Algunos quieren convertir en crema pastosa, en un bitumen resbaloso, en un
bálsamo oleinoso, en un caldo sahumérico, en un azolve mizcleño… a la
filosofía. Revolverla con algunos trozos del voluntarismo shopenhahueriano y
mercantilizarla en potes de bakelita taiwanesa. Sí señor. Moler y remoler
algunos trozos de la sagrada metafísica aristotélica, convertirla en microgránulos
ambarinos, encapsularlos y enfrascarlos y lucirlos entre la fármacopea como
purificador de ánimas depresivas. El sacratísimo recinto de los jardines de
Academo (que reza eternamente “nadie entre aquí si no sabe geometría”), en
donde el hombre de los anchos hombros se reunía con sus discípulos para pelar
el Ser y buscar el cuesco esencial de su entelequia… lo quieren convertir en
una santería, en una venta de fetiches miniaturizados, sahumerios para
“descargar” habitáculos, pócimas de amor brujo, figurillas de yeso que
representan engaños y fraudulencias. Junto a frascos de brebajes –al más puro estilo del de
fierabrás- de botica de barrio, les ha dado a algunos poner molienda del Tractatus de Baruch Spinoza para evitar
la miopía mental metafórica.
Se sabe que Karl Jaspers fue, primero psiquiatra, y después filósofo…como
debe ser. Y esto lo han convertido en un slogan estúpido, justamente, algunos
psiquiatras y psicólogos y, en un rapto de conversión de cariz catastrófico, un
deslumbramiento anómalo de ribetes paranormales; se han vestido con la sotana
sacra de la logia filosófica y han bebido del cáliz sagrado del “éxtasis
repentino” órfico, y han abierto oficinas consultoras disfrazadas de sacristías
confesionarias para incautos y desprevenidos.
Es Ortega y Gasset, juguetón, como siempre; quién dice que la filosofía es
un “paisaje de infinita inquietud mental”, y que su historia tiene “un
divertido aspecto de dulce manicomio”, que muestra rasgos similares a la
demencia por la profunda inquietud que provoca.
A fuerza de no encontrar respuestas en el “Manual de Estadística y
Diagnóstico”, los médicos psiquiatras hurgan en el baúl sin fondo de la
filosofía, buscando diagnosis y posologías. Para cada actitud “extraña”
individual o colectiva inventan un nuevo mal: “síndrome fóbico por presencia de
pollos ante el merodeo de la gripe aviar”…y lo añaden al “Manual”. Hasta han
creado una organización de “filosofía
práctica”, la APPA ;
con sede en Nueva York. La filosofía ha dado a luz el utilitarismo de Locke,
pero ella, en sí misma jamás podrá ser utilitaria; todo lo extremo contrario,
es perfecta inutilidad y, a probado hasta ahora, ser inconducente e
improcedente.
No se pretenda salir de un estado estuporoso provocado por un desencuentro
con el jefe, leyendo los teoremas de la incompletitud de Gödel; o frente a una
declarada melancolía de raíces genéticas buscar asilo emotivo en el optimismo
de Leibniz; o ante un cuadro de grave afasia intelectual dar como “receta” aprehender
el método cartesiano; o ante una caída de la fe religiosa buscar asilo ascético
en Kongfuzi de la mano de Martín Buber.
Los psiquiatras deben seguir medicamentando a sus pacientes con Prozac y
dejar a Platón en su plácida Academia; deben continuar con el psicoanálisis
freudiano, tratativas conductistas pavlovianas,
electrochoc, lobotomías, hipnosis, escáneres TAC, test de la Barby y Kent,
electrocardiogramas, quimioterapias…segundas opiniones, etc. y dejar a la
filosofía que cumpla su rol para la que fue “in-fundada” desde la gloriosa
Atenas del 450 a .C.:
tomar conciencia del “saber-que-no-se-sabe”.
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