“Primum est vivere, deinde philosophari” se dice de seguido. Y no puede ser de otra manera. La filosofía no puede ser algo primerizo en el hombre. La filosofía no es para señoritos satisfechos, ni para los aficionados a los “choripanes” cerveceros del fin de semana. Se filosofa desde muy adentro de la vida, cuando ya existe una experiencia de la vida, un pasado vital. Cuando la flauta filosófica comienza a sonar es porque se han visto muchos atardeceres, el buho de Minerva canta al anochecer. Eso que llaman niño prodigio (Schelling es la excepción que confirma la regla), una suerte de Mozart impúber, no es posible en filosofía. Platón y Aristóteles se daban cuenta que el filosofar –igual que la política- era cosa de viejos. La filosofía es un “venir de”, “llegar a” y “dejar de”.
A la filosofía se llega laboriosamente…es solo para iniciados. Recordemos que la filosofía es un sistema de interpretaciones radicales sobre el mundo y las cosas que suceden en el mundo. Es, por tanto, una actividad “intelectual”, a la que se llega de un modo “positivo”, o el aquel otro, más trabajoso y empinado: el escepticismo. Este atravesado hermano de la filosofía positiva y dogmática es un sistema de doctrinas terribles que se van autodestruyendo. Es una radical actitud defensiva frente a los falsarios mundos posibles y, esa negatividad ante todo saber, se siente en el cierto, fuera del radio del error, se siente seguro en la inseguridad. El escéptico tiene una imagen del mundo esencialmente vacía que lleva a la afasia –abstención del juicio, a la apatía- o austeridad, austería, la actitud seca, fría, severa ante todo y todos.
Cuando se han perdido las creencias tradicionales y se encuentra uno perdido en la vida,
de no saber a qué atenerse y nos vemos en esa situación de perdimiento radical; se nos da a sí mismos la conciencia de la ignorancia. Pero este no saber fundamental, esta ignorancia original, ese no saber qué hacer es el motor que nos fuerza a forjaros una idea de las cosas y de nosotros mismos y averiguar, al cabo, que es “lo que hay”. Filósofo solo puede ser –y esto se impone como una necesidad vital- quien no cree o cree que no cree, y por es necesita encontrar algo así como una creencia. Tanto de duda, tanto de filosofía.
Entonces, cuando se ha perdido la fe tradicional que nos sostenía y hemos caído en el no-saber, hemos ganado una nueva fe, en un nuevo poder que, sin saber, poseíamos. La filosofía se nos aparece como duda ante lo tradicional, pero, también como confianza ante una vía nueva que se encuentra ante sí. Duda o camino seguro –aporía o método- integran la peculiar ocupación que es el filosofar. La duda sin camino a la vista no es duda, es desesperación. Y la desesperación no lleva, de ninguna manera, a la filosofía, sino al salto al vacío mortal. El filósofo no necesita saltar, porque está en la “creencia” de tener un camino por el que se puede andar, avanzar, y llegar al claro de la Realidad por sus propios medios. Por esto la filosofía no puede ser algo primerizo en el hombre. Cuando se está complicado en el vivir y el Universo se ha tornado un puro problema aparece este procedimiento mental, este esfuerzo cognoscitivo que es el filosofar.
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