lunes, 10 de octubre de 2011

Erotismo callejero

En la calle suceden las cosas y los casos. Allí nos acontece la vida.
Es en la calle donde se ven las más hermosas hijas de Venus. Todas bellezas. La mayoría nos parecen semidiosas griegas aromatizadas con la inconfundible “esencia de la juventud”. Algunas, no tan jóvenes, destilan lociones creados por inteligentes y obscenos perfumistas franceses. En la calle, entre tanta deidad griega y apsaras hindúes se nos viene encima como tormenta tropical inesperada –recurrentemente-, una inflamada aceleración de pulsos y una tumescencia epidérmica que proviene, seguramente, del mismísimo, primitivo y primordial zumo que ha hecho que la humanidad herede suyos a los suyos.
Hay bellezas de todos los tipos. Variopintas somatotipias para todas las demandas y apetencias. Alguna de ellas se nos antojó heroína de película de contraespionaje internacional (era ella una mujer para un escape perfecto), con que no se qué de misterio y de penetrante en la mirada. Por acá pasa otra de caminar tan leve e ingrávido que, bien pudiera caminar sobre algodones sin dejar huella alguna. Otra mas allá, con un aspecto…mas "nacional", parece –por lo pulcra y atenta- indudablemente, azafata de avión transoceánico...de las que nosotros conocemos apenas por la televisión. Aquella que pasa por mi vera, tranquila y sonriente, parece por su albúrea sonrisa, una de esas ninfas que lo seducen a uno a cambiarse de aefepé. Parece ser experta en relaciones públicas, de esas que inquietan, y hacen trastabillar a  hombres de vasta esperticia en las lides amatorias.
Pasa una –oh, my god-, parece una hurí de Mahoma. Nosotros –Eros y Yo- en poética exaltación nos dijimos al interior y al unísono, un verso digno de Gustavo Adolfo…ésta es la nos recetó el médico!!!. Traía con ella un aroma a quinta de manzanas de veranos adolescentes…que ya habíamos olvidado. Era bellísima. Esta mujer desconocida –lo confesamos- fue la que nos provocó una efusión anarcosentimental de ribetes literarios. Fuimos –por antonomasia- todos los poetas del mundo. Ella…totalmente ignorante de lo que nos sucedía, miraba con ojos lánguidos hacia su destino, sin saber que nos había invitado calladamente –por el solo hecho de existir- al idilio erótico, a la exaltación de la poesía, al riesgo heroico de todas las libertades.
Frente a este tipo de mujeres, generalmente sucede que el andamiaje de la estabilidad estimativa cae a tierra estrepitosamente, y pareciera que se suelta el viejo y duro cascarón y se siente uno con una piel nueva y extremadamente sensible.
Nos paseamos alrededor de ella como un turista extasiado frente a una estatua clásica… y la imaginación la idealizaba cada vez más en esos minutos de poeta casual (será que ya la habíamos pre-sentido mucho antes?), y fue en ese mismísimo instante en que se alzaba gigante entre toda la legión de sus congéneres –ante las cuales el regordete cupido nos había insensibilizado para siempre- cuando nos nació decirle una breve y sencilla frase exenta de manierismos y rebuscamientos: leve como velo de nube del pincel de Rubens; ojos azules como pena azul del que no los ha visto, hiperbórea mariposa que vuela transparente entre las flores del jardín de Venus…, ¿porqué tu andar te aleja de mí si bastara detenerlo para que la latitud de nuestra separación cesara de crecer y, juntos nos acerque a las atmósferas afrodisíacas y perfumadas del dominio de los vergeles de Afrodita enamorada...?
Fue en ese momento que un violento golpe en la nariz me trajo violentamente a la realidad de la calle  –ella no entendió la metáfora-…es en la calle donde suceden las cosas y los casos.

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