Pero
volviendo a las cualidades ocultas, esta voz, que nada significa, se refuerza
en los libros, y en las Escuelas, con las de Simpatía, y Antipatía,
equivalentes en la obscuridad, y en la aplicación. Son voces Griegas que aunque
ya vulgarizadas, siempre se quedaron Griegas, porque nada explican. Su más
frecuente uso es cuando se trata de aquellos efectos que, por más raros se
hacen más admirables, especialmente donde hay algún género de atracción, o
repulsión entre dos cosas. Por lo cual Plinio definió la Simpatía , y Antipatía,
diciendo, que son amor (la
Simpatía ), y odio (la Antipatía ) de las cosas que carecen de sentido:
Odia, amicitiaeque rerum surdarum ac
sensu carentium. Los que las explican que son consenso, y disenso, o
concordia, y discordia, dicen lo mismo. Los que dicen que la Simpatía , y Antipatía
consisten en la semejanza, o desemejanza de toda la susbtancia entre dos cosas,
queriendo explicarlo más, lo enredan más. Simpatía, y
Antipatía. Benito Jerónimo Feijoo
La simpatía, consiste en compartir los
sentimientos del otro, en experimentar con él/ella sinsabores e hilaridades y,
por otro lado; la preferencia, inclinación, la atracción psíquica hacia el
otro.
No llamamos simpático al irónico o al sardónico
o al cáustico, y es que ni la ironía ni la causticidad resultan simpáticos,
sino mas bien incómodo y fastidioso, en tanto que la simpatía es siempre amable
y jamás persigue la delación, el soplo, la acusación; sino mas bien la buena
onda, el compadraje, la complicidad.
La ironía y el sarcasmo molestan e irritan,
porque colocan al peligrosamente próximo, es decir, al prójimo, ante lo mas
execrable de sí mismo y, le obligan a confrontarlo; y a enfrentarse, por ende, con
sus debilidades, fragilidades, endeblez o inconsecuencias; pero la simpatía es
esencialmente acomodaticia, complaciente y cortés, y cubre con un barniz de
comprensión y tolerancia blandengue las asperezas e imperfecciones del carácter
o las pústulas, los abultamientos y las excrecencias verrugosas de la epidermis
psíquica.
Si el divino Sócrates hubiese sido un tipo bonachón
y simpaticón, es muy posible que, muy lejos de ser condenado a beber la cicuta,
se le hubiese otorgado una pensión jubilatoria vitalicia a cargo de las arcas
crematísticas Atenienses. Porque el simpático hace que nos sintamos complacidos,
agradados, “en onda”, pero esto tiene un precio; de ahí que sea bien llamado y
bien recibido en cualquier lugar y a cualquier hora. Además, el simpático
siempre vive en éxtasis –fuera de sí, pendiente de la aprobación de los demás-.
La ironía y el sarcasmo, en cambio, tienen su costado pedagógico, obligan a que
nos pongamos “en ojo”, nos cuestionemos aquello que no podemos o no queremos
cuestionar, y, como consecuencia, llaman a enfados y repulsas (no nos gusta
mirarnos al espejo y encontrarnos con una enojosa espinilla en la nariz). Así,
en tanto que el sujeto irónico es visto como un individuo molesto, irritante e
hiriente (un tábano, diría Sócrates), el simpático, en toda ocasión y
circunstancia, es una esperada alegre festividad.
Nos quedamos con esta simpática frase de uno de los más
grandes irónicos de la historia: George Bernard Shaw
Yo no simpatizo con nadie. Las personas
capaces no despiertan simpatías. No soy un hombre simpático, pero soy
indispensable.
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