“Bien mirado, la
filosofía no es tan despreciable: ocultarse tras verdades más o menos
objetivas, divulgar pesadumbres que en apariencia no nos afectan, cultivar
desasosiegos sin rostro, esconder bajo el fasto del verbo voces de desamparo.
¿La filosofía? Grito anónimo...” Dice Ciorán en su fascículo “Desgarradura” (recomiendo su
lectura, siempre que no sea flácido de estómago). De alguna manera la frasecita
se Ciorán tiene razón. La filosofía es un mirar de lejos…Ortega se llama a sí mismo
“Espectador”… Este celebérrimo vocablo goza de
afamado linaje. Lo encontró Platón sobre las arenas vírgenes de las playas del
conocimiento griego. En su República concede una misión especial a los que el
denomina “amigos del mirar”…desde lejos, sin involucrarse. Son los
especulativos, y en primer plano, ellos los filósofos, los teorizadores –que
quiere decir los contemplativos. Los filósofos observan como fluye la vida
desde su punto de vista individual buscando objetividades, buscando la conexión
de las cosas entre sí.
Desde el desierto del norte chileno, donde nos hemos
asentado –psiquis y yo-, vemos distancias siderales con claridad privilegiada.
Mi Pucón natal arrullado por el lago Villarrica descansa lejos, muy lejos de mi
circunstancia actual y factual. Nuestra
vida transcurre aquí y ahora, y este es nuestro “punto de vista” sobre el
universo individual y sobreindividual. Desde aquí observamos, y esta es nuestra
primaria circunstancia mundanal. Desde acá miramos el mundo.
El
escritor, por ejemplo, necesita de un público pasivo, “como el licor de la copa en que se vierte” (feliz tropo ortegiano);
el filósofo, el auténtico, anda lejos de pretender semejante cosa. El filósofo
anda a la caza de los “amigos del mirar” y, eventualmente, lectores meditativos que
pelen el mundo como si fuera una naranja. Se buscan lectores que no quieren ser
convencidos de algo, sino que repiensen por si mismo lo que han leído.
Heidegger
habla de dos pensares: el pensar calculador y la reflexión meditativa. El
pensar utilitario de las calculadoras prima hoy sobre el pensar por el pensar.
La “mera reflexión” como la llama el pensador alemán es demasiado elevada para
el pensamiento común. El pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior…dice.
Exige un largo training. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro
oficio auténtico.
Aunque el
saber es propiamente saber lo que una cosa es. Su objeto propio es el ser.
Decir, pues, ignorancia es decir que alguien necesita violentamente, quiera o
no, averiguar el ser de las cosas. Esta es precisamente la condición del
hombre. La condición humana no es el conocimiento; la forma primaria de ese
trato nuestro con el contorno no es “contemplativa”; no consiste en que yo me
ponga a pensar en las cosas y sobre ellas. Evidentemente, para poder pensar
sobre las cosas y ocuparme en “contemplarlas”, tuvieron éstas que estar ya
antes en una relación conmigo no “contemplativa”. Pensó
Descartes que vivimos o existimos porque pensamos, y en tanto en cuanto que
pensamos, no advirtiendo que el pensar se presenta desde luego como un esfuerzo
reactivo a que nos obliga nuestra existencia pre-intelectual. La verdad es que
no existo porque pienso, sino al contrario, pienso porque existo, porque la
vida nos plantea brutales problemas que no puedo eludir.
Los
profesores de filosofía son cuento aparte; mencionemos a Shopenhahuer que dice
que su filosofía no ha sido creada en absoluto para vivir de ella: "(...) asalariados empleados de la
cátedra para los fines del Estado, que tienen que vivir de la filosofía (y) que
ya han tomado posesión del mercado." (...) "Aquellos representantes
de la filosofía en la vida burguesa representan en su mayor parte algo así como
los bufones de los reyes." "(Esa) filosofía de cátedra (que) termina
separando a la filosofía como profesión de la filosofía como libre
investigación de la verdad o la filosofía por encargo del Gobierno..." El
mismísimo Kant –prototipo del filósofo- llegó a decir: "si puedo pagar no me hace falta pensar"; un tanto
atrapado por la ascendente burguesía europea y previendo el advenimiento del
conocimiento como mercancía, pero…, sabemos, que el fue un espectador por
excelencia. El mismo Kant escribe mas adelante: "No os
convirtáis en esclavos de los hombres; no remitáis que vuestro derecho sea
pisoteado impunemente. (...) Humillarse y doblegarse ante un hombre parece en
cualquier caso indigno de un hombre. (...)
Quien se convierte en gusano, no puede quejarse después de que le
pisoteen." (KANT, 1993)
La
filosofía “grito anónimo” dice Ciorán en su pedrada. La filosofía nunca es
histriónica, luces, fuegos artificiales. Los filósofos son, contrario a los
escritores que sufren constantemente de verborrea, logorrea, locuacidad mórbida
e incontinencia de la palabra (propensión a hablar mucho y fuera de propósito).
Como señala Plutarco: “queriendo ser
amados, son odiados; queriendo hacer favores, importunan; creyendo ser
admirados, son objeto de burla; sin ganar nada, gastan, ofenden a los amigos,
aprovechan a los enemigos, se arruinan a sí mismos. De tal suerte, este es el
primer remedio y medicina de su pasión: la reflexión sobre las vergüenzas y
dolores que vienen de ella.”
La filosofía es
atemporal y sin compromisos. Aunque en todos los tiempos se ha querido
politizar y hacer de ella un esbirro de gobiernos contingentes. Platón bosqueja
la figura del auténtico filósofo como alguien que ha de alejarse, poco a poco, del ágora, de la plaza
pública, de la polis. Y Plotino llega a decir que los asuntos políticos
—la distinción entre hombres libres y esclavos, entre reyes y súbditos o
incluso el asalto a las ciudades o las guerras— no merecen la atención del
filósofo (menos aún del sabio): harta materia tiene éste con asuntos que nada
tienen que ver con la patria terrestre. ¿No había dicho ya Anaxágoras, cuando
le preguntaron por sus ideas políticas, señalando al cielo astral: “esa es mi
patria”? Y no sólo los neoplatónicos: también los filósofos epicúreos y los
cínicos renegaron de cualquier interés relacionado con los saberes políticos,
como pueda serlo el interés por las técnicas militares: “¿Hasta cuando se debe
filosofar?”, le preguntaron a Crates el cínico, que respondió: “Hasta tanto que
los generales de ejército parezcan conductores de asnos”.
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