Estamos viviendo una época de exacerbado individualismo; pero no el individualismo puro y hasta sano - la autarquía aristotélica- del liberal, sino el individualismo del hombre masa. El hombre masa ha conseguido poderío social gracias a su “filosofía”: no da razones ni tampoco quiere tener la razón.
Con el advenimiento de la democracia se esperaba un nuevo hombre nacional; el hombre persona. La idea de persona encierra una bella intención: de que todos somos iguales sin perder nuestra identidad, por tanto debería “comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pero sucede remotamente aquello. Hoy, por un lado priman los valores crematísticos; mejor digamos seudovalores. Estos “valores” son los bienes de los que antes tenían muy poco o nada patrimonio económico; y de pronto gracias a circunstancias puramente contingentes han logrado tener un automóvil y un puesto en la administración pública o un negocio de abastos.
Por otro lado, producto de una ideología neoliberal, ha surgido en la escena nacional el “hombre snob”, ese hombre petulante, aristofílico, light; que cree ingenuamente que se las sabe todas; que está por encima de sus congéneres y que cree que su valor y el de los demás radica fundamentalmente, en sentirse parte de una minoría selecta de tribunos y patricios que trata con la turbamulta desde lejos.
A estas dos actitudes nacionales que ha traído la recuperada democracia se suma el mal endémico de las ciudades satélites de la capital: el provincianismo.
En el antiguo Imperio Romano los pueblos que no resistieron el avance imperial, fueron relegados a las “provincias”. Vencidos, fueron reducidos a la condición de “provincias”, palabra que significa precisamente eso: el lugar de los vencidos.
La principal característica del provinciano de hoy está en tratar de creer que su provincia es el centro del universo, pero en el fondo sabe que la civilización está en la Capital del Imperio; se siente como un súbdito al cubo, algo así como un menor de edad frente al poder político omnímodo del Imperium central, pero su actitud soberbia en medio de su parcela de transtierra es la del todopoderoso Zeus.
En Chile, lamentablemente, a diario se encuentra uno más a menudo con gente así: el pseudearistócrata provinciano que le ordena a su secretaria -que antes era una modesta dueña de casa- que pregunte a través del interfono “¿de qué empresa viene, ya que el señor está muy ocupado?”.
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