viernes, 30 de septiembre de 2011

La vida de cada cual

La ilusión de la compañía es una de las tantas bromas pesadas que nos juega la Vida. Por ser la Vida intransferible, exclusiva, hace que esta sea “radical soledad” (Ortega y Gasset), en un sentido mucho mas profundo que el psicológico. Nadie puede sufrir por mí dolor, ni orientarse por mi en el mundo, ni amar, ni desear, ni dudar; la Vida es esa enorme tarea de enfrentarse con las cosas, los casos y la gente. Se alteran las facilidades y las dificultades con que nos topamos por las esquinas del mundo. Cada cual vive su Vida solo, en la mas completa y rotunda soledad existencial.
Desde ese fondo de “soledad radical”, que es sin remedio nuestra Vida, emergemos torpe y constantemente en un ansia, un deseo –a veces desesperadamente desesperado- no menos radical, de compañía. -Paradojal situación evolucionista, chiste en nuestra programación vital-. Hacemos diversas musarañas cordiales, contorsiones emotivas; nos inventamos intentos de acercamiento a los demás: amor, amistad, para acercar nuestra soledad a la de los otros seres; pero estos jamás se funden con el cada cual que cada uno es –sino absolutamente lo contrario-, los demás son siempre lo otro, el absolutamente otro; un elemento extraño y siempre –mas o menos- estorboso, negativo y hostil. En el mejor de los casos, incoincidentes que por eso advertimos como lo ajeno y fuera de nosotros, como lo forastero; como un cuerpo extraño a nuestro organismo.

El hombre solo y perplejo frente a la inmensa soledad universal –cansado de hurgar por los mundos ajenos- vuelve en gesto desesperanzado su visión hacia dentro de sí mismo, hacia sí mismo. Y no sin asombro observa, que está absolutamente solo frente a la inmensidad del Todo.  Esa suerte de excursión que ha experimentado –por los derroteros mundanales- buscando algo o alguien que lo “acompañe”, le ha enseñado, no sin dolor, que aquello no es más que una ilusión, encantamiento, espejismo, representación fantasmal de un estado que idealmente quisiéramos vivir; el de ser todos, Uno. Hemos creado todo un repertorio –patético, por cierto- de intentos burdos para evadirnos de nuestra “radical soledad”; besos de la persona amada, los gestos del amigo, la empática corriente del grupo social (los blogs, Twitter, Facebook, etc.; no son más de los interminables intentos de acercamiento al absolutamente otro).
La verdad es que la Vida es personalísima intimidad. El intento humano de salirse de sí mismo es ir a los demás es gesto inútil.
Ese salto que habla Kunkel, del yo al nosotros, es espejismo utópico (a Tamayo le hubiese gustado esto). El yo es concreto, presencia indubitable; el nosotros, completo vacío, latencia dudosa, utopismo –que es la concepción de la existencia desde “ningún sitio”, pretendiendo valer para todos-.  Pero el Ser humano –hermoso dentro de su miseria- se siente forzado a buscar y se estrella con imbatibles  muros que le indican su definitiva y absoluta condición de soledad. Vivimos efímeros amores paranoicos, uniones simbióticas, extraños enlaces de paroxismo sentimental; sin alcanzar jamás, el sueño romanticoide (grave herencia de esos señores pálidos, barbilampiños, empolvados, adonizados, llenos de aguas de lavanda, zarzaparrilla, ámbar, jazmín, bergamota y avioletadas; esos, eruditos a la violeta, felizmente casi extintos: los románticos) de la fusión total, un derretimiento con el otro, una unificación desindividualizada, una atomización para mutar después en un sola superpersona. 

Buscamos y buscamos, pero al final veremos, como en un espejo, retratada nuestra propia e inequívoca figura, nuestro propio y solitario ser. Y nada más. Todos esos amagos de fusión, amalgama, simbiosis, comunión, reunión, amor, sociedad (ahora redes) –o como se llame- que este desierto total nos pone en la retina estimativa, no es más que un espejismo brillante, engañosa apariencia, refracción artificial; fraudulencia, engaño, insidioso e irreal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario