martes, 27 de septiembre de 2011

A propósito de ombligos

La curiosidad humana es mayor que la humanidad de los curiosos. Desde tiempos inmemoriales el hombre se hacía la bizantina y no menos bizarra pregunta (la mujer no, pues éste era aún un problema masculíneo): "Utrum Adam habuerit umbilicum necne?" o sea: Adán tuvo o no ombligo?… La duda cruzó “longo” y transversalmente los siglos desde los silentes claustros monacales, perilustres y esclarecidas justas escolásticas a punta de silogismos y, en más de una ocasión se vio a barbudos, ventrudos y cejijuntos Franciscanos terminar sus cogitaciones “ad respectum” a combo en ristre y escupitajo limpio; hasta cenáculos pseudofilosóficos de cualquier barucho trasnochado frente a alguna marina albiceleste (de esos que abundan en nuestro hermoso y regado Chile).

El ombligo es eso que todos tenemos en el frontispicio de la zona abdominal, de forma ovoidal; es una simple cicatriz que, según la mayoría de la gente, sólo actúa como reservorio de las "pelusillas" de fibras de nuestra ropa interior, aunque se ha llegado a desarrollar toda una teoría pseudocientífica sobre la "morfopsicología del ombligo". También se le considera como sede de la lujuria femenina (en la actualidad vuelve a ser centro de atracción erótica, aunque esta idea sugiere más una fantasía puramente sexual que un accidente en la superficie anterior de la humanidad).

Pues, amados hermanos de causa, la fémina nos ha deparado nuevas alegrías y sorpresas al ventilar y hacer pública noticia de aquel punto vórtice de la triangulación pectoral: el ombligo, centro del universo humano, nunca tan paseado como hoy tan al aire libre y retante al grito de ¡ombligos de todo el mundo, uníos!. Allí está él, asomando como el ojo masónico –heterotópico y omnividente- del Constructor Universal entre los atractivos párpados de los orillos de un ceñido calzón por el bajosur, que insinúa al placentero bajo vientre y la flotante cotilla por el altonorte que, con sus curvas y contracurvas nos incita a tentar a los demonios del más allá.

Todas las calzadas del imperio romano partían del forum de Augusto y en él estaba ubicada la piedra miliar, un mojón mineral faloforme;  desde la que se iniciaba la contabilidad a todas las distancias mundanales. Explican los arqueólogos que aquel mutulus era conocido como “umbiculus orbi” y ya en nuestros días suele otorgarse dicho apelativo a personas o instituciones cuya autoestima rebasa los límites de la prudencia y la circunspección, llegando incluso a tomar su propia idiosincrasia como medida útil para calibrar toda la realidad que les circunrodea.
Cierta dosis de "ombliguismo" puede sospecharse -y en ocasiones algo más- en las declaraciones públicas que sobre los posibles futuros del país, realizan a punta de una verborrea ana-digitaloide candidatos a políticos.
Fementidas féminas pretenden feminizar la política nacional y “feminoidizar” este quehacer tan tradicionalmente masculino: el de mirarse el ombligo.

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