En “Los cuadernos de don Rigoberto”, novela de Mario Vargas llosa, aparece un delicioso cuento (a propósito de ciertos debates vespertinos con amigos de fin de semana) con el que cierra la carta que el personaje dirige a una supuesta interlocutora feminista.
El protagonista es un pragmático ser andrógino: Emma (¿tal vez deberíamos, decir andrógina?), educada como niña, pese a tener un clítoris del tamaño de un pene, y una suave, húmeda y acogedora vagina, lo que le permitía celebrar intercambios sexuales con mujeres y hombres. De soltera, los tuvo sobre todo con muchachas adolescentes, oficiando ella de viril penetrador. Luego, se casó con un varón e hizo el amor y dio al uso su deliciosa vagina de mujer; sin que ese rol, empero, la deleitara tanto como el otro; por eso, tuvo amantes mujeres a las que horadaba deleitosamente con su virilizado clítoris. Al consultar a un famoso y reputado urólogo (de celebridades), este manifestó a Emma que sería muy fácil intervenirla quirúrgicamente, clausurarle el foramen femenino y dejarle solo el equipamiento viril, ya que ésa parecía ser su preferencia.
La respuesta de Emma vale alejandrinas bibliotecas sobre la estrechez de la cultura humana sobre el sexo y sus implicancias sociales: "¿Tendría usted que quitarme la vagina, no, doctor? No creo que me convenga, pues ella me da de comer. Si me opera, tendría que separarme de mi esposo y buscar trabajo. Para eso, prefiero seguir como estoy".
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