rudos sin experiencia:
Otra constante en la variopinta legión de los tontos es que son obtusos, lo que se opone a la agudeza; lo agudo penetra en la realidad: de ahí que se hable de "sentidos agudos" e "inteligencia aguda", que penetra hasta en lo íntimo de la realidad. Lo contrario de agudo es obtuso, es burro.
En español "asno" se emplea para designar una persona ruda y de muy poco entendimiento y, en portugués, "burro" es ya la primera palabra para designar la poca inteligencia. Pobres burros. Aunque han logrado otras celebridades; si no, véanse páginas zoofílicas.

José Antonio Marina, filósofo español dice en su libro La Inteligencia Fracasada: “Puesto que hay una teoría científica de la inteligencia, -dice- debería haber otra igualmente científica de la estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los niveles educativos produciría enorme beneficios sociales. El primero de ellos, vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad”. El hombre no tropieza dos veces en la misma piedra sino doscientas. La historia de la estupidez humana llenaría libros y libros y nunca se terminaría porque la estulticia no tiene fin. Y aún más, la palabra “estupidez” no tiene prestancia científica de ninguna clase; designar a alguien como estúpido es una liviandad. Sin embargo cuánto tiene que ver la palabreja con los fracasos de la inteligencia...