Muchas veces nos sucede que quisiéramos estar donde no estamos. Sucede a menudo que el alma pereciera dilatarse fabulosamente, acortando las magnitudes físicas –tiempo y espacio-; y aparecieran ante nuestra retina asombrada, lugares remotos y personas que dejamos en otras latitudes de la vida; en otros ámbitos de la existencia…en otras circunstancias.
Describir mi aquí y ahora; la vertiente fluvial que hacia mí envía la realidad presente –patente y latente- es faena relativamente fácil, sobre todo si nos atenemos a las leyes de la lógica. Pero ese chorro luminoso que arrastra desde el pasado sus signos vagos e imprecisos, sus fantasmales hologramas, sus voces sin sonido, sus nebulosas figuraciones; desde ese pasado que todos llevamos consigo, que se nos actualiza en el “ahora” como recuerdo, como con-memoración de lo que ya no es, de lo que ya fue. Eso ya no es tarea de fácil interpretación.
Cómo olvidar –por ejemplo- el halo cálido del amor sin reservas de Ruth. Sentir como en razón inversamente proporcional a como se pone el magnífico sol nace en el alma la magnífica esperanza; y como regalo -dádiva gratuita que nos entrega sin esperar nada a cambio- nos concede generosamente su ser entero.
Son momentos que no se olvidan, que quedan impresos en la memoria; que nunca se esfuman como aquellos otros amores de ficción; nunca se resquebrajan -como algunas máscaras fraudulentas que se nos han aparecido sobre las tablas vitales-; sino en el fondo sólido del pozo de la memoria, inca su ancla de oro.
Y así nos vamos haciendo, a costa de lo que fuimos. “Vivir y sentirse vivir son dos cosas incompatibles”, dice Ortega y Gasset. Pero cuando recordamos se nos da la oportunidad de sentir que –en efecto- hemos vivido y, además, hemos sido felices. Y, maravillosa naturaleza…¡volvemos a ser felices!. La felicidad aparece en nosotros, sino cuando una parte de nuestro espíritu está desocupada, inactiva, cesante, en franquía. Cuando se advierte el desequilibrio entre nuestro ser potencial y nuestro ser actual.
Pero nadie está totalmente vacío, vacante, deshabitado de sentires y de haceres; pues la realidad va imprimiendo en nuestra memoria –especie de disco duro en la electrónica del cerebro-, en nuestra tábula rasa; va dejando en nosotros huellas del universo, imágenes en nuestra retina, acentos en el corazón.
Recordar no es entonces tarea inútil e improductiva, es balance vital, puntos de referencia, hitos del páramo vital, parámetros esenciales; tabla de medida, voz oída, palabra escrita, experiencia y experticia, agenda y constatación existencial. En esa “mirada interior” a ese paisaje íntimo de los recuerdos, vemos, literalmente lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Y esa es una manera de ejercitar la esquiva felicidad.
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